El mundo despide al Papa, Sánchez a España

Papa Francisco Sánchez
Diego Buenosvinos
  • Diego Buenosvinos
  • Especialista en periodismo de Salud en OKDIARIO; responsable de Comunicación y Prensa en el Colegio de Enfermería de León. Antes, redactor jefe en la Crónica el Mundo de León y colaborador en Onda Cero. Distinguido con la medalla de oro de la Diputación de León por la información y dedicación a la provincia y autor de libros como 'El arte de cuidar'.

Pedro Sánchez no fue al funeral del Papa Francisco. Y no porque le faltaran zapatos, ni vuelo en Falcon, ni la agenda despejada para hacerse la foto —que ya sabemos que Sánchez a una buena foto no le hace ascos, sobre todo si hay alfombra roja y protagonismo propio—. No fue porque el presidente del Gobierno, en su perpetua carrera contra el espejo, se ha ido divorciando de España, de sus tradiciones, de su Historia y hasta de su alma.

Hubiera tenido que sentarse unas filas detrás del Rey Felipe VI, en un gesto de respeto y de jerarquía que en cualquier otro país sería motivo de orgullo. Pero no. A Sánchez le pudo el narcisismo. A Sánchez le puede siempre la soberbia de no querer quedar en segundo plano, ni siquiera en el patio de los humildes. Sánchez no soporta no ser el primero en las fotos ni el centro de la escena. Y si no hay foco propio, se baja del escenario.

Y así, mientras medio mundo rendía homenaje a uno de los gigantes espirituales de nuestro tiempo y, cierta ideología de izquierdas para más inri, Sánchez estaba ocupado en su cruzada de gestos huecos y diplomacias de cartón piedra. Fiel a su costumbre de hacer política exterior en la barra de un chiringuito progresista, de agitar enfrentamiento con la primera potencia del mundo -Trump-, y de coquetear con las autocracias de Rusia y China cuando no cree que no mira nadie, nos vuelve a asombrar.

España, claro, no pinta nada en el tablero internacional. Ya no se la espera ni en las cumbres de peso, ni en los momentos de Historia. España está en la antesala, en la sala de espera, como esos que pierden los trenes importantes por estar entretenidos haciéndose selfies. Y Sánchez, en vez de hacer país, hace postureo. En vez de defender nuestro sitio en el mundo, va escribiendo su diario íntimo de propaganda, página a página, como un Nerón que toca la lira mientras la diplomacia arde.

No es casual que faltara al funeral del Papa Francisco. Es, más bien, la consecuencia lógica de su forma de entender el poder: como una foto que sólo sirve si él ocupa el primer plano. España, mientras tanto, sigue perdiendo peso, respeto y voz en un mundo que no espera a los narcisos.

Pero qué curioso es todo en este Gobierno de figurantes y figurones: Sánchez, el gran ausente, no estuvo, pero sí mandó a su corte de oportunistas. Yolanda Díaz, tan roja de carmín como de programa, y Félix Bolaños, el mayordomo de la Moncloa, sí aprovecharon la ocasión para dejarse ver en el funeral del Papa Francisco. Con la solemnidad impostada de quien pisa un templo sólo para que lo retraten, Díaz y Bolaños cumplieron el protocolo que Sánchez despreció, dejando claro que en el teatro del sanchismo cada actor juega su papel, aunque el guion se escriba en servilletas.

En el funeral del Papa, los líderes que todavía escriben la historia del mundo se dieron cita bajo la misma bóveda solemne: Keir Starmer por Reino Unido, Emmanuel Macron por Francia, Volodímir Zelenski aun con la guerra a cuestas, y hasta Donald Trump, que reapareció como sombra inevitable de otro tiempo. Ellos entendieron la dimensión del momento: no era solamente un acto religioso, era geopolítica en estado puro, diplomacia desnuda, como sólo sabe practicar el Vaticano, un escenario donde quien no acude simplemente no cuenta, como Pedro Sánchez.

Siempre nos quedarán el los Reyes Felipe y Letizia para recordarnos que, en medio de un mundo globalizado y saturado de mediocridad, son capaces de abrirnos camino.

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