Apuntes Incorrectos

Un mercado laboral típicamente socialista

"Lo natural es que, con este caldo de cultivo, las sociedades queden inermes"

Un mercado laboral típicamente socialista
Un mercado laboral típicamente socialista

Por el bar donde desayuno todos los sábados tratando de pegar la hebra comparece toda clase de personajes. De derechas y de izquierdas. Entre estos últimos hay uno delicioso. El llamado Tico es socialista desde que nació y es un ejemplar verdaderamente único porque ha ido evolucionando camino de la estupidez de manera inexorable. Antiguo fanático de Felipe González, cada socialista que ha ido pasando por La Moncloa le ha parecido mejor que el anterior hasta llegar al éxtasis que le produce su actual habitante Sánchez, al que califica sin rubor como el mejor presidente español de la historia. Abducido por completo, ya piensa que González es una excrecencia del pasado, un estorbo en la senda hacia la gloria emprendida por el sátrapa que nos gobierna.

Me gusta esta clase de compañías. Permiten entender por qué incluso el socialismo destructivo que nos gobierna tiene un notable suelo electoral. En la mayoría de los casos, un suelo biográfico. Pero el masoquismo ejercido en extremo entraña algunos riesgos y no es el menor el que la porra que estás untando en el café con leche se te haga bola ante un comentario especialmente delictivo. Y esto me ocurrió el pasado sábado, cuando el gran Tico dijo muy campanudamente que Sánchez ha conseguido que no haya paro en España, y que el que no trabaja es porque no quiere.

Este señor se pasa todo el día oyendo la Ser y viendo Televisión Española, y, claro, allí llevan tiempo elogiando el espectacular comportamiento del mercado laboral desde la reforma impulsada por la vicepresidenta Díaz. Naturalmente, esta es una de las falsedades más de estos tiempos oscuros que acabará destapándose a no tardar, porque todas las especificaciones recogidas en la nueva norma acabarán generando desempleo en menos que canta un gallo, y es más, han impedido que se crearan los puestos de trabajo que habrían correspondido con una economía que este año acabará creciendo más del 4% aunque entrará en recesión en 2023.

La prohibición de hecho de los contratos temporales ha generado una legión de trabajadores fijos discontinuos, que no contabilizan como parados aunque estén inactivos, pero sí tienen derecho a subsidio de desempleo. Desde el punto de vista propagandístico, la jugada es maestra porque permite esconder las cifras reales de desocupados y al Gobierno presumir de una estadística que no se corresponde con la realidad. Y esta mutación regulatoria tiene además el efecto perverso de impedir una comparación homogénea con los años anteriores, evitando una comprensión cabal de lo que está sucediendo.

Hay algunos hechos, sin embargo, que no se pueden ocultar, como que el número de horas trabajadas está reduciéndose ininterrumpidamente y ni siquiera ha regresado a los niveles de 2019, que ya venía siendo el más bajo de la historia. Aunque le pese a Tico, ahora se trabaja de media en España un 10% menos de lo que era tradicional en el país. Pero su argumento pedestre sobre que el paro es en muchas veces ficticio no anda falto de razón en algún aspecto. El problema es que es así a causa de las legislaciones sucesivamente aprobadas por los suyos. Los socialistas. Un subsidio de desempleo generoso y duradero como el que tenemos aquí disuade a las personas de buscar activamente empleo. Todas las ayudas aprobadas en forma de ingreso mínimo vital, bonos jóvenes y ayudas de cualquier índole desincentivan la empleabilidad sencillamente porque no compensa, sobre todo, si su percepción se puede completar con el recurso a una economía sumergida que campa a sus anchas.

A esta aberración hay que sumar todas aquéllas que se le han ocurrido adicionalmente a la vicepresidenta Díaz, comunista, abogada laboralista de la peor estirpe e hija preclara de un sindicalista. ¿A qué puede saber este cóctel? Pues a odio puro y duro contra las empresas. Así, el restablecimiento de la prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa, así como la recuperación de la llamada ultra actividad de los convenios colectivos, que obliga a prorrogarlos cuando expiren hasta que sean sustituidos por los nuevos cuando a los sindicatos les dé la gana, aumenta los costes de las empresas, privadas de libertad organizativa y crecientemente recelosas de aumentar sus plantillas.

Todas estas decisiones erróneas, más las subidas de los impuestos a las compañías o la amenaza de volver a elevar el salario mínimo interprofesional, a pesar de los informes en contra que guarda en el cajón la señora Díaz para sostener sus prejuicios ideológicos contra viento y marea, aunque perjudiquen a los jóvenes y a las clases en situación más precaria a las que dice proteger explican que haya una tasa de paro tan elevada en España, la más alta de cualquier otro país de la Unión Europea desde tiempo inmemorial.

La pronta llegada de la recesión activará sin duda todos los efectos nocivos inscritos en las disposiciones legales aplicadas por la señora Díaz y de la que tan orgullosos están todos los miembros del Gobierno -incluso los presuntamente doctos como Calviño y Escrivá- con el presidente Sánchez a la cabeza. De momento, ya sabemos que las afiliaciones a la Seguridad Social en octubre serán próximas a cero, según ha adelantado el propio ministerio, y los datos sólo pueden empeorar en los próximos meses. En estas condiciones tan lamentables ya ni extraña que la mayor parte del empleo que se ha creado en este tiempo haya sido a cargo de las Administraciones Públicas, y que este país se vaya convirtiendo poco a poco en un territorio esencialmente funcionarial, fomentando una cultura perversa en contra de los empresarios y esencialmente desalentadora de la iniciativa privada y del emprendimiento, presidida por la aversión al riesgo y la aventura. Lo natural es que, con este caldo de cultivo, las sociedades queden inermes, dependientes y cautivas del Estado, que ha pasado, por mor del socialismo, de ser la entidad de última instancia, de último recurso, a convertirse en el protagonista principal de la vida pública.

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