Ganará ETA y a la gente le parece bien

ETA

Dos vivencias personales absolutamente ilustrativas. Con perdón. Unos días antes -no puedo recordar la fecha- del asesinato, octubre 1980, del militante de UCD, Juan de Dios Doval, cené en un pueblo de Guipuzcoa con él y el entonces gobernador civil de la provincia, Joaquín Argote. Doval no era un tipo muy expresivo pero si nos transmitió la siguiente conclusión: «Si aparentamos que tenemos miedo a ETA ellos ya habrán ganado». Y añadió: «Aquí (se refería al País Vasco entero) ya se han hecho dueños de la situación, algún día dirán que los malos somos nosotros».

La previsión estremece hoy a la cronista. Doval fue asesinado fechas después por la la banda y ahora se entrevé la posibilidad, más que cierta, de que el jefe del comando que ordenó el crimen fue el hoy jefe de Bildu, Arnaldo Otegi. Segunda vivencia: un Gabriel Cisneros, diputado y ponente constitucional solo parcalmente repuesto del tiroteo que ETA perpetró contra él, nos contaba en el Congreso de los Diputados años después lo que sintió en el atentado de julio de 1979.

Era Cisneros un retórico, a veces parecía incluso que remilgado, especialista en diseños políticos muy precisos. Nos contaba esto: «Vi que venían a por mí, no me dió tiempo ni de rezar, me parapeté como pude tras algunos coches aparcados, y allí me resigné a mi suerte». Le preguntamos: «¿Viste a los terroristas?». Contestó: «Perfectamente».

Sobre este atentado, contaré algo más: cuando Gabriel Cisneros llegó al hospital, más muerto que vivo, le recibió un amigo, cirujano de Urgencias, que le practicó –él lo reconoció así– una intervención descomunal, «a barriga abierta en canal», me dijo. Le salvó la vida en aquel trance, pero Cisneros nunca volvió a ser el mismo. Le había intentado matar Otegi.

Porque hoy se sabe, o se intuye judicialmente mejor dicho, que Otegi, jefe ahora de Bildu, fue el responsable del asesinato de Juan de Dios Doval, y del ametrallamiento de Cisneros, y hoy se constata que de aquellos hechos la sociedad vasca –y también una buena parte de la española– no quiere saber nada.

Otra confesión personal: el cronista está harto de pulular por tertulias en las que, cuando surge la historia de ETA, los voceros de Sánchez y su ralea se irritan con la que ellos llaman directamente «la monserga de ETA». Llegan a más; llegan a intentar la vergüenza de los que, como el firmante, intentan denunciar la brutalidad histórica de aquella banda. No están sólos o entonces: ¿cómo se comprende que, en cinco días y con Otegi al mando, los sucesores de aquellos criminales vayan a ganar las elecciones vascas? Las encuestas así lo proclaman, y el miedo del PNV -el partido cómplice- así lo delata.

Es tan asombrosamente torpe la campaña de los nacionalistas que incluso temen a su propio electorado. La semana pasada la gente se mofaba del candidato Pradales Gil cuando, apenas bajado de la trainera que acompañaba a la gabarra del Athletic, corría a decir que iba a hacer una cosa parecida en Guipuzcoa porque comprendía que, a lo peor, los aficionados de la Real Sociedad se sentían enfadados. De los de Álava no habló nada porque debió recaer en que esa provincia no tiene mar. En tantos años en Ajuria Enea el PNV no ha conseguido obrar ese milagro. Ahora trata el PNV de vender gestión y miedo: lo primero llega tarde con la Sanidad y la Ertzantza en pie de guerra; lo segundo al electorado le trae por un higa. Esa sociedad es tan cómplice que no denuncia un doble hecho escalofriante: Bildu, o sea ETA, se ha permitido el lujo de realizar dos homenajes a dos terroristas especialmente sanguinarios a cien metros de donde fueron asesinados José Luis López de la Calle y Juan María Jaúregui. Nadