Que me quede como estoy

Que me quede como estoy

No digo que cualquier tiempo pasado fue mejor, no. Sí afirmo que, si hablamos de fútbol y su reglamento, no solo de juego sino el general, hay reglas que han empeorado, que no creo que mejoren el negocio y, desde luego, han empobrecido el espectáculo.

Una de ellas es el mercado de invierno, al que felizmente le queda una semana esta temporada, que difícilmente cambia a ningún equipo pero engrasa las bisagras de los agentes e intermediarios. Esto va unido al del previo a la Liga que se prolonga hasta dos jornadas después de que haya comenzado la competición. Al menos hace unos años un jugador no podía cambiar de equipo con solo haber jugado un minuto en el primero, ahora uno podría defender la camiseta del Atlético en diciembre y la del Real Madrid en enero. Una aberración.

Otra que ha venido para quedarse es la posibilidad de cambiar hasta cinco futbolistas en el transcurso de un partido. Una fórmula utilizada para perder tiempo que se intenta contrarrestar con absurdos descuentos, a veces infames. Con tres ya teníamos bastante.

Lo de las manos en el área es de traca. Que si la mano está apoyada en el suelo, ¿y qué?, si ocupa una posición antinatural, ¿cuál?, y un sin fin de matices que confunden por igual a árbitros y jugadores. La chorrada de si el portero ha de pisar la línea con los dos pies, con uno, ir de poste a poste o no moverse del sitio. Ya no hablemos de esperar la culminación de jugadas iniciadas en fuera de juego para que los asistentes avisen al árbitro, más tiempo perdido en revisiones y despiste del espectador cuando la situación antirreglamentaria resulta más que evidente. O la soberana tontería de si en el saque de meta la pelota puede o no salir del área.

El VAR es equiparable a muchos de los grandes descubrimientos de la humanidad desde la pólvora a las redes sociales pasando por la energía atómica, ideas para hacer el bien usadas para crear el caos y el mal.

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