El PSOE histórico ante su responsabilidad histórica

El PSOE histórico ante su responsabilidad histórica

El Gobierno del presidente Sánchez se ha quitado la careta. Durante meses ha jugado fomentando la ilusión de que en el Ejecutivo la parte socialista era la moderada frente a sus socios podemitas, que eran los extremistas. A renglón seguido, como los socialistas eran los mayoritarios en el banco azul los españoles no deberían tener motivo de preocupación, porque impondrían sus tesis, frenarían a Iglesias y, quién sabe, quizás lo recondujesen hacia una izquierda moderada. Todo podría parecerle bonito a alguna persona, pero todo era, es y será falso.

En este Gobierno no hay moderación, sino una mezcla de extremismo ideológico, revanchismo absurdo no se sabe muy bien contra qué y contra quién y mero interés por la permanencia en el cargo a lomos de una manera de actuar carente de valores, principios y moral. No es que Sánchez sea extremista, sino que consiente, apoya e incluso incentiva lo que sea necesario para obtener la garantía de seguir en la presidencia del Gobierno.

Hasta tal punto ha llegado, que el Ejecutivo ya no se esconde a la hora de plantear su relación con Bildu o con los separatistas catalanes. Como decía el viernes, tras la firma del pacto con los filoetarras para derogar la reforma laboral del PP, ahora llega el apoyo a los Presupuestos Generales del Estado (PGE) anunciado por Iglesias, al tiempo que los de Otegui anuncian en Vitoria que van a Madrid para derribar definitivamente el régimen.

No sólo los socialistas no han desmentido a Iglesias ni han condenado las palabras de los herederos de Batasuna -que era el brazo político de ETA y por ello fue una organización ilegalizada-, sino que el ministro Ábalos, número dos del PSOE en su condición de Secretario de Organización, ha llegado a decir que en los presupuestos ha sido más responsable Bildu que el PP, en lo que constituye una afirmación gravísima, pues indica que uno de los dos partidos que han gobernado desde la Transición y que subsisten -se puede considerar a UCD englobada en el PP en términos generales- está eligiendo un bando que no es el que le corresponde. Aquí no hay medias tintas: o se está con la defensa de la Constitución, de la libertad, de la democracia y de la monarquía parlamentaria, o se está con los separatistas, los condenados por sedición y los amigos de los etarras asesinos. Es decir, o se está para defender España y la libertad, o se está contra ambas cosas, respectivamente.

Y aquí es donde el PSOE histórico debe alzar su voz y pedir que el grupo parlamentario socialista retire el apoyo a Sánchez. Es cierto que es complicado por dos motivos: en primer lugar, porque Sánchez hizo las listas y el Congreso y Senado está lleno de sanchistas. En segundo lugar, porque quienes no lo son temen perder su puesto, su sueldo y su modo de vida. Contra lo primero, cabe la solución de que si un número relevante, aunque fuese minoritario, de diputados y senadores se rebelasen contra Sánchez para defender que la posición del PSOE es la que mantuvo cuando fue liderado por el presidente González, acompañados en esa rebelión por los presidentes de Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura, Sánchez no podría seguir. Tiene una aritmética complicada y con esas bajas y presiones, sería más compleja todavía y no le quedaría más remedio que convocar elecciones o, al menos, no podría llevar a cabo las barbaridades que parece que quieren apoyar. En cuanto a lo segundo, el sueldo, es un problema recurrente de la política española: dada la mediocridad imperante, todos apoyan siempre al líder de turno con ardor para seguir en sus puestos, de la misma manera que si pierde y llega otro antagónico al primero dentro del partido, criticarán a aquél con la misma pasión con la que antaño lo vitoreaban, para acomodarse a la nueva situación. Pues bien, ya siendo claros, si de lo que se trata es de un sueldo, sería un mal menor que, llegado el caso, los acogiesen en esas autonomías socialistas, pero ni siquiera eso sería necesario, porque los diputados y senadores tienen la ventaja de que el acta les pertenece, de manera que mientras no haya elecciones nada pueden hacer contra ellos.

Del mismo modo, tanto Felipe González como Alfonso Guerra, así como el resto de dirigentes históricos del PSOE -Solana, Barrionuevo, Rodríguez Ibarra, Bono, por poner unos ejemplos-, deben denunciar claramente las actuaciones del Gobierno de Sánchez, porque son actuaciones que erosionan a nuestro país, a nuestra Constitución, a nuestra democracia, a nuestra libertad y a la monarquía constitucional como forma política que nos dimos los españoles en 1978. En ese mismo sentido, profesionales de elevado prestigio como Margarita Robles, Nadia Calviño o José Luis Escrivá no pueden seguir en un Gobierno así, como tampoco debería seguir Grande-Marlaska, por poner algún ejemplo más.

Yo no he votado nunca por la izquierda, pues creo que el liberalismo clásico y el pensamiento conservador son mejores recetas para la mejora de la prosperidad y el desarrollo de una economía y de una sociedad, pero considero que es esencial que un país cuente con una alternancia dentro de opciones sensatas en la izquierda y en la derecha, con ese pequeño espacio de centro que unas veces está con unos y otras con otros. Hay admiradores y detractores de los dos jefes históricos de izquierda y derecha en estos cuarenta años, los presidentes González y Aznar, respectivamente, pero nadie duda de que su acción de Gobierno buscó siempre lo mejor para España, con aciertos y errores, pero con lealtad y compromiso con la Constitución que juraron guardar y hacer guardar.

Ahora, sin embargo, eso se está poniendo en riesgo: se está emponzoñando la vida de los españoles con decisiones radicales, que sólo buscan la división, mientras se quiere dar cabida en “la dirección del Estado” a quienes quieren acabar con España, la Constitución y la libertad.

No hay tiempo que perder: el PSOE histórico tiene una responsabilidad histórica, pues todos los españoles, de todas las ideologías, nos jugamos mucho. No podemos levantarnos una mañana y preguntarnos cuándo perdimos nuestra libertad. Entonces, será tarde para lamentarse.

Lo último en Opinión

Últimas noticias