Polarizarse contra Pedro Sánchez
La Fundación del Español Urgente (Fundéu RAE) escogió el término polarización como su palabra del año 2023. Y Pedro Sánchez, en una carta dirigida a la militancia socialista a final de año, les dijo que «se habla mucho de polarización, pero hay que hacer notar que esa polarización no es simétrica. De un lado, se profieren insultos; del otro, se reciben; de una parte, se promueve el asedio; del otro, nos vemos asediados». Se pretende convertir así en la víctima llorona de una situación que él no ha contribuido a generar, como si la piñata de Ferraz fuera únicamente responsabilidad de una oposición fascista que no acepta los resultados electorales.
Según el diccionario de la RAE, polarizar es orientar en dos direcciones contrapuestas, por lo que el término lleva implícita la idea de la confrontación. Lo que ya resulta más cuestionable es el carácter peyorativo con el que habitualmente se utiliza. Así, por ejemplo, nadie cuestionaría que el delito debe ser confrontado con la ley o que el mal debe ser enfrentado con el bien. Por el contrario, la alternativa a polarizarse contra un genocidio sería hacerse cómplice de los asesinatos, y si no confrontamos un golpe de estado, nos convertimos en golpistas.
Evidentemente, la polarización no es ni mala ni buena en sí misma ni siquiera cuando nos referimos a la política. En política, todo lo que no esté polarizado es consenso y acuerdo; centro centrado; ausencia de debate; imposición ideológica y déficit democrático. Los ciudadanos deben disponer de alternativas que recojan todos los puntos de vista, incluidos aquellos que para algunos puedan considerarse como extremistas, siempre y cuando se acepten las reglas del juego de la democracia y se sometan a la ley con un sistema judicial independiente que esté en disposición de reprimir todo lo ilegal.
Resulta ridículo ver a Pedro Sánchez llorando, convertido en la víctima inocente de una crispación con la que nos pretende hacer creer que él no ha tenido nada que ver. El presidente de un Gobierno de coalición que ha asociado al PSOE con el partido que apoyó un Rodea el Congreso en la investidura de Mariano Rajoy de 2016 y dos años más tarde decretó una «alerta antifascista» por los resultados electorales de Andalucía. En 2019, el PSOE de Pedro Sánchez fletó autobuses para rodear el parlamento andaluz el día de la investidura del nuevo presidente Moreno Bonilla. Ese mismo PSOE que pretende ahora ser víctima de la polarización de los demás.
Pedro Sánchez, además de gobernar con los comunistas que rodean el Congreso, ha sido investido gracias a sus pactos con los proetarras de Bildu y los golpistas de Junts y ERC. No existen en Europa partidos políticos más radicales y extremistas que los socios de Sánchez. Aquellos que llevan a etarras condenados con delitos de sangre en sus listas y que jamás han condenado los atentados de ETA, apoyan con sus votos la investidura de Sánchez a cambio de un pacto encapuchado del que, de momento, sólo hemos visto la entrega del ayuntamiento de Pamplona. Los otros, condenados por sedición y malversación o prófugos de la justicia por el golpe de estado de 2017, obtienen indultos, amnistías y referéndums de autodeterminación a cambio de sus votos.
Sánchez se asocia con los más extremistas y menos democráticos, convierte al PSOE en un partido antisistema que ataca a la Justicia e impide la alternancia democrática levantando muros contra la oposición, y luego llora porque no puede salir a la calle sin ser abucheado y le montan piñatas frente a su sede. Polarizarse contra Pedro Sánchez es una obligación democrática y quien no le confronte, se convierte en su cómplice. Polarizarse contra Sánchez es enfrentar el mal con el bien.