Girauta y la libertad de lo conservador

Girauta Vox

Girauta ficha por Vox y la carcunda envidiosa, dizque progre, asalta las redes en tromba -que es como hace las cosas la izquierda plebeya- para criticar su decisión, en ese espacio continuado de impunidad donde lanza su bilis esputable contra todo lo que no sea la secta abonada del régimen. A la tradicional ágora plebiscitaria que opina sin sapiencia ni conocimiento, se le unieron abajofirmantes de toda corte y condición, a los que, al parecer, molesta que el bueno de Juan Carlos regrese a la política.

Los iletrados que circundan la tertulianada de barra de bar y mesa de debate, apóstoles de la intolerancia que practican, un estatus perfecto para estafadores morales que van expidiendo carnets de demócratas sin vergüenza, incidieron, tras saltar la noticia, en la variedad de partidos a los que, en un determinado momento de su trayectoria, Girauta prestó su tiempo, ideas y talento. Quien lleva toda su vida pensando lo mismo y eligiendo en consecuencia a las mismas siglas, la evolución acaba por ser el oxímoron que justifica la continuidad de su voto y el sueldo nescafé.

Pedimos (con la boca pequeña, claro) que en política estén los mejores, hombres y mujeres instruidos en artes y letras, ciencias jurídicas y políticas, economía e historia. Personas que sepan construir dos frases sin que los cimientos de la RAE tiemblen ni el sentido común se suicide. Pero cuando llegan o regresan, enseguida aparece la España de caspa y cartón que condena el mérito mientras eleva a los altares el compadreo y la corruptela. Son esos feligreses de militancia impenitente que viven a gusto con los trincones de la sigla que, sin oficio, les dictan cómo pensar en nombre de ideales falsos o caducados.

Con Girauta pincha en hueso el dominio mediático y cultural del zurderío, que impone en connivencia con la derecha acomplejada y biempensante. A sus 63 años, la vida laboral en política de este catalán de Toledo se reduce a un lustro escaso, tanto en las instituciones europeas, adonde ahora regresa, como en el Congreso de los Diputados, predio en el que ejercitó su brillante retórica en incontables plenos y comisiones, a pesar de la constante incomodidad que la cochambre nacionalista le provocaba con sus exabruptos golpistas y tribuneros. Se ha ganado la vida bien fuera de la cosa pública, pensando, leyendo, escribiendo y dando la batalla cultural antes de que este término fuera la moda rumbera que cierta derecha política utiliza hoy de excusa semántica para que no reparemos en cómo ha abdicado de sus responsabilidades ideológicas.

Que un tipo sin peajes ni cadenas, reflexivo y libre mientras no se seque su verbo ni astillen sus ideas, decida volver a sacrificar su privacidad para dedicarse a mejorar la vida de los ciudadanos que quieren seguir siendo libres e iguales en España, merece todo el reconocimiento. Por eso le atacan vagos y ágrafos, conmilitones satisfechos de la esclavitud que el socialismo declara contra la humanidad allí donde gobierna. Por ello le temen quienes conocen de su desatada oratoria contra la izquierda de la catástrofe que representa el sanchismo y sus acólitos, contra el independentismo golpista y el nacionalismo abusón y en general, contra la podredumbre moral e institucional que el victimismo de causas fragmentarias ha instalado en la psique popular.

Compartí con él proyecto e ideas, y en más de una ocasión tribuna y foro, donde aprendí que la valentía siempre va acompañada de un manual contra lo establecido. Dije de él, en presencia de amigos y adversarios, que es la perfecta mezcla entre Jovellanos y Revel, el alma intelectual que necesita la derecha española, un Gramsci de nuestro tiempo que el liberal conservadurismo reclama para vender y venderse mejor. Como un fugitivo de lo políticamente correcto, su entrada como independiente en Vox para las elecciones europeas en un oasis de luz entre tanto adorador oscuro de mesías sin fundamento. Hay una Españita que llora el bajo nivel de nuestros representantes mientras saca lustre a su envidia secular cuando uno de los buenos llega para servir y no servirse. Y hay otra España que cura su prolongada indignación cuando ve a los mejores defender los valores y principios tradicionales que hizo a Reagan cambiarse de partido por la misma razón que movió a Chesterton escribir que la libertad estaba en lo conservador.

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