Los mil tabús del suicidio
Si hay un tabú extendido en nuestra sociedad, ese es sin duda el relativo a la muerte. Este silencio se lleva más al extremo cuando de lo que estamos hablando es de la muerte provocada a uno mismo. La televisión y la publicidad llevan décadas convenciéndonos de que la vida, nuestra vida, es algo que no tiene fin, especialmente en las ciudades uno convive más fácilmente con esa idea de que la muerte no nos afecta a nosotros; tu vecino del tercero se puede quitar la vida en el retrete y tú probablemente estarás en el sofá discutiendo por Twitter sobre si Alba Carrillo debería de haber ganado Supervivientes, completamente ajeno a lo ocurrido a pocos metros. Este es un rasgo propio de las ciudades de hoy. En los pueblos pequeños, en cambio, se convive con la muerte de una manera directa.
Los últimos días hemos asistido a varios suicidios de personas conocidas, gente tan diferente como Miguel Blesa —el banquero de Aznar—, Melania Capitán —cazadora y bloguera— o Chester Bennington —líder del grupo Linkin Park—. Todos ellos de edades y vidas absolutamente diferentes, no entraré a valorar si alguno de ellos era buena o mala persona, no es el día para eso. El único denominador común de los suicidas es que todos ellos sufrían y anhelaban dejar de hacerlo. Parece extraño y poco común que alguien decida suicidarse, pero no lo es en absoluto; lo raro es que los ciudadanos nos permitamos hablar de ello.
Yo tengo un vecino bastante anciano, que desde luego no tiene pensado irse aún de este mundo. Hace unos días nos cruzamos en el portal y, en lugar del típico comentario sobre el calor, me soltó: “Se está poniendo de moda lo de matarse”. En los medios de comunicación, rara vez se alude al número de suicidios que se llevan a cabo en una ciudad o en un país, nos empeñamos en esconder estos datos, que únicamente saltan a la luz cuando algún personaje conocido toma la decisión de acabar con su existencia. Según el Instituto Nacional de Estadística, el número de muertes por suicidio en España duplica a las que provocan los accidentes de tráfico. Diez personas se quitan la vida cada día en España. Son datos lo suficientemente contundentes como para no esconderlos bajo la alfombra de nuestra sociedad hipócrita.
No es mi intención dar con la respuesta a por qué la gente decide matarse, si no lo consiguieron Hume, Camus o Nietzsche mucho menos lo podría hacer yo. Los motivos por los que Hitler se pegó un tiro son bien diferentes a lo que tuvo Kurt Cobain para hacer lo mismo. Hay gente que pide morir dignamente y no se lo permiten, como Laura Rodríguez, una mujer tarraconense enferma de ELA. Otros no querían morir y volaron en pedazos por un coche bomba en Kabul hace unas horas. Así de injusto es este mundo. Lo único que conecta todas las muertes inesperadas es el sufrimiento de los que intentan entender por qué su ser querido quiso largarse para siempre. No hay explicación. La vida es corta y bastante absurda. Disfruten lo que puedan.