El psicópata y los «acontecimientos»

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«Seguimos con máxima preocupación los acontecimientos en Oriente Próximo. Hay que evitar a toda costa una escalada regional». Éstas han sido las primeras palabras del presidente del Gobierno de España después de que Irán lanzara contra la población de Israel más de doscientos misiles y drones explosivos que, afortunadamente, fueron interceptados por las defensas del Estado de Israel. Como ven, Sánchez obvió condenar el ataque contra Israel.

Hay quien sostiene que Sánchez no condena los atentados contra Israel porque está posicionado con los antisemitas, no en vano tiene en el Consejo de Ministros (los ha nombrado él) a dos declarados antisemitas que siendo europarlamentarios no condenaron los atentados de Hamás contra Israel, sus crímenes, sus violaciones de niños y mujeres, sus secuestros… Aunque también es posible que se deba a que trata de preservar su papel de influencer, no vaya a ser que los terroristas de Hamás le retiraren su reconocimiento expreso como representante de su causa. O, sencillamente (a veces lo más sencillo es lo acertado) a que no quiere condenar los ataques contra Israel porque todo enemigo de Israel (la única democracia de la zona) es considerado para Sánchez como su enemigo. A la vista de las compañías que tiene Sánchez en España, me inclino por esta tercera opción, aunque seguramente, es una mezcla de las tres.

Transcurridas diez horas desde la primera reacción, pillado ante los medios europeos («la declaración del presidente del Gobierno español es excepcionalmente débil en comparación con la de otros políticos europeos: no menciona a Irán o Israel, no condena las medidas de Teherán y mucho menos muestra la solidaridad con Israel») y ante el escándalo provocado por ser el único presidente de un país democrático que no condenó los ataques de Irán contra la población de Israel, Sánchez remató la jugada condenando «toda forma de violencia» e introduciendo en el comunicado la palabra fetiche, «conflicto», ese concepto con el que todo tirano ha justificado sus crímenes a lo largo de la historia de la humanidad. No es una novedad, pues la estrategia de justificar todo tipo de tropelías para «superar el conflicto» ha sido implementada por el PSOE –desde que Zapatero llegó al poder– para blanquear la historia de terror de ETA, para indultar a quienes fueron condenados por dar un golpe contra la democracia desde Cataluña, para borrar los delitos de los prófugos de la justicia, para reformar el Código Penal a gusto de los delincuentes…

En suma, el «conflicto» es la palabra clave para no llamar terroristas a los terroristas, delincuentes a los delincuentes, golpistas a los golpistas…; el «conflicto» es la coartada para que el PSOE sitúe en el mismo nivel a las víctimas y a los verdugos, salvo cuando convierte en víctimas a los verdugos, como es el caso de los terroristas que mueren en las cárceles, que entonces el presidente del Gobierno de España se pone del lado del terrorista y da el pésame a los de Otegi.

El «conflicto» es en este caso el pretexto que utiliza el PSOE para justificar por qué no se coloca del lado de las víctimas israelíes, como han hecho el resto de lideres democráticos del mundo. La singularidad española, con este Gobierno que tiene a Sánchez a la cabeza, es una anomalía democrática.

Conviene que seamos conscientes de que el uso del lenguaje que utiliza Pedro Sánchez para posicionarse frente a los actos de barbarie no es un desliz, sino una actitud plenamente coherente con su personalidad psicopática y narcisista en la que destaca su falta absoluta de empatía con las víctimas y una vanidad que le lleva a creer que él merece un estatus superior al del resto de los mortales. «Lamento profundamente la muerte de los agentes de la Guardia Civil en acto de servicio en la costa de Barbate», dijo después de que los narcos asesinaran a dos guardias civiles que defendían nuestras costas desprovistos –por decisión gubernamental– de los medios materiales y humanos necesarios. Como ven, para Sánchez es una constante estar del lado de los hijos de las tinieblas, ya sea fuera o dentro de nuestras fronteras. No es anécdota, es estrategia; no es de análisis, es de diagnóstico.

Pero la actitud del presidente del Gobierno de España no sólo es una desvergüenza y una inmoralidad que avergüenza a todos los ciudadanos españoles, sino que demuestra que Pedro Sánchez ignora y desprecia la seguridad de nuestro país al ponerse del lado de Hamás y al no atreverse siquiera a citar a Irán e Israel al emitir –forzado– su segundo comunicado tras el brutal ataque. Es más que evidente que Sánchez es un peligro para la seguridad nacional; pero, además, es un hecho que los líderes democráticos de todo el mundo lo consideran un problema para la seguridad internacional y, por eso, nunca lo citan a las reuniones de alto nivel en las que se establecen las estrategias y se intercambian informaciones que resultan vitales.

Por eso, porque no pinta nada, el impostor organiza giras como abanderado de un «Estado palestino» que ha convertido en un slogan vacío de contenido y que, a la larga, no hace sino daño a los propios palestinos que aspiran a vivir libres de Hamás. No hay demostración mayor de la degeneración política que supone el sanchismo que ver a este tipo haciéndose fotos con actores secundarios mientras se reserva a sí mismo el papel de «embajador» del inexistente estado Palestino y actúa, eso sí, con todas las credenciales, como portavoz de Hamás. Sería patético si no fuera peligroso y no diera vergüenza ajena.

En fin, que así las cosas y a la espera de lo que nos depare el resto del día –si de Sánchez depende, todo lo que pueda empeorar, empeora– urge articular todas las medidas democráticas, políticas y penales, para que este tipo abandone la Moncloa. Es una cuestión de legitima defensa.

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