¿A qué esperas, Sánchez?

¿A qué esperas, Sánchez?
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Hace no mucho, cuando tocaba hablar del 155, contaba que los asesores de los gobiernos se dividen en halcones y palomas, según las estrategias que aconsejan al presidente. No son mejores unos que otros, dependerá del momento, lo malo es fallar, si eres paloma cuando el otro es halcón estás muerto.

En aquel momento, como hoy, la democracia estaba en peligro porque su principal soporte, la ley, no era respetada por unas instituciones gobernadas por una banda de delincuentes (hoy ya podemos decirlo sin anteponer lo de “presuntos”) y, había llegado la hora de los halcones y, aunque no como ellos querrían, se aplicó un 155 express y descafeinado, para que gustase a una tibia oposición.

Pasado el tiempo, llegó Sánchez y dijo que él lo arreglaba todo con diálogo, y volvimos a la estrategia de las palomas, al apaciguamiento, al café de Pedralbes y a los paseos por los jardines de Moncloa con Torra y sus lacitos. Y así acercamos presos y miramos para otro lado, mientras Rufian y su banda seguían diciendo ni un paso atrás y Miquel Iceta bailaba y les decía que no se enfadasen, que ya vendría el indulto y pelillos a la mar.

Es la política del apaciguamiento, la que Chamberlain aplicaba mientras Hitler tomaba Renania y Checoslovaquia. Maquiavelo lo había advertido: quien permite el desorden para evitar la guerra, tendrá primero el desorden y luego la guerra.

Y parece que hoy vamos a tener que esperar para saber que quien permite el desorden para evitar el estado de excepción, tendrá el desorden y el estado de excepción. Como Chamberlain, Sánchez sigue esperando a algo peor, está claro que su memoria histórica es selectiva.

Y qué mejor para evitar algo tan lógico como aplicar medidas excepcionales a situaciones excepcionales, que negar la realidad. A Sánchez no le parece excepcional que infraestructuras estratégicas sean secuestradas, que, noche tras noche, las calles se llenen de barricadas, coches y contenedores incendiados, que más de 200 policías hayan sido heridos, que servicios básicos no puedan ser atendidos, que vehículos de emergencia no lleguen a su destino. Quizá a Sánchez le parezca que “aún no se dan las condiciones”. No sé si pensará lo mismo la mujer que vio morir a su marido en el aeropuerto, mientras esperaban a una ambulancia bloqueada por los cachorros de Torra.

Pienso en ello mientras veo las fotografías de un padre que huye con su bebé por un fuego que amenaza su domicilio, de un hospital infantil afectado por el humo y de carreteras bloqueadas por extremistas con mecheros en la mano. Y a la cabeza de ellos quien debería poner orden: un Torra que anuncia otro referéndum separatista, acompañado por un Ibarretxe que le trae ánimos del batzoki y le felicita por lo rápido que ha aprendido aquello del árbol y las nueces.

Pero no, a Sánchez no le parece suficiente. Y es que las palabras “Estado de excepción” no están en el diccionario de la política blandiblue. El Estado de excepción, previsto en la Constitución y regulado por una Ley Orgánica (que solo tuvo 7 votos en contra) tiene mala prensa. No deben saber que su aplicación no interrumpe el normal funcionamiento de los poderes constitucionales del Estado ni que la Ley que lo regula establece garantías judiciales e indemnizaciones para evitar cualquier abuso.

Pero al mismo tiempo esa Ley, en situaciones como las actuales, favorece la eficacia de los cuerpos de seguridad, facilitando la detención de personas y los registros domiciliarios, el control de las comunicaciones y limita, en aras a la seguridad, la libertad de circulación, los medios de comunicación, y los derechos de reunión y de huelga. Hoy el famoso 155 o la ley de seguridad nacional son necesarias pero no suficientes.

Cuando el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales para la comunidad, o cualquier otro aspecto del orden público, resulten tan gravemente alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuera insuficiente para restablecerlo y mantenerlo, el Gobierno puede solicitar del Congreso de los Diputados autorización para declarar el estado de excepción. Esto es lo que dice la Ley  y aquello es lo que está pasando.

Chamberlain tuvo que esperar a que Hitler invadiera Polonia para aprender que Maquiavelo tenía razón. Y Sánchez, ¿a qué espera?

Agustín García es profesor de Derecho Constitucional

 

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