La justicia no es igual para todos
Vista la sentencia sobre el caso Nóos y la polvareda social y política generada tras la misma, es un hecho que Iñaki Urdangarin quedará para la historia como un delincuente. Leídos y analizados los argumentos del tribunal sentenciador, ha quedado acreditado que el marido de Cristina de Borbón se sirvió de su estatus civil recién adquirido para hacer dinero. Mucho dinero. Elevado, por obra y gracia del amor de una Infanta, de la categoría de balonmanista olímpico a yerno del entonces Rey de España y cuñado del hoy Jefe del Estado, ‘Urdanga’ (el guapo) se asoció con su profesor de ESADE y cerebro de la trama, Diego Torres (el listo) para urdir un complejo entramado societario con el que dar ‘sablazos’ a alcaldes y presidentes autonómicos, que jamás hubieran osado negarse a sus pretensiones —visto de quien decían venir— y amasar una considerable fortuna para poder comprar y reformar su castillo casi real en Pedralbes.
Iñaki ‘Urdanga’, un campeón en el deporte pero un desclasado al fin y al cabo, necesitaba triunfar en el mundo de los negocios y demostrarle a su mujer, a la Familia Real, a la sociedad española en su conjunto y, especialmente, a sí mismo, que él no iba a ser un marido florero. Ego desmesurado, labia y apostura, le sobraban. Audacia y falta de escrúpulos, también. Una ambición sin límites que acabó provocando un terremoto cuyas réplicas se han dejado sentir durante años en la familia real con efectos demoledores, provocando un desprestigio a la institución tal vez irreparable. La decisión de la Audiencia Provincial de Baleares de dejar libre a Urdangarin, sin imponerle siquiera la fianza que solicitaba la Fiscalía y sin llegar a retirarle el pasaporte, como sí se ha hecho con Torres, ha desatado la polémica y ha creado una notable alarma social, traducida en una miríada de mensajes en las redes sociales. Hoy más que nunca la pregunta más reiterada en la calle es si la Justicia es o no igual para todos. Hace ya muchos años, mi profesor de derecho penal, en el momento de examinarme y respondiendo precisamente a esa duda me dijo: «La ley es igual para todos, pero la justicia no». Y es que la justicia se sustenta en dos factores: derecho y proceso.
El derecho es igual para todos pero el proceso no. Por cuanto la jurisprudencia ayuda, o debería ser siempre una ayuda fundamental para que haya una homogeneidad de sentencias en situaciones similares, es evidente que es muy difícil que la justicia sea igual para todos. En el caso de juicios mediáticos como éste, es todavía más complicado por el evidente ruido social y la inevitable presión e influencia que los medios de comunicación y opinión pública ejercen en todos los diferentes actores involucrados. Nadie duda de que todos los ciudadanos tenemos que acatar las sentencias, pero es evidente que en algunos casos puede resultar difícil. Más si hay sospechas de presiones desde arriba.
Para muchos, el hecho de que Urdangarin y la propia infanta se hayan sentado en el banquillo debería ser razón suficiente como para dar una general satisfacción respecto a nuestra justicia, siendo además muy probable que Urdangarin sí llegue a ingresar en prisión si así lo considera el Tribunal Supremo en la sentencia definitiva. Pero es inevitable que los ciudadanos expresen su perplejidad. Al menos por el momento. Es inadmisible que se pretenda que en estos casos no haya juicios paralelos. La gente tiene derecho a opinar y los medios a informar. Ser personaje público conlleva algunas ventajas pero en la mochila trae alguna piedra que en el anonimato no existen.