Iglesias y Sánchez, la esencia del mal… y del odio

Iglesias y Sánchez, la esencia del mal… y del odio

Hace solo unos meses, en una comisión parlamentaria, el vicepresidente Iglesias llamó “golpista” a Iván Espinosa de los Monteros. Me parece que fue una enorme acusación. Cuando éste decidió abandonar la sala por la ofensa, Iglesias le dijo “cierre la puerta al salir”. Así, con el matonismo que le caracteriza, con la impunidad colosal de la que disfruta. No me consta que Àngels Barceló, la de la SER, se rasgara las vestiduras por este episodio infame, ni que tampoco el diario El País, de la misma empresa, se sintiera conmovido por este alarde de odio al adversario.

Es más, al hilo del abandono de Iglesias del debate que se celebró la semana pasada en la cadena más obscena de la radio española y en la que Àngels Barceló, que mucho más que periodista o moderadora es una activista le insistía “Pablo, Pablo, quédate”, al Grupo Prisa le sigue pareciendo que el ataque de Iglesias a Espinosa de los Monteros en su momento se había hecho “con sorna” -sábado 24 de abril, El País de 2021, página 14-. Es decir, que se hacía en un tono burlesco y por tanto aceptable.

Cuando Iglesias se fue del debate de la SER, al que no acudió con buen juicio la señora Ayuso, el PP de Madrid publicó un tuit en el que decía “Cierre la puerta al salir”, recordando el episodio que he relatado. Pero el pusilánime de Pablo Casado ordenó que lo retiraran al instante, no fuera que lo acribillaran a balazos. Así no ganará las elecciones generales jamás por la sencilla razón de que está rendido al discurso del adversario, ha aceptado la superioridad moral de la izquierda, está anegado por el pensamiento políticamente correcto, contaminado por el centrismo atroz, que es la nada, y abducido por el progresismo campante.

Yo estuve muy atento al debate que se celebró en Telemadrid entre todos los candidatos a la presidencia de la Comunidad. El que peor estuvo de todos, y creo que soy objetivo, fue el señor Iglesias. Se enredó en una maraña de datos que eran todos antiguos o directamente falsos e hizo una vez más alarde de su soberbia. Creo que hizo un ridículo espantoso. Sobre todo, porque allí sobrevino Mónica García, la candidata de Más Madrid, que tiene igual de pocos escrúpulos que él, que dice las mismas monstruosidades, pero que se maneja mejor ante la cámara. Y además vende que es médico y madre, para provocar el estúpido sentimentalismo general, aunque, básicamente, es una anestesista liberada sindical que ha estado de baja durante toda la pandemia y que está determinada a destruir el sistema sanitario público de Madrid y principalmente esa obra del Isabel Zendal que es como las pirámides de Egipto.

De manera que, como todas las encuestas dan fatal al señor Iglesias, y que esta apuesta suya por librar la batalla de Madrid tiene mala pinta, el ex vicepresidente estaba obligado a dar un golpe de efecto, y éste era la carta amenazante con cuatro cartuchos que le habían enviado, y que le sirvió para montar el esperpento con la candidata de Vox, Rocío Monasterio, que estuvo francamente genial. Ante la arremetida de Iglesias, contestó que ella condenaba todo tipo de violencia, pero que la credibilidad de este tipo siniestro era equivalente a cero.

Iglesias no padece la violencia. La instiga, la alimenta y jamás la condena. Promotor de los escraches, a los que llamaba jarabe democrático, se propuso sancionar legalmente el insulto y la ofensa, justificó la lapidación de Vox en su mitin en Vallecas, lo mismo hizo en el caso de Navalcarnero, y mucho antes ha defendido a sus jóvenes secuaces que tiran adoquines a la policía. Ha blanqueado al terrorista Otegi y a los independentistas catalanes, y, en fin, es un provocador que fue al debate de la cadena SER dispuesto a montar el espectáculo para recuperar el protagonismo que ya es incapaz de despertar por sus contradicciones personales, por su incapacidad política como gobernante y por su falta de empatía con, digámoslo así, la clase obrera.

