Retírese profesor Gabilondo

Retírese profesor Gabilondo

Me resisto a seguir por el camino de la recomendación o la sugerencia, porque ninguno de ellos se tendrá en cuenta allá donde se debería: en la central de datos del Partido Socialista. Sólo, en lenguaje coloquial, esta constancia: usted, profesor Gabilondo, no está hecho para esto. No lo está. En el debate electoral del miércoles su actuación rayó en lo patético, que es un adjetivo menos gravoso que trágico. Desangelado, fuera de sí mismo, de su formación catedralicia, desplazado de cacho como dicen los taurinos, arrasó de una tacada con sus dos propósitos de inicio de presente campaña. No ya de sus compromisos, dejémoslo en propósitos. A saber: que no subiría los impuestos, y que con Iglesias, “con este Iglesias” llegó a declarar, nunca se aliaría, jamás compondría con él un Gobierno de coalición. Por eso resultó menesteroso, increíble, suplicando al final del debate a Pablo Iglesias que “tenemos diez días para ganar”. El crédito de un honrado profesor de Metafísica en el sumidero de una retractación tan obscena, como infantil y estulta, quedó hecho añicos.

Aseguran, quienes conocen muy bien a Ángel Gabilondo, que no es él, que el papel que le está tocando representar, ni es el suyo, ni los argumentos de que le proveen desde la factoría maléfica de La Moncloa, pertenecen a la cosecha del maduro profesor. Sus propuestas le resultan ajenas, por eso las defiende con tan poca fe, con escasísima prestancia. Parece más bien un tipo impostado, artificial, que juega al karaoke de la política con las sugestiones que le proporcionan los gurús del Gobierno, y más concretamente de su Presidencia. Por ello, y para proteger el mermado prestigio que le están recortando sus presuntos correligionarios con Sánchez a la cabeza, sería del todo aconsejable que se retire, que abandone la campaña y la deje en manos de quien verdaderamente ostenta la sustancia y el núcleo de esa sociedad barriobajera que forma el dúo Sanchez-Iván Redondo. La función que el profesor representa como actor secundario, de los que rellenan reparto, le concuerda como a un Cristo unas pistolas. Talmente.

Contradiciéndose a sí mismo, arreándose un patadón en su propio tafanario, el profesor se desdijo en el debate, con grandes dificultades dialécticas incluso incompatibles con su condición de maestro, de sus declaraciones primeras respecto a la subida o mantenimiento de los impuestos. Afirmó, balbuceante, que “se quedarán como están por el momento”, en un intento no sólo de autorrectificación, sino, sobre todo, de no contradecir la exposición realizada horas antes del debate por la ministra de Hacienda, primera confiscadora del Reino, María Jesús Montero. Ella, la que no tuvo la piedad mañanera se abstenerse de abrumar a su correligionario con un compromiso que iba a desmontar las declaraciones del candidato. Y es que Montero no es precisamente una delicia para limpios paladares, ella no se priva de mostrar su cartas con la misma agresividad que un picador acomete sus entradas al toro de lidia. Por si fuera poco, Pablo Iglesias atosigó a su querido “Ángel” con otro rejón de muerte, sigamos en el argot taurino. Fue cuando tras una exposición propia de un maestro ciruela, anunció que la coyunda socialleninista de la que él formaría parte, se iba a dedicar a barrenar las liberalizaciones fiscales de la derecha (sucesiones, donaciones…). Lo hizo, para mayor inri, con tonillo de compinche, de Pablo a Ángel, mientras éste torcía el  gesto que ni siquiera las cámaras pudieron ignorar. ¡Vaya sofoco el del profesor!

Políticamente ya no le queda crédito alguno al que, dicen, es una buena persona. Sus prebostes, los que le han mandado al desolladero, no están teniendo piedad de él. Le queda sin embargo la seguridad de que, hasta los que no comporten ideología con él, pasaron un mal rato viendo como la realidad le azotaba brutalmente. Él se ejecutó a sí mismo en la plaza pública de las televisiones, se marcó un tiro en su propio pie. Momentos hubo que transmitía pena. Recuérdese el instante en el que, incluso un poco amoratado, gritó desesperado: “¡Yo no soy Sánchez, me presento yo a las elecciones!”. Terrible: ¡cuánto debe estar sufriendo este hombre con la usurpación de su candidatura que está realizando su jefe, precisamente, Pedro Sánchez¡ Para cualquier persona de bien (y hay que conceder que el profesor Gabilondo lo es sin ninguna duda) el ninguneo al que le está sometiendo su presidente resulta inasumible, intolerable. Claro es que tiene una ventaja: si, como como avecinan las encuestas (la de Tezanos es sólo un maquillaje indecente), el PSOE se pega un leñazo de muerte el próximo 4 de mayo, el profesor siempre podrá argüir que él nunca fue el aspirante, que la primogenitura se la había robado su jefe.

El personaje “soso, serio y formal” que Gabilondo quiso montar como su mensaje de campaña, se ha quedado inservible tras su actuación en el debate y las sucesivas humillaciones a que le somete Sánchez, un individuo éste, por cierto, que, a medida que entrevé la próxima catástrofe, está retirándose poco a poco de la campaña. Ahora mismo, diga lo que diga, y anuncie lo que anuncie, el propagandista de la fe socialista, Tezanos, los sondeos más limpios no auguran a Gabilondo más que desastre, con un pírrico 22% en intención de voto, que es el peor resultado que nunca haya tenido el PSOE. Naturalmente que no lo va a hacer pero en estas condiciones, ¿no sería mejor para él, para su futuro de oscuro profesor de Metafísica, abandonar el ruedo, y deja la faena para su verdadero matador?

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