Pedro Sánchez, el encastillado

Hace ya meses que empezaron a circular noticias sobre una investigación de la UCO de la Guardia Civil acerca de la posible implicación de Santos Cerdán, sustituto de José Luis Ábalos como número tres del PSOE, en el cobro de comisiones por el presunto amaño de adjudicaciones de obras públicas. Esta supuesta información confirmaría lo señalado por Víctor de Aldama ante el Supremo.
La conexión se basaría en información guardada por su hombre de confianza, Koldo García, antiguo portero en el club de alterne de Pamplona llamado Rosalex. Santos Cerdán introdujo a éste como portero de las cloacas del PSOE, donde fluyen los detritos de su corrupción. A su lado situó también, según se ha dicho esta semana, a Leire Diez para intentar coaccionar a las fuerzas del orden y la ley que investigan la putrefacción política socialista.
El actual secretario de organización socialista, que fue encargado por Pedro Sánchez de la recogida de sus avales para las primarias del partido de 2017, ha salido al paso en los últimos días de las crecientes novedades sobre su protagonismo en el que sería comprometedor informe de la UCO.
Así, Santos Cerdán quiso demostrar su interés por las licitaciones asegurando que había hecho «muchas veces preguntas sobre obras, como diputado por Navarra y como coordinador territorial del PSOE, como hacen el resto de diputados».
Muy pronto se supo que, en contra de lo que afirmaba, Santos Cerdán no había hecho ninguna pregunta al Gobierno sobre inversiones y licitaciones en obras públicas ni en esta legislatura ni en la pasada.
Hasta que el 9 de mayo, un día después de la reunión que mantuvo con Pedro Sánchez y la cúpula del partido en el propio Congreso, registró ocho preguntas de respuesta escrita, en cinco de las cuales se interesaba por inversiones y licitaciones en Navarra, tanto de autovías como de ferrocarril.
Hasta entonces, el interlocutor de Puigdemont en la servil negociación para la investidura de Sánchez solo había presentado dos preguntas en esta legislatura, lo que hace un total de diez iniciativas en dos años. Una era la pregunta al Gobierno con respuesta escrita, registrada en febrero pasado, sobre la aplicación del programa de investigadores María Goyri en la Universidad Pública de Navarra.
La segunda fue hace un año, y requería respuesta escrita sobre «Castillos o fortificaciones de titularidad estatal que hay en la actualidad en la Comunidad Foral de Navarra, así como actuaciones previstas por el Ministerio de Cultura a lo largo de esta legislatura en cada una de ellas».
Esta pregunta venía firmada por Santos Cerdán y otros tres diputados de su grupo. La respuesta del Gobierno fue que en Navarra «no hay fortalezas ni castillos afectados al Ministerio de Cultura». La misma pregunta presentaron diferentes diputados socialistas en relación con las otras dieciséis comunidades autónomas.
La primera razón que viene a la mente para explicar tan loable interés de los diputados del PSOE por los castillos es que estuvieran pensando en convertirlos en paradores. Aunque para el caso, si iban a terminar destrozándolos con sus juergas como Ábalos y sus compadres, mejor que los destinaran a ese uso en su estado actual de ruina, con lo que se ahorraba dinero del contribuyente por partida doble.
La segunda explicación es que Pedro Sánchez ordenara a sus diputados que fueran localizando reductos amurallados donde poner en práctica su voluntad de levantar un muro entre los españoles. Y sobre todo donde tratar de blindarse ante los casos de corrupción que asedian a su entorno familiar, a su gobierno y a su partido, mientras sus pretorianos urden maniobras mafiosas contra quienes los investigan.
La tercera conjetura es que Sánchez quisiera representar en alguno de esos castillos la escena final de su legislatura, al modo de la caída de Troya, haciendo entrar en la España constitucional el caballo de madera de los enemigos de la nación y la democracia. Una vez socavadas las instituciones democráticas, podría cumplir su sueño de encastillarse a perpetuidad en el poder.
Al fin Sánchez lograría que los españoles resignen su condición de ciudadanos para convertirse en súbditos sometidos a su vasallaje y al de sus aliados, mientras algún trovador pasearía melancólico por el adarve, cantando entre las ruinosas almenas al modo de Quevedo:
«Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía».