¿Recesión o depresión económica en Cataluña? (II)

¿Recesión o depresión económica en Cataluña? (II)

El volumen de activos contables que de pertenecer a empresas con sede en Cataluña se desplaza hacia otros puntos de España supone prácticamente, y hasta el momento, la misma cifra que todo el PIB generado por España en 2016. Golpe duro y seco ahí donde duele. Porque a ese cambio de domicilio social, tal cual vaticinábamos en su día, le sigue el cambio de domicilio fiscal lo que, en resumidas cuentas, comporta trasladar la sede efectiva y la dirección de los negocios hacia el lugar en que se emplaza el domicilio de la compañía. No solo se tributará ahí por los distintos impuestos estatales —impuesto sobre sociedades, retenciones del impuesto sobre la renta de las personas físicas, impuesto sobre el valor añadido, como más destacados— sino que gradualmente en esos nuevos destinos se irá concentrando el grueso de la gestión de la actividad económica, conllevando una emigración de altos directivos y ejecutivos desde Cataluña hacia otras ciudades españolas. Por añadidura, se intensificará en los nuevos domicilios la operativa normal del día a día empresarial, irán aumentando las plantillas que se nutrirán, en parte, de talento local. Así que Cataluña irá derivando hacia una fábrica de parados universitarios que, en todos aquellos jóvenes con ambiciones e ilusiones, forzarán el inicio de un trayecto en busca de encontrar su sitio en el mundo profesional.

Será en esos lugares donde se acomoden las empresas catalanas emigradas y en los que se contratarán los servicios profesionales necesarios y la clase profesional se verá compelida también a emigrar, en el mejor de los casos, o a perder producción al mantener sus cuarteles generales en Cataluña. Los ingresos que hasta el momento presente he sumado correspondientes a las cifras de facturación de las entidades catalanas más relevantes que se despiden de su tierra ascienden a más 84.000 millones de euros. Esta cantidad equivale al 40% del PIB catalán —211.915 millones de euros según el INE en 2016—  y solo a algo menos del 38% si se toma el PIB según el Idescat (INE catalán) que cifra el PIB de Cataluña para 2016 en 223.629 millones de euros.

Sea como fuere, lo cierto es que el daño económico ya está hecho, que compañías de referencia que forman parte del ADN catalán y que son Cataluña han tenido que tomar las de Villadiego. No lo hicieron antes porque esperaron hasta comprobar en sus propias carnes las consecuencias del dislate político en el que se está sumiendo Cataluña, donde la seguridad jurídica se ha expulsado de nuestro credo, donde los más que dudosos resultados de un referéndum falto de la más mínima legalidad y seriedad procedimental acercan a Cataluña a esos países absolutistas donde las votaciones se inclinan  por una aplastante inclinación al sí, que es la opción elegida, dícese, por más del 90% de los votantes y por otras causas. ¿Qué causas? La declaración unilateral de independencia, para ser y hacerse efectiva, tiene que ir acompañada de una serie de medidas digamos que legislativas y entre comillas, que nacionalicen la banca al igual que la energía y las infraestructuras, pongan en marcha procesos de expropiación y se rematen, ante la más que deficitaria situación financiera de la Generalitat con corralitos, con aplicaciones de impuestos a modo de confiscación y con la emisión de bonos patrióticos de obligada suscripción para la ciudadanía catalana.

Despropósitos a granel

Ese cúmulo de despropósitos, típicos de un sistema anticapitalista que arremete contra la propiedad privada y dinamita las columnas básicas del Estado de Derecho, modelo impecable e imperante en nuestra Europa, hace saltar por los aires cualquier atisbo de seguridad jurídica máxime cuando un gobierno de aires revolucionarios se apoltronaría en la Plaza de Sant Jaume. Es ese miedo el que empuja a miles de catalanes a llevarse sus dineros hacia oficinas bancarias enclavadas en otras comunidades autónomas, mitigando en gran parte esa diáspora monetaria a través de las cuentas espejo puestas en marcha en cuestión de horas por las principales entidades financieras catalanas.

Cuando a lo largo de estos años, hacíamos una lectura económica de lo que comportaría un proceso a la brava de independencia, pocos escuchaban y otros obligaban a silenciar ese deplorable entorno que hoy cristaliza, inquiriendo que se esgrimía el llamado discurso del miedo. Al final, el discurso del miedo ha tomado forma como racionalidad económica en aras de proteger la propiedad privada, el patrimonio personal, los ahorrillos de toda una vida, el piso adquirido con no pocos esfuerzos… Con esa miríada de políticos de pacotilla que acumula este país, Cataluña y España, mal vamos. La incertidumbre y la desconfianza descuentan a la baja las más o menos optimistas previsiones formuladas. Algunos apuntan a que Cataluña entra en recesión y esto, con ser malo, es menos malo de lo uno piensa ahora mismo: más que hablar de recesión, que a corto y medio plazo es susceptible de corregirse, ¿no hay qué hablar de depresión, equivalente a profunda recesión y contracción drástica de la actividad económica de la que cuesta años y ayuda poder salir?

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