A pesar de todas estas evidencias, el diario El País ha iniciado una campaña infame contra Vox, que es un partido memorable, enganchado inmarcesiblemente al constitucionalismo y defensor de la sociedad abierta. Le acusa de propagar el discurso del odio y de la hostilidad, y presiona al PP de Casado, al que fustiga a diario sin causa, para que reniegue de la posibilidad de gobernar con las huestes de Santiago Abascal. Esta es su actual cruzada. La de establecer de nuevo un cordón sanitario, que es una inclinación consustancial al socialismo para detener al adversario, que considera xenófobo, machista, negacionista del cambio climático y de todos los lugares comunes de la izquierda que deben ser aceptados ‘manu militari’. “Han cruzado una línea y será la última que crucen”, ha amenazado el Gran Timonel.

Pues bien, yo haré en este momento una confesión. Creo que los menores no acompañados que nos cuestan más de 4.000 euros al mes, a los que por el mismo precio podríamos enviar a un internado en Suiza, y que no crean más que problemas de orden público deberían ser deportados a sus países de origen para que volvieran a vivir con sus padres a cargo del presupuesto de Marruecos y del resto de los estados que los exportan. Soy machista si así se considera que los hombres no son culpables sin juicio ni sentencia de los atropellos de los que les acusan en ocasiones las mujeres aprovechando el ambiente favorable a sus eventuales delirios, o si se cree que el sexo femenino tiene que ser discriminado positivamente en el trabajo.

Pienso que el cambio climático tiene poco que ver con la acción del hombre, y que es un fenómeno natural empíricamente probado a lo largo de los siglos, que ahora se usa crematísticamente, para beneficio de las empresas interesadas en explotar este filón y de los espabilados de turno. Y finalmente pienso que el principal generador de odio, de división social y de discordia civil en España es la izquierda. Lo empezó a ser desde que llegó al poder Zapatero, esta deriva ha seguido yendo a peor con Sánchez y tiene un acompañante privilegiado en el señor Iglesias, que jamás ha creído en la democracia, de la que ha declarado demasiadas veces que hay que tomar por asalto. Después de tantos años, y de los fracasos correspondientes, el señor Iglesias sigue queriendo hacer la revolución, sin importarle el crimen en que se pueda incurrir para llegar a triunfar.

¿Y por qué ‘Sosoman’ Gabilondo ha picado en el anzuelo? ¿Por qué está la izquierda tan nerviosa y conturbada? Por varias razones, y vienen de tiempos remotos. Desde que provocó y luego perdió la guerra civil, una vez llegada la democracia y alcanzado el poder con Felipe González, el socialismo llegó a pensar que le correspondían al menos otros cuarenta años en el poder, como a Franco. En segundo lugar, el socialismo no puede soportar otra derrota en Madrid, que representa el espejo cóncavo de todo lo peor que da de sí el ‘sanchismo’. Aguanta mal la libertad, que como decía el Quijote a Sancho es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, y por la que, así como por la honra -de la que siempre han carecido los socialistas- se puede y se debe aventurar la vida.

Y finalmente, porque no tolera que la derecha sensata, eficaz y corriente que representan Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio de Vox tenga la desvergüenza de decir lo que piensa, por una vez en la vida, y en hacer lo que le conviene. Hasta ahora, la dictadura izquierdista tenía a la derecha humillada, agazapada o postrada ante los mantras del progresismo universal. Y resulta que han venido unas señoras que han dicho ‘NO’. Que hasta aquí hemos llegado.

Y lo fastuoso del caso es que esta derecha tiene predicamento y concita el entusiasmo general porque, a diferencia de las élites de la izquierda caviar, ha interiorizado los problemas de la gente normal, porque respira igual que ellos, y porque tiene soluciones mucho más eficaces para procurar el bien común y el progreso general de los ciudadanos.

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