PP y Vox: o se entienden, o se entienden
Han tocado campanas de concordia entre las dos formaciones cuyos votantes más se parecen unos a otros. La disensión que, por tacticismo partidista, parecía anidar en algunas de las mentes ejecutivas de Partido Popular y Vox, se irá disipando conforme las urnas dictaminen la orden sociológica: o se entienden, o se entienden. Extremadura ha definido un mapa que va a repetirse en sucesivas llamadas al voto: el pendulazo a la derecha es inevitable, y ello exige la misma altura moral y política que las demandas ciudadanas han mostrado. Si la izquierda monstruosa, por aquello del Frankenstein, ha conseguido hundir la nación a base de acuerdos contranatura, conformando un aquelarre federaloide de corruptelas hediondas y chantajistas cum fraude, ¿cómo no van a ponerse de acuerdo las dos formaciones cuya clientela más principios y valores comparten?
Para ello, basta con naturalizar lo que la ley ya soporta y que la historia en el pasado reciente ha confirmado. Normalizar el acuerdo requiere sentido del deber y conciencia, por encima de complejos aprehendidos y de golpes de pecho salvíficos. Romper el marco discursivo de la izquierda y superar la inferioridad moral impuesta por ella sobre lo que hay que hacer o no es el primer paso para la normalidad de una nueva mayoría política refrendada por la mayoría sociológica. Vox es el aliado natural del PP, como el PP lo es de Vox, y ahora mismo, con la nación pendiente de un hilo para descoser lo poco que aún la mantiene en pie, conviene no olvidar lo urgente, la demolición del sanchismo, por encima de lo importante, quién ocupa su lugar.
La izquierda ha hecho una enmienda a la totalidad de la democracia, fundando su estatus actual en el rechazo a las leyes y a la justicia, a la que soporta sólo cuando ésta atiende al quién y no al qué, como manda su deontología. Han entendido que sólo les vale las actuales reglas del juego constitucionales, necesitadas de revisión y reforma, si son ellos, socialistas y comunistas, quienes marcan las cartas y establecen las normas de convivencia y acuerdos políticos. Las palabras del Rey reclamando diálogo y encuentro para superar las diferencias y la polarización social que vivimos se han encontrado como respuesta troglodita la del partenaire favorito de Sánchez, su macarra lamebotas pucelano, que, entre tren y tren detenido, tiene tiempo de insultar a esa oposición que viene a quitarle sus corruptos garbanzos.
Cuando la izquierda pide que vuelva la tranquilidad, en realidad reclama que los jueces y la UCO dejen de investigarlos y les permita seguir delinquiendo con impunidad, porque la convivencia y el ruido son enemigos del robo sistemático al que someten a la nación los amigos del puño y la rosa. La tranquilidad y la concordia que reclamaba Felipe VI, otrora contundente contra la corrupción del PP, han sido interpretados por la cueva de Alí Ferraz como un esperado apoyo que obligue al ciudadano a olvidarse de la política cansada y asuma que todo lo que hace el Gobierno de saqueadores y acosadores es por su bien.
Por ello, cuando en Aragón, Castilla y León o Andalucía se repliquen los resultados extremeños y obliguen a PP y Vox a sentarse, negociar, acordar y derogar cada una de las leyes y medidas del régimen sanchista, deberán acordarse del primer mandato de la democracia: un acuerdo de mínimos acerca del poder y no un campo de impunidad para el delito, como hace el socialismo en todo escenario de gobierno (y oposición). La responsabilidad que tienen por delante Feijóo y Abascal, y que como ciudadanos que desean una España de libres e iguales reclamamos, excede cualquier estrategia de gurú sobrevenido con ínfulas socialdemócratas o de medidos arrebatos lepenianos que en España no van a triunfar. La España democrática se construyó sobre unos pilares hoy horadados por una mafia, y es por ello que, para recuperarlos en esencia y fortificarlos ante el futuro advenimiento de otro autócrata como el actual, deben asumir, uno y otro, y quienes les siguen detrás, que el tiempo de demostrar quién tiene las siglas más grandes ya ha pasado.
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