No son europeas, son generales

elecciones europeas Pedro Sánchez

Así, con mayúsculas: lo que se dirime el día 9 de junio en las urnas es un anticipo, por lo menos, de lo que puede pasar en España en muy breve tiempo. Así que atención al dato. Por decirlo, sin ambages: si el sanchismo es derrotado con alguna amplitud se abrirá un escenario de urnas generales para el otoño, octubre pongamos por caso. Pero si el psicópata narcisista (no lo dice el cronista, lo dicen los expertos) logra salvar los muebles y mantiene un 30 por ciento de intención de voto, esta pesadilla que sacude España desde hace seis años, proseguirá hasta terminar con siglos -escribo siglos- de nuestra Nación. Y al respecto: ¿qué prospectiva avanzan los sondeos? Sondeos no golfadas públicas del siniestro Tezanos. Pues este fin de semana con toda seguridad adelantarán sus ojeos, pero, por lo que le llega al cronista, los resultados son aproximadamente estos: el PP no alcanza más allá de los 24 escaños, tres o cuatro más, a lo sumo, de lo que parece que tiene asegurados el sanchismo, y tres veces más de los que puede obtener Vox. Como además lo que se avienta es una participación francamente debilucha, no más allá del 45 por ciento, las profecías, por más ilustradas que sean, pueden fallar una vez más estrepitosamente.

El caso es que clásicamente estas elecciones europeas no suelen interesar demasiado al gentío, y encima, si se muestra interesado por ellas, está siempre en el trance de votar emocionalmente, lo que le da la gana, nada de dejarse arrastrado por el voto útil. «Al fin y al cabo, se dicen: ¿qué me importa a mí lo que hagan en Bruselas unos funcionarios que viven gloriosamente de nuestros dineros?». No hay percepción absoluta de que el sentido de su voto nacional cambie, para bien o para mal, las decisiones, que se adoptan en el Parlamento Europeo que, como se sabe, no son Directivas de obligado cumplimiento. Los partidos están aterrados por esta constancia con la que, sin embargo, conviven indefectiblemente. El sanchismo (vamos a dejar de hablar ya del PSOE inexistente) se conforma con que los habitantes de su espectro más radical, aquel que les favorece, no se queden en casa. Pero no hay miedo. Este personal no para en barras: nunca, nada con la odiada derecha, nosotros con la izquierda. Aunque nos lleve al borde del precipicio.

La derecha, esta vez (hablamos del PP), se mueve en otros postulados. De entrada está en permanente actitud de hastío: demasiadas convocatorias electorales en solo un año, hartura ausente ante la certeza de que, se haga lo que se haga, y pase y lo que pase, «este tío va a seguir en el machito». Alguna razón tiene para sentirse así porque el «tío» no guarda formas a la hora de seguir en el machito. Lo de aliarse con la peor escoria de la sociedad española ya está visto, pero es que ahora hay que sumar otra constancia: la de que el susodicho «tío» utiliza incluso a su familiar más cercano para continuar en la Presidencia del Gobierno. ¿O es que alguien cree que sus doloridos denuestos por su señora son inocentes y sentidos? ¡Qué va! En el fondo está hasta las narices de que Maribego le haya metido en este lío. «¡Cuánto daríamos por conocer las conversaciones de la pareja al borde de la cama!», le dice al cronista un informador cercano a los hervideros de La Moncloa.

Está por ver, a mayor abundamiento, qué le ocurrirá a este desgraciado país en los quince días que nos quedan de campaña. Puede ocurrir de todo en el lodazal de Sánchez. El adjetivo «desgraciado» puede chirriar para una sociedad mayoritariamente próspera, aún con todas las matizaciones posibles, pero la verdad: haciendo acopio numerario de todas las desventuras que nos ha acarreado la gobernación de este sujeto, la calificación es muy ajustada. Tres razones únicamente para sostener esta apreciación: interiormente, y primero, España se encuentra en situación de ser desgajada territorialmente, una desgracia que ni siquiera se vivió en la Guerra Civil, esta sociedad, la que ahora llaman «polarizada», está partida en dos mitades ya irreconciliables. Exteriormente, segundo, somos la rechifla universal, esta misma semana hemos volado dos relaciones de una extraordinaria importancia nacional. Finalmente, tercero, el país se encuentra en una situación de «ausencia» con una desconfianza brutal en todas sus instituciones, todas pirateadas como nunca por el poder político. Por todo esto, el cronista ha utilizado el término «desgraciado» para adjetivar la postrada situación de la Nación.

Los votantes en consecuencia deben optar o por destrozar aún más lo que estamos evidenciando o por salir de ello. En democracia sólo hay una oportunidad para esto: votar. El 9 de junio es la penúltima. ¿Por qué penúltima? Porque de abandonar bien este trance, de conseguir que el electorado acuda en masa a las urnas y se pronuncie de forma útil sobre futuro, lo más probable es que, en poco tiempo, se abra la posibilidad definitiva de borrar esta pesadilla histórica. No se podrá eludir la repetición de elecciones generales con la encomienda de enviar a este sujeto malhechor a las tinieblas exteriores. Eso es lo que nos jugamos en unas elecciones que empiezan hoy mismo y que no son modestamente europeas, sino de enorme trascendencia nacional. El que no recaiga en esta realidad, el que malverse su voto siendo o perteneciendo a la llamada derecha sociológica, es directamente un imbécil. Sin perdón.

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