El Rey (emérito) ante su historia

El Rey (emérito) ante su historia
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

En el caso del Rey Juan Carlos confluyen muchos elementos típicamente hispanos. Nada más cierto, como le pide Sánchez (sic) y sus ministros que debe una gran explicación al pueblo español sobre sus andanzas fiscales y otros corolarios que tienen que ver con el jurdó. Cierto.

A las gentes de mi generación el tema del Rey emérito, al que conocimos en otras circunstancias, se nos hace difícil ser objetivos precisamente por aquellos tiempos recientes y aún pasados. Sin embargo, si aplicamos el más importante de los argumentos democráticos –»nadie está por encima de la ley»- esa explicación política es inapelable. Da lo mismo o lo mismo da que otros se oculten a la hora de explicar su financiación procedente de regímenes genocidas, las maletas de Delcy continúen resultando un arcano o ni siquiera sean capaces de dar el número de vuelos realizados a título personal en naves sufragadas con dinero público.

El padre del actual titular de la Corona dijo recientemente que ahora le preocupa «preparar mi funeral» cosa, por lo demás, muy humana e inteligente por su parte. Pero antes de que ocurra le convendría muy mucho decir la verdad sobre sus años malditos y el rastro de su gran pesadilla: Corinna. Se trata de un camino sin retorno.

Tengo datos suficientes para poder escribir que en la actual hora del emérito su gran preocupación es la Historia. La Historia, en su caso, sólo puede ser benevolente con la verdad. Entre otras cosas, porque el pueblo español ya se ha hecho una composición de lugar sobre lo acaecido. Y los que tengan que escribir su relato sobre él, que es el relato de los últimos tiempos contemporáneos de España, también.

Al punto alcanzado por la decepcionante deriva final del Rey Juan Carlos sólo sirve la verdad. Ni fiscales, ni jueces, ni el sinfín de torquemadas sirven para dejar constancia de un tiempo aciago.

Estamos hablando de otra cosa.

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