La imaginaria descendiente del Dante

La imaginaria descendiente del Dante
La imaginaria descendiente del Dante

Amoroso, burlón, sentimental, ardiente, pensativo, voluptuoso, apasionado, lleno de picardía. Mi vampiro murió en los mares, pero acaba de resucitar. Popularizó sus encantos y sucedió lo esperado: se hizo popular. ¿Hay algo menos sofisticado, exquisito y apetitoso que lo que está al alcance de la gente con menos desarrollo cultural? En su estancia en los mares, aprendió los secretos de la tumba, traficó extraños tejidos con mercaderes de Oriente y conoció a Leda, a la que enamoró perdidamente. Ella murió con sus labios cerrados por un secreto. Él volvió a la superficie. Me buscó y me encontró hilando el ovillo de la imposibilidad, tratando de borrar sus siglas de mi órgano central, ése que actúa como impulsor de la sangre. Hablaron los colores, con voz profunda y vibrante, para entablar la lidia con la idea que rige este texto y que aún no ha salido a la luz. Tengan paciencia.

Escribo columnas en este periódico desde hace años. Fue Jaime el que me invitó formalmente al baile. Al asomarse a mí, creo que intuyó las lámparas forradas de seda rosa para disminuir los efectos de la intensa luz, excesivamente intensa en muchos casos. Jaime me da lo más preciado que se le puede dar a un escritor: libertad. Escribo, y lo juro y perjuro, cada semana de lo que me da la realísima gana. Cualquier honesto enamorado del periodismo más puro pensará que cómo es eso posible, que lo mínimo es que un columnista toque algún resquicio de actualidad. Pues sí, lo voy a tocar, hoy no anuncio tempestades. No pierdan de vista que el ridículo es más cortante que la guillotina. Cinco años estuve contoneando mis caderas por los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Información, así que algo de derecho a ejercer esta profesión tengo.

Organizar el genio de un escritor es una tarea complicadísima. Ni que decir tiene que cuando llega la febril excitación creadora ese genio es capaz de llevarse a cualquiera por delante. Lo habitual, para los que han conseguido una carrera más o menos exitosa, es que haya algún alma disciplinada detrás, que calme y ordene a la fiera. Los que rozan la capacidad literaria, pero no llegan a despuntar -evidentemente, el 99%-, despluman estos caracteres propios de los que fueron dotados con ese genio. Se mofan, ridiculizan, no entienden (pero querrían), su identidad calcada a la de tantos otros despierta esas bajas pasiones de mortales penosos e insulsos; algo así como una fantasía geométrica, que se resuelve con ecuaciones algebraicas y cuya exposición parece un alegato judicial. Algo aburridísimo para los amantes de los enigmas de la esfinge.

Saliéndome del carril, que es lo que mejor se me da en esta vida, enlazo ahora con unos papeles llenos de apuntes breves, casi ilegibles, puros jeroglíficos que únicamente su autor hubiera podido descifrar. Me los enseñó Victorio. La idea palpitaba aún en aquella cabeza privilegiada. Cautiva, silenciosa, intimidada, los miré. Soñé por un momento con unos textos de prosa poética, musical, tan flexible y tan maleable que pudieran adaptarse a todas las actitudes líricas del alma, a las sinuosidades del ensueño y a las inquietudes de la conciencia. Lucchino acertó en su comentario: “La voluntad debe ser pauta de inspiración para alcanzar en el arte la exactitud matemática”. Y cumplí un sueño, y estoy cumpliendo un sueño. Presento mi último libro en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en su majestuoso salón de actos, el cielo para mí. Cada uno cumple en forma magnífica y humilde con su papel predestinado; y el mío, este martes, estará allí con ellos, y con usted si quiere compartirlo con nosotros. Amo siempre tiernamente al arte y a la literatura, pero más, mucho más, en este reinado mío efímero y chispeante, y más ahora que mi vampiro ha resucitado.

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