Jaque a la monarquía constitucional

Jaque a la monarquía constitucional

Es relevante el papel que la Constitución otorga a la monarquía parlamentaria como forma de Estado. Más allá de la concreción de las funciones reconocidas en el Título II de la Carta Magna -«De la Corona»-, bajo la premisa de que «el Rey reina, pero no gobierna», como corresponde a un régimen democrático y parlamentario, lo indiscutible es que la Corona es la piedra angular sobre la que se asienta todo el edificio constitucional.

Lo tienen claro los enemigos (y digo bien, «enemigos») de España -separatistas, populistas bolivarianos de ultraizquierda y sucesores políticos de ETA- cuando centran sus ataques políticos en la deslegitimación democrática de la Corona. Saben muy bien que «el Rey es el Jefe del Estado y el símbolo de su unidad y permanencia» y, por tanto, la pieza a batir para avanzar en sus proyectos políticos disgregadores de la Nación.

Un cambio de régimen para acceder a una  Tercera República, solo sería imaginable en la hipótesis de un proceso  revolucionario, ya que la mayoría cualificada y todo el procedimiento requerido constitucionalmente, es inalcanzable en circunstancias mínimamente normales. Y ello es así porque los constituyentes tenían muy claro que la Historia de España de los últimos doscientos años, es lo suficientemente expresiva de nuestra identidad nacional como para no jugar a ser aprendices de brujo. Recordemos que durante el siglo XIX, sin pretender ser exhaustivos, desde la Revolución Francesa y la subsiguiente invasión napoleónica, hemos vivido tres guerras civiles -las tres carlistas-, seis constituciones, una revolución autodenominada «Gloriosa», un cambio impuesto de dinastía, y hasta una república federal y cantonalista, para que no faltara de nada.

El pasado siglo XX está algo más presente en nuestra memoria colectiva, aunque no lo suficiente, gracias a la labor de la memoria histórica -y ahora «democrática» y obligatoria- y a la LOGSE, que explican la ignorancia existente al respecto, especialmente entre las jóvenes generaciones. Algo muy grave, ya que «no se puede amar lo que no se conoce» -o se conoce mal-,  y es precisamente lo que sucede, para nuestra desdicha nacional. A Bismarck, «el canciller de hierro» y autor de la unificación alemana, se le atribuye esta frase relativa a la fortaleza de España: «Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos intentando autodestruirse y no lo ha conseguido…». Posiblemente sea apócrifa, pero podría ser verdadera, y por ello tan conocida como repetida, porque es reflejo veraz de nuestra Historia.

Con estos precedentes, no sorprende que las pulsiones autodestructivas no cejen,  pero la novedad es que ahora procedan del propio bloque político que sustenta al Gobierno y que ha diseñado una estrategia de reacción, conscientes de la nefasta experiencia republicana que dificultaría enormemente alcanzar su objetivo. La operación exige la imposición previa de un relato falsario de lo acontecido, impuesto por ley,  comenzando por la escuela y  llegando a todos los ámbitos de la sociedad, desde los medios de comunicación a la universidad, para crear la imagen de un pasado republicano idílico y ejemplar en su democrático proceder, frente a la «ilegitimidad de la Corona por su carencia de origen democrático y su corrupción». El acoso y pretendido derribo de la institución es la hoja de ruta de los 56 diputados de diversas fuerzas políticas que, liderados por el Vicepresidente Iglesias, dan la mayoría absoluta a los 120 escaños sanchistas.

La república vasca de Otegui, la republiqueta de Puigdemont y Rufián; la confederal, plurinacional y plurilingüe de Iglesias, tienen que romper el muro de contención que es la Corona para poder tener alguna oportunidad de materializarse. La Historia general, y particularmente la española, son pródigas en ejemplos de cómo lo que parecía utópico se hizo realidad contra todo pronóstico. Estamos ante la tormenta perfecta, con Sánchez en la Moncloa y una oposición en disputa permanente entre ella misma por alcanzar su primogenitura. Con D. Juan Carlos, artífice de la Transición, en Abu Dhabi sometido a una elaborada operación de deslegitimación, el Rey aparenta estar solo, aunque en absoluto lo está. Mientras, Sánchez e Iglesias lamentan que sea la derecha la que le defienda de sus ataques, que son los suyos: frontales del uno y ladinos del otro.

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