El hombre como corderito degollado
¿Qué hace que un hombre sano y corriente acepte que es por naturaleza un enemigo de las mujeres? Porque eso es lo que significan tanto «violencia de género» como «violencia machista», y es terminología que usan dócilmente la gran mayoría de ellos, y no sólo los tontos de la izquierda. Estos días ha habido un festival de autoinmolaciones a la que se han entregado, gustosos, tanto políticos como periodistas de la derecha «liberal». Metidos en una espiral suicida, han decidido que la mejor manera de marcar distancias con Vox es asumir los conceptos más erróneos, injustos y acientíficos del progreísmo. La superioridad moral del mismo les tiene absolutamente cautivos.
Así hemos escuchado al líder del PP, Alberto Núñez Feijoo, proclamando que la «violencia de género» existe, como si sus adversarios aplaudieran que algunos hombres agredan a sus parejas femeninas hasta matarlas. También vi al razonable y casi osado a veces en Antena3 Vicente Vallés escribir en La Razón del día 19 de junio afirmando que negarla es casi tan estrambótico como decir que «la Tierra es plana». Los moderados o «centristas» se aferran a modelos explicativos de la violencia doméstica basados en la idea de que la violencia física y el control por parte de los hombres hunde sus raíces en los valores patriarcales y el privilegio masculino, cosa que desmienten los estudios desideologizados. La evidencia del uso del control coercitivo por parte de las mujeres y que también esté presente en las relaciones entre personas del mismo sexo, evidencia que la «violencia de género» es una explicación incompleta de la violencia en la pareja.
Necesitamos estudios rigurosos que midan la perpetración femenina o la victimización masculina a manos de sus parejas, así como dejar de utilizar fuentes viciadas ideológicamente, especialmente las policiales o las hospitalarias. Las investigaciones que utilizan muestras de esta naturaleza están sesgadas. Los investigadores Straus y Gelles (1999) se refieren a esto como la «falacia clínica», que tiene como uno de sus efectos negativos que se extrapolen conclusiones de manera indebida a la población general. Las revisiones metaanalíticas serias encuentran una relación limitada entre los valores patriarcales y la violencia doméstica, o que el patriarcado sea el factor de riesgo más significativo. Antonia Carrasco, presidenta de la Asociación GenMad, que defiende a las víctimas de la Ley de Violencia de Género, afirma que se han hecho estudios en prisiones (no publicados) con hombres perpetradores de violencia contra sus mujeres que arrojan cifras mínimas, menos de un 5%, para casos donde una mentalidad machista o el patriarcado pudieran determinarse como causa de la agresión.
Este domingo 9 de julio, mi admirado José L. Torreblanca decía, en un periódico de gran tirada nacional, que Vox se trufó «de todos los adornos de las derechas radicales (clima, género, vacunas, globofobia, etc,)». Poner en un mismo saco tanto a autárquicos, euroescépticos, antivacunas y a quienes discuten con datos objetivos la ideología de género o el catastrofismo climático es, verdaderamente, no sólo injusto, sino suicida. ¡Incluso el debate sobre las políticas de la pandemia es necesario! ¿No sería mejor que, muerto Ciudadanos, la llama de la razón y de la ciencia la tomase el PP?
Yo voy a votar al PP porque considero que ahora mismo es la mejor opción que tengo a mano. Y la única manera de librarnos del funesto Pedro Sánchez de una vez. Pero lo voy a hacer con un moderado entusiasmo vistas las pocas ganas de coger algunos temas por los cuernos, como parece desprenderse las declaraciones de sus líderes. Yo no quiero que mis hombres se entreguen como «corderitos degollados» a una de las más perniciosas ideologías que nos han traído los últimos decenios.