El largo adiós de Torra

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El actual presidente de la Generalitat es ahora mismo un “zombie” que choca con las pocas puertas abiertas que quedan, el náufrago agarrado al salvavidas que le prestan los CDR, ya a punto de sumirse en el agujero negro de la inhabilitación, según dictamine dentro de poco el Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña. Una errática noción del tiempo no nos permite saber si su adiós va a ser breve o largo pero no va merecer ninguna salva de honor por parte de nadie, por mucho que lo espere, como todo redentor. Es una suerte de ‘Terminator’ nativista de videojuego, destrozado por una carabina láser. Se irá, más pronto que tarde con una secuencia de olvidos, imputaciones y descrédito casi ritual.

Su paso por la vida pública lo trazan acciones fallidas y desacatos y, como clímax, esas imágenes de Barcelona con barricadas, hogueras y encapuchados. Torra se ha desentendido, hasta ahora de forma impune, de que a la sociedad plural le sale muy caro no contar con una ley inexorable: sin orden no hay libertad. No extrañe porque él va mucho más allá de neopopulismo identitario y excluyente. Su apuesta es por lo absoluto; su ídolo, una nación que no sabe si lo fue ni lo que eso significa; sus enemigos, el Derecho, la monarquía y las Cortes de Cádiz. Sus aliados le han llevado dócilmente al antisistema.

Ahí está Torra, sombra de lo que nunca será, personaje hispanófobo de una tragicomedia cuyos comparsas en la revuelta incluso le aventajan en uso de la táctica. Amedrentado, seudo-heróico, impersonal, sin carácter ni sentido de la realidad, sin respeto a las urnas y a sus conciudadanos, ese político sedentario tan devoto del caos confía en la perfección orgánica de la nación irredenta, abierta al bullicio de esos traviesos chicos CDR, con la CUP a punto de tener escaños en el Congreso de los Diputados.

Lo que vayan a votar las gentes de orden en Cataluña es una incógnita central. Pero lo que no harán es sumarse a la patochada de hacer cola para ser un auto-inculpado, del mismo modo que todavía causa estupor que el máximo representante del Estado en Cataluña haya dañado tanto el país real en nombre de una entelequia que ya es irrespirable. Añorar una Cataluña que nunca ha existido te lleva a pedir un referéndum cuando los viejos compañeros de viaje intentan, muy ambiguamente, desligarse del unilateralismo y aminorar un victimismo que con Torra se ha hecho exponencial y altamente combustible. Presenciamos la escena folletinesca de ERC “versus” JxCat aunque vayan de la mano en el intento de escrache al rey.

Sartori dice que democracia no significa que el pueblo siempre tenga razón sino que es el pueblo quien tiene derecho a equivocarse. En la democracia plebiscitaria pierde sus contrapesos la democracia representativa mientras ganan ventaja el neopopulismo y una reactivación de la política de masas por las arterias del gran sistema digital, segmentado y centrifugado por la desacreditación del bien común. Cariacontecido y ausente, con aspecto de no entender nada, ese “zombie” transita los pasillos de la Generalitat sin que nadie le vea ni le haga caso. Torra tiene que irse ya pero, como ocurre en la república romana, por ahora no existe un Bruto que acepte empuñar la daga. Va a encargarse la ley.

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