El partido de la infanta estaba decidido de antemano

El partido de la infanta estaba decidido de antemano

La sentencia del ‘Caso Urdangarin’, a pesar de su benevolencia con la pena de seis años y tres meses aplicada al ex duque de Palma, ha demostrado que el Estado de Derecho funciona en España. Los ciudadanos pueden confiar en la justicia, que no entiende de intocables ante la ley, ni siquiera por pertenecer a la Familia Real. Sin embargo, ese certeza, como toda norma, tiene una excepción. La exoneración de Cristina Federica de Borbón y Grecia es uno de los mayores lunares de la sentencia. La multa de 265.000 euros se antoja un castigo exiguo si tenemos en cuenta que la infanta era copropietaria de Aizoon S.L. y miembro del patronato del Instituto Nóos. No obstante, este hecho no es, ni más ni menos, que el resultado de un partido resuelto de antemano. Pedro Horrach ha sido decisivo, y servicial, a la hora de asegurarle a la hija de Juan Carlos I el menor de los daños a lo largo de todo el proceso. El principio acusatorio en España hace prácticamente imposible que una sentencia castigue al acusado con una pena mayor de la que solicite el fiscal.

De ahí que la infanta Cristina asistiera al fallo del ‘Caso Urdangarin’ más preocupada por su marido que por ella misma. Pedro Horrach lo había dejado todo atado, y bien atado, para que no hubiera ningún sobresalto de última hora. De hecho, ha parecido el tercer abogado defensor de la infanta junto con Pau Molins y Miguel Roca, ese hombre que se ha declarado en estado de «levitación» con una euforia desmedida que ha provocado estupor en la opinión pública. El fiscal Horrach ha sido el último bastión de esa ‘Operación Cortafuego’ que, como contaron los periodistas Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta en el libro ‘La Intocable’, se pergeñó en el Palacio de la Zarzuela durante los albores de 2012 con el objetivo de ser una empalizada procesal en torno a la hija menor del monarca. Al final, el plan ha dado sus frutos aunque, a veces, la mayor condena no la pone un tribunal, sino los propios ciudadanos… y no hay nada más frágil que la credibilidad, sobre todo para un hombre de leyes.

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