«Salimos más fuertes»: Todo tiene un límite
Que a estas alturas de malvivir en confinamiento durante diez semanas — y camino de dos más, como mínimo— con 29.000 fallecidos reconocidos oficialmente y varios miles más de muertos reales, y soportando unas cifras dramáticas de paro, la propaganda del Gobierno se atreva a decir que de esta catástrofe «salimos más fuertes», suena a muy preocupante sarcasmo.
Afirmar tamaña barbaridad resulta tan insultante al más elemental sentido común, que las únicas explicaciones posibles son que, o bien Sánchez e Iglesias se han instalado en un mundo virtual en las antípodas de la realidad, o consideran tan necios a los españoles que creen que pueden decirles lo que quieran con absoluta impunidad.
El comienzo —aunque indeterminado— del fin de la excepción en la que nos encontramos, conlleva inexorablemente la progresiva vuelta a la normalidad. No a una «nueva» normalidad, sino a la única existente, a la que corresponde a un país democrático, en la UE, con separación de poderes que actúan con plena independencia del Gobierno.
Una normalidad consustancial a una sociedad en la que —como dijera Churchill aludiendo a vivir en democracia, en una ya mítica frase—, «cuando llaman al timbre de tu casa a las seis de la mañana, sepas que es el lechero». Una normalidad vivida por ciudadanos libres e iguales ante la ley, titulares de derechos fundamentales y libertades públicas garantes de una convivencia cívica. Esto es vivir en normalidad para los españoles.
Oír hablar a Sánchez machaconamente de «otra normalidad», a la vista de lo demostrado por su Gobierno hasta la fecha, es más que alarmante, y exige su inmediata concreción. Porque bajo el amparo de un presunto estado de alarma —que permite «limitación», pero no «suspensión» de derechos y libertades en «lugares y horarios a determinar»—, nos están sometiendo de facto a un estado de excepción.
Si no es así, ¿cómo habría que calificar a la prohibición de deambular libremente durante toda la noche? ¿Es simple «limitación» el no poder viajar a otra provincia? Entonces, ¿qué sería suspensión o prohibición…?
Todas estas cuestiones tienen una evidente relevancia constitucional, que debería garantizar el TC, que no puede permanecer en su letargo actual, dejando a los españoles en indefensión.
No podemos aceptar como «nueva normalidad» vivir en un país democrático que otorga al Ejecutivo una concentración de poder sin precedentes en la historia democrática, mientras la Justicia y el TC permanecen hibernados, la Fiscalía General actuando como una mera herramienta suya, y el Congreso en servicios mínimos, debatiendo cada 15 días la enésima prórroga de esta situación. Entre tanto, a base de Decretos Ley se va modificando la legislación ordinaria sin ninguna vinculación con la epidemia, ni la «excepcional y urgente necesidad» que exige el artículo 86 de la CE para su promulgación.
Todo ello, sin olvidar la abusiva utilización de los medios de comunicación públicos, con una línea informativa al dictado gubernamental y un Cistezanos preparando la opinión pública para asumir pasivamente que «unidos ganamos esta guerra, de la que salimos más fuertes». Quizás algún think tank monclovita haya diseñado la estrategia de adormecimiento generalizado de la población, para que vivamos el desconfinamiento con gratitud al gran líder, que nos permite marcharnos de vacaciones de verano, para enlazar después el regreso con un «rebrote» que exija la vuelta a la «nueva normalidad» del confinamiento.
Solo en este estado de cosas se puede entender que Sánchez pacte con Bildu, y que atribuya esta actuación a que el PP haya abdicado de su responsabilidad de apoyarle. Mientras, sus socios separatistas —con Rufián a la cabeza— celebran la destitución de un Coronel de la Guardia Civil con una ejemplar hoja de servicios al Estado, lamentando que solo haya sido cesado, y no juzgado, «por haberles impedido votar».
Quizás ha llegado el momento de que el «animalismo» inicie su «rebelión en la granja», ya que actualmente —aunque parezca increíble— hay admiradores del régimen político comunista de Stalin al mando de la consecución de la pretendida inmunidad del rebaño.