Qué sería de Davos sin el rutilante Sánchez
En 1971, un avispado profesor de economía alemán llamado Klaus Schwab fundó el conocido como Foro de Davos y tuvo la perspicacia y la inteligencia de persuadir a los responsables de las principales empresas del mundo para debatir en la pequeña localidad helvética sobre la marcha de la economía mundial. El lugar del encuentro, al que luego se han ido incorporando los políticos, era del todo cool, pues se ha ido celebrando ininterrumpidamente en invierno, con el pueblo cubierto de nieve, de manera que la presencia de los ricos y de los ejecutivos mejor pagados dispuestos a darse golpes de pecho y confesar que algo funciona mal en el capitalismo en un escenario tan impresionantemente recoleto ha concitado cierto interés entre la progresía mundial más todos los desarrapados del planeta. Convocados y teledirigidos por Schwab, un amoral entregado a la corrección política, iban allí a hacerse perdonar, a demostrar arrepentimiento por haber ganado mucho dinero y a prometer que iban a cambiar de hábitos y de conducta, lo cual, gracias a Dios, no ha sucedido jamás. Porque la gente que obtiene tantos beneficios no debe nada a la sociedad, más bien es lo contrario, que la sociedad debería está agradecida por la satisfacción de las necesidades que le proporcionan estas compañías ejemplares.
A pesar de estos hechos tan evidentes, y siendo todas personas bendecidas por el triunfo de la economía de mercado, en Davos se dedicaban durante su estancia a maldecirla dando pábulo a todos los disconformes con su suerte y alimentando en vena al socialismo, enemigo de la prosperidad y de la decencia intelectual.
El Foro de Davos y su promotor han oxigenado las críticas desabridas contra el capitalismo y han apuntalado todas las causas equivocadas de la historia reciente: la desigualdad lacerante, aunque imaginaria; el cambio climático debido a la acción humana; la falaz explotación empresarial de la clase trabajadora, el ecologismo desquiciado; la invasión masiva y desaconsejable de las energías verdes; o el feminismo recalcitrante con sus heces sobre la ideología de género; la manipulación del lenguaje o el retorcimiento de la historia.
Allí, a Davos, la gente va a exhibirse, a solidificar sus contactos y a decir las sandeces de costumbre para alcanzar una suerte de redención por unos días. Luego, por fortuna, si te he visto, no me acuerdo.
Pero entre tanto, el daño que causan estos personajes al modelo de libre mercado y a la ideología liberal es inmenso. No creen en la globalización, que ha sido el mejor invento de la humanidad, pues ha impulsado el progreso de los pobres gracias a la eliminación de las trabas al comercio internacional y al franco flujo de inversiones de unos países a otros. Estos pijos, sin embargo, me refiero a los que organizan la cita, desconfían de la globalización porque son básicamente globalistas. Este es un término ignoto para el PP de Feijóo, al que los debates ideológicos le importan un comino, pero muy usado con buen criterio por Vox. Pues bien, los globalistas recelan de los estados nación y están básicamente en favor de un mundo dirigido por las élites y los organismos supranacionales que no responden a la lógica democrática, pero que están supuestamente investidos de una inteligencia superior para ordenar el mundo arbitrariamente, al margen de cualquier control ciudadano por el bien más que discutible de la población mundial.
Como era humanamente inevitable, allí que se ha ido a Davos este año el presidente Sánchez, a punto de que empiece el verano, lo cual nos ha evitado verle el palmito con ropa de esquí. Y al parecer, según dice el cronista oficial de La Moncloa, que es el diario El País, su comparecencia en la estación invernal de Suiza ha sido conmovedora. Lean el relato textual de los hechos: «El paso de Pedro Sánchez por Davos tuvo un momento culminante cuando el actual responsable del Foro, Borge Brende, le preguntó por la receta del éxito de la economía española. El paro está bajando, crecen las inversiones y hay nuevas reformas. ¿Pueden otros países aprender de su ejemplo? Un halago al que Sánchez respondió que España está conteniendo el daño de la guerra mejor que otros países». Naturalmente, esta cita literal tan elocuente invita a dos reflexiones. La primera es que el señor Brende había tomado aquel día una suerte de opiáceo; o quizá no, que simplemente es el producto perfecto del fundador Klaus Schwab, es decir, del ganado lanar indigente desde el punto de vista intelectual y perfectamente genuflexo ante el invitado, ya sea discretamente poderoso.
Es obvio para cualquier observador imparcial que en la economía española, ni el paro está bajando, ni crecen las inversiones, y que no se han hecho reformas, sino todo lo contrario, contrarreformas para empeorar la marcha de la coyuntura. Por lo tanto, ningún país del orbe, por minúsculo, ridículo e insignificante que sea, podrá jamás aprender nada del Gobierno que dirige la nación estos años aciagos.
Y de Sánchez sólo podemos decir lo habitual: que volvió a mentir con la naturalidad a que acostumbra, ya sea en el Parlamento, o ante la élite mundial, aunque en esta ocasión en inglés, lo cual es más ofensivo si cabe, porque la estulticia está expuesta a toda clase de público internacional.
Acostumbrado como está a los fuegos artificiales, Sánchez no sólo se conformó con vender optimismo a borbotones sobre España, un país con una inflación cercana al 9%, un déficit estructural que llega al 6% y una deuda pública que rebasa el 120%, es decir, el ejemplo contraindicado para cualquiera que quiera progresar. No contento con eso, anunció que España liderará la industria planetaria de microchips y de semiconductores. «España no perderá la carrera», dijo convencido de poder competir con la industria asiática. ¿No les parece que esta ocurrencia es de carcajada planetaria?
En un reducido encuentro con un ramillete de empresarios españoles que estaban allí presentes, les traslado sus «fundadas esperanzas de éxito». Ninguno de estos empresarios, a los que no quiero citar para evitar la acusación nominal de servilismo, lo soportan ya, y lo dan por amortizado. Pero allí estaban, rindiendo la debida pleitesía al presidente, y agradecimiento al genuino Schwab, el fundador de esta ridícula y peligrosa hoguera de las vanidades, de fuego cada vez más mortecino.
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