Més per Mallorca esconde la estelada
Me llamó la atención la ausencia de banderas esteladas en el acto central de Més per Mallorca celebrado en Trui Teatre. Ni una, oiga. Las esteladas fueron sustituidas por cuatribarradas y banderolas verdes con las siglas de Més. La cuatribarrada es la bandera que siempre defendió el PSM -ahora incorporado en Més- en contraposición a la bandera autonómica oficial de Baleares que nunca han reconocido, ni antes ni ahora. Se trata de un paso atrás para los soberanistas porque, aunque es cierto que la señera que ondeaba el otro día en Trui Teatre es la bandera oficial de la región catalana, también lo es que se trata al menos de una bandera constitucional a diferencia de la estelada. Probablemente la ocultación de la cubana -así se la llama por su parecido a la bandera de Cuba- obedezca a razones de cálculo electoral y no de un replanteamiento serio de su ideario.
Més per Mallorca es una formación separatista y la marca balear de los golpistas de ERC de Cataluña –a quien Lluís Apesteguia mendigaba su apoyo hace apenas unas semanas- y de los filoetarras de EH Bildu a los que apoyaron en las últimas elecciones vascas celebradas hace dos años. No hay que olvidar que en plena vorágine del procés, Més per Mallorca hizo gala de sus ansias secesionistas al fijar una fecha para un referéndum de autodeterminación de Baleares, el 2030. Poco después, en 2019, Més per Mallorca estuvo a punto de coaligarse con EH Bildu y ERC para concurrir juntos a las elecciones europeas. Por un solo voto (45 contra 44), la asamblea de un Més partido literalmente por la mitad decidió coaligarse finalmente con Compromís y no hacerlo con EH Bildu y ERC, cosa que se daba por hecha antes de celebrarse el cónclave.
La irrupción de la ETA y de su brazo político EH Bildu al inicio de esta campaña electoral, hasta el punto de difuminar la campaña propiamente autonómica, habría llevado a sus jerarcas a abandonar estos días la simbología en la que se envuelven de ordinario, una estrategia que ya les dio unos magníficos resultados en 2015, cuando Més per Mallorca cosechó los mejores resultados de su historia con una campaña amable en la que ocultó su encendido pancatalanismo. Razón de más para ocultar las esteladas.
Mallorca será feminista o no será
Una novedad de la campaña de Més per Mallorca es la disputa del voto feminista al PSOE y Podemos. Frente al feminismo de género de los socialistas y al feminismo queer de los podemitas, Més está deslumbrando en campaña defendiendo nada menos que un «municipalismo feminista» y un «urbanismo feminista hecho para la vida y no para los coches». Presumo que la de Més será una cuarta vía feminista no explorada hasta el momento.
Las mujeres de Més invocan ahora a un «derecho a decidir», pero no referido al tradicional derecho a la autodeterminación de los pueblos, sino al derecho a la educación sexual y a la lucha contra la «pobreza menstrual». Esta disputa del voto feminista no es casual. Se da la circunstancia de que centenares de colectivos feministas digámosles clásicos han pedido estos días que no se vote a PSOE ni a Podemos por haber legislado a favor de la llamada «autodeterminación de género» (el sexo ya no sería un dato objetivo y biológico sino que cada cual sería lo que deseara ser), que habría «borrado a las mujeres» y con ellas, las conquistas feministas logradas en las últimas décadas.
Otro aspecto novedoso de la campaña de Més ha sido su apuesta decidida por la «diversidad multicultural» con la inclusión en sus listas electorales de musulmanes, lo que, tratándose de una formación nacionalista vinculada al terruño, ha causado estupor. Al parecer la única diversidad cultural que no tolera Més es la cultura castellana. Se podría dar la curiosa circunstancia de que un partido fundado por curas y seminaristas no llevara en sus listas a ningún católico practicante pero sí a musulmanes. Ironías de la historia de una fuerza política que, de tumbo en tumbo, a algunos nos cuesta ya reconocer.
¿A alguien le importa la educación balear?
Educación es, junto con la sanidad, la principal competencia que administra la autonomía balear, con un presupuesto anual que este año supera los 1.240 millones de euros. En ocho años, desde que el actual pacto de progreso tomara las riendas en 2015, el gasto educativo ha aumentado en 400 millones de euros, lo que supone un incremento de un 50%. No está de más recordar que este incremento de 400 millones no viene del aire del cielo ni tampoco de Madrid, sino de la cuenta corriente de los esforzados baleares.
Pese a este formidable empujón, el estado de la educación en Baleares amenaza ruina. Me hace gracia cuando Martí March y Francina Armengol se felicitan del esfuerzo (como si este «esfuerzo» lo pagaran de su bolsillo) por haber aumentado el gasto educativo como si gastar a secas fuera un fin en sí mismo. El oficio de un gestor es precisamente el opuesto: hacer más con menos recursos y, sobre todo, dar soluciones eficaces a los problemas reales que van surgiendo.
La degradación del sistema educativo balear no tiene freno y, a tenor de las voces docentes que me llegan, ha sufrido un nuevo acelerón hacia el abismo con la introducción de nuevas metodologías como son la educación orientada a proyectos, las llamadas «situaciones de aprendizaje» o el imposible sistema de evaluación de la LOMLOE. Algunos maestros hablan de un cambio tan profundo y veloz en todo el proceso de aprendizaje que no es exagerado afirmar que estamos ante una revolución en toda regla. Con toda la que está cayendo en las aulas, sin embargo, la educación balear dista mucho de ser no ya la actriz principal de la campaña electoral, sino incluso de aparecer en escena como una mera actriz secundaria.
La educación parece no importar a ninguno de los partidos que se presentan a las elecciones más allá de propuestas tan inanes y tan poco ambiciosas como la gratuidad de la educación de cero a tres años, terminar con los barracones que ha dejado Martí March, construir los institutos de Son Ferriol, Campos o Sa Pobla, proponer el distrito único en Palma o dejar de cuestionar los conciertos a la enseñanza concertada. Es como si nuestros políticos se conformaran con darle una aspirina a un enfermo grave. Nadie parece querer afrontar la realidad y cantar las verdades del barquero.
Estas medidas para salir del paso, si bien no atajan los verdaderos males de la educación balear, al menos no los acentúan. No ocurre lo mismo con las propuestas que lleva la izquierda balear en sus programas electorales. Quien se lleva la palma es, naturalmente, Podemos cuyo programa electoral en materia educativa es sencillamente de aurora boreal. Las medidas que propone Podemos son bastante esclarecedoras de una izquierda que ha perdido el norte y que se niega a reconocer el fracaso sin paliativos de sus recetas metodológicas y sus filosofías pedagógicas. Es más, las considera un éxito del que hay que sentirse satisfechos, una prueba clara y diáfana de que la educación para estos arquitectos sociales de la izquierda no es más que un instrumento para transformar la sociedad y concebir l’uomo nuovo.
Para Podemos, y así lo declara de forma explícita en su programa electoral, la principal razón de ser de la educación pública es la de «igualador social», no la de «ascensor social» como se decía hace sólo unos años. Igualar, no ascender socialmente. La enseñanza, asegura Podemos, tiene como objeto la «transformación» social, de ahí que incluya una asignatura de «feminismos» para cada etapa educativa, pretenda sensibilizar de la crisis climática, persiga proporcionar «información específica sobre transición energética y consumo energético», quiera impulsar «de manera integral la salud mental con perspectiva de género», pretenda potenciar la educación «sexual y menstrual», quiera convertir los colegios en «refugios climáticos», quiera habilitar «espacios de ocio y recreo inclusivos», ofrezca la posibilidad de que los comedores escolares no sólo ofrezcan comida saludable sino menús vegetarianos, a ser posible gratis total.
Como ven, las propuestas de Podemos conducen a la conversión de los antes llamados «centros» de enseñanza en centros de apostolado feminista, ecologista, igualitarista y anticapitalista, en los que se enseña cualquier cosa menos contenidos académicos que no pueden aprenderse en otra parte.
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