Macron chantajea a Ciudadanos

Macron chantajea a Ciudadanos

Una confesión inicial: personalmente la Masonería, que tantos ríos de tinta ha consumido históricamente en España, me trae por una absoluta higa. Conozco a masones que no pasarían con solvencia el temido -ahora- examen de selectividad, y he tenido amigos claramente socios de la Hermandad. O sea, que conozco de todo. Me he leído con voracidad libros y libros sobre esta secta, que a mi juicio lo es, y algunos me han parecido una elegía para tontos y otros una diatriba para iletrados. Es decir: que no creo en la Masonería aquí en España como un “lobby” grandioso e influyente  que mueva gobiernos y economías, pero sí creo que por ahí fuera, hablo básicamente de Francia, las cosas funcionan exactamente de otra manera. Y están funcionando.

Hace algún tiempo, Manuel Valls, el antiguo primer ministro galo, hoy concejal electo de su ciudad natal, Barcelona, desmintió en un par de ocasiones su pertenencia a logia alguna, aunque admitió que en su segunda juventud, quizá ya en su primera madurez, perteneció en Francia a la, digamos, institución. Valls, como tantos “cabeza de huevo” del país vecino, han tenido relaciones con la Masonería y no se arrepienten de ello.

Pero lo cierto es que, por sorpresa, hace un par de años Manuel Valls cruzó la frontera y se vino a España y, desde el principio, aseguró tener dos objetivos: el primero, impedir, según sus fuerzas, que Cataluña tomara el rumbo espantoso de la independencia; el segundo, más alambicado, aunque más al alcance de su mano, intervenir en la política española con un partido de centro, llamado liberal, como Ciudadanos. Su primer propósito, explícito y arriesgado, está por cumplir porque ya se sabe que los sediciosos independentistas siguen erre que erre con su cantinela rebelde. El segundo, lo la conseguido sólo a medias; él y Rivera, tan pronto se aman como se desdeñan, y ahora mismo parecen separados por estrategias inconexas y, desde luego, muy diferentes. Claro que, aparte de estos objetivos, Valls asegura tener otro; a saber, que el centroderecha español (él se sitúa más orgánicamente en el centroizquierda) no caiga en la tentación de aliarse o, como se dice por Andalucía, “andar en coplas” con el que él denomina, junto con muchos más, el “nuevo fascismo español”, es decir: Vox.

Y aquí entra en juego la larga mano de Macron. El presidente francés que, al menos en teoría, quiere presentarse como jefe político de ese conglomerado difuso que atiende en Estrasburgo y Bruselas por Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa, no acepta de ningún modo que Ciudadanos culmine pacto alguno con Abascal y demás cuadrilla.

¿Por qué? A él lo que suceda en España, pongamos que en Zaragoza, le trae por un pasmo, él que necesita -ya está dicho- es encabezar un movimiento europeo para influir tanto en las políticas de España como en las de Alemania, países que, tras el Brexit británico y el caos italiano, son con toda certeza los más fuertes de la Unión Europea. Ya ha pactado con el insoportable Sánchez el reparto de papeles: “Tú mandas en los socialistas y yo en los liberales y así nos ponemos de acuerdo para que los penosos democristianos del Partido Popular Europeo no nos den la lata y la ultraderecha sea considera una fuerza marginal en el Parlamento de la Unión”.

Por eso Macron y su amigo Valls se están gastando, como si les fuera la vida en ello, en evitar que Rivera, el político “yenka” (izquierda, izquierda; derecha, derecha; delante, detrás, un, dos, tres) del universo político hispano, se avenga a un pacto a tres en un montón de plazas y deje fuera a los socialistas, algo que a Macron y a su ralea masónica francesa les viene mal, pero que muy mal, para conformar sus supremacía en Europa y, desde luego, para continuar haciendo prósperos negocios en nuestro país.

Todo esto es tan evidente que no precisa de mayores aclaraciones, sobre todo después de conocerse la catástrofe electoral que ha sufrido Macron en las pasadas Europeas de Francia donde la ultraderechista Le Pen le ha comido definitivamente la merienda, incluso en estancias obreras donde siempre dominó el casi extinto Partido Socialista. Ahora el dúo Macron-Valls chantajea sin piedad a Rivera y tiene la osadía de intervenir en España como si esta Nación fuera una sucursal de la Plaza de la Concordia parisina. Y escribo “concordia” con toda intención porque ya se entiende que este término es sobado y requetesobado entre la grey masónica de todo el mudo.

Menos mal que desde Ciudadanos, siempre cegados por la refulgencia del astro francés, le ha salido al dúo un recién llegado respondón: Marcos de Quinto, que ha llegado a la política con la fortuna hecha como debe, y que, en consecuencia, no se aturulla ni ante nada, ni, espero, que ante nadie. A Macron, rodeado de masones por todos los flancos, ya le ha afeado la conducta de estos dos “parvenus” que no tienen inconveniente en que el PSOE se dé el morro con los filoterroristas de Bildu en Navarra y abjura de un acuerdo con un Vox que, que yo sepa, no ha hecho de la violencia una manera de subsistir en la vida. ¿Qué harían Macron y sus masones en el País Vasco-francés si su partido intentará pactar con los etarras indígenas? Bien hará por tanto Rivera de no ceder a las presiones del dúo letal antedicho y terminar cuanto antes esta juerga de “aquí sí, aquí no” que tiene a su electorado muy confundido y a punto, si hay otra convocatoria, de volver donde solía; es decir a la casa-madre del Partido Popular.

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