Las guerras de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez
  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

He estado tentado de titular Las guerras de Gila para situar en contexto al lector ante la esperpéntica escalada de un PSOE que ha declarado la «alerta antifascista» ante las mismas opiniones que defendía unos días antes de las elecciones del 23J sobre la imposibilidad de una amnistía, por «inconstitucional», para borrar los graves delitos cometidos en el golpe de Estado por los ultras secesionistas.

Hasta dos días antes de la cita electoral, Pedro Sánchez se había jactado de pertenecer a la ultraderecha reaccionaria, de militar en el fascismo irredento, de formar parte de una legión de carcas, sólo por el hecho de propugnar la supremacía del Estado de Derecho ante quienes pretenden violentarlo.

Ahora los exégetas de sus declaraciones públicas nos han revelado que tras la apuesta de Sánchez por el sometimiento de Puigdemont al veredicto de la Justicia se escondía, no un demócrata de firmes convicciones, sino un facha redomado.

Que tras su negativa a toda posibilidad de amnistía a los responsables del golpe perpetrado el 1-O en Cataluña contra el orden constitucional, contra los derechos y libertades de los españoles, y contra la paz y la convivencia, se parapetaba, no un valiente defensor de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, sino el mismísimo semblante del franquismo. ¡Cosas veredes, Sánchez!

¿Tendremos que creer que el PSOE apoyó aplicar el artículo 155 de la Constitución contra los sediciosos para después inaplicar el 551 del Código Penal sobre los atentados a la autoridad que puedan causar lesiones graves, como el que sufrió un agente de la UIP en la plaza de Urquinaona en las protestas por las condenas a la cúpula del procés?

¿A esto se refieren cuando hablan del uso alternativo del Derecho? ¿A interpretar la ley al hilo de los supuestos cambios de la realidad que presuntamente se advierten bajo la perspectiva de los intereses mutantes del gobierno de turno?

¿En qué momento abrirle la cabeza a un policía con una pedrada pasa a ser, por capricho y designio del poder, un delito amnistiable por ser un acto supuestamente conectado a las consultas ilegales o a las protestas en apoyo de los encausados?

¿Acaso el cavernícola que arrojó la piedra no lo hizo precisamente para descalabrar al policía, simple y llanamente? ¿No fue esa la intención primitiva, valga la redundancia, de ese cafre cuando cogió la piedra, la lanzó y la incrustó en el casco del agente de la UIP? ¿A qué viene ponerle adornos a la acción de este animal para ahora evitarle la pena que se merece por bestia?

Ah, es que lo hizo por solidaridad con Puigdemont y Junqueras, dirán. Ah, es que soñaba con la paradisiaca Cataluña de la pureza racial, libre de charnegos, también de los socialistas. Ah, es que lo hizo para que luego fuera necesaria una Ley de Amnistía que garantice paz y amor, y que otros energúmenos como él no vuelvan a reventarle el cráneo a nadie… siempre que les den lo que piden.

¿Por qué defienden que la Ley de Amnistía está hecha para avanzar cuando se borran los delitos de quienes aplican la política de la edad de piedra? Avanzar, dice el texto presentado por el PSOE, «hacia la plena normalización [Junts presentará una propuesta de referéndum de autodeterminación en las Cortes] de una sociedad plural [«¡puta Espanya!»] que aborda los principales debates [exigen el pago de 456.000 millones de euros en concepto de deuda histórica del Estado con Cataluña] sobre su futuro [y 15.000 millones de propina por la deuda del FLA] mediante el diálogo, la negociación [este término lo impone Junts porque le da la gana, sin dialogar] y los acuerdos democráticos [Borràs también acordaba democráticamente dividir los contratos para adjudicarlos a dedo]».

Para terminar diciendo que «de esta manera, se devuelve la resolución del conflicto político [antes el conflicto era entre catalanes, y ahora ha pasado a ser entre españoles, Borràs dixit] a los cauces de la discusión política [el pacto con Junts «no es de legislatura sino de investidura»]».

Que la Ley de Amnistía es un auténtico disparate lo reconocía hasta el propio PSOE en su programa electoral para el 23J, hoy convertido en libro sagrado de la secta de los nuevos fariseos, pues debió de ser redactado cuando el recadero de Sánchez ya estaba negociando con Puigdemont en Bruselas cómo debían cocinar la Ley de Amnistía para que la Constitución dejara de serlo y pareciera un mejillón.

Allí, en ese programa electoral, desde ahora ejemplo paradigmático del papel mojado, qué digo, licuado, se llegaba a afirmar que «el número de personas contrarias a dicho marco constitucional ha descendido de manera abrupta en Cataluña». Pues, cullons, ¿por qué poner en solfa con la Ley de Amnistía un marco constitucional que era cada vez más apreciado por los catalanes?

-¿Os gusta cada vez más el marco constitucional, patriotas catalanes?
-Sííííí, amado Pedro, nos gusta cada vez más.
-Pues os fastidiáis porque ahora me lo cargo.

Me preocupa sinceramente la gran confusión que debe reinar en las filas del sanchismo. Tiene que ser muy duro estar cada día pendiente de las declaraciones de los corifeos de Ferraz para ver en qué momento se sincopa la interminable conga doctrinal de la que está poseído el PSOE como los afectados por el «baile de San Vito».

«Si antes defendíamos lo mismo que aquellos a los que ahora llamamos franquistas, ¿desde cuándo hemos sido franquistas sin saberlo?», preguntara algún veterano socialista. Y otro, henchido del nuevo método paranoico-crítico del credo sanchista, le responderá: «Desde que Gregorio Peces-Barba colaboró en la redacción de esa Constitución que ha servido de yugo para someter a los diferentes pueblos de Iberia e impedir su libre determinación?». Y el veterano sentenciará: «Ah, entonces no éramos franquistas, éramos romanos».

Y mientras tanto, Sánchez, embriagado de sí mismo, harto de cruzar líneas rojas, ha empezado a ponérselas en la cara como pinturas de guerra, declarando su hostilidad contra todo aquel que le diga precisamente que ha cruzado todas las líneas rojas, ya sean dirigentes históricos de su partido, magistrados eméritos del Constitucional, todas las asociaciones de jueces y una interminable caravana de españoles que ven que así no vamos a ningún lado. Todos ellos renuentes a aceptar que Sánchez rinda «Fort Apache» y deje a los españoles a la intemperie, en medio de un desierto bolivariano, para construir sobre sus cenizas, a medias con las tribus ultramontanas que odian a España, un nuevo «Fort Apachas» con derecho de admisión.

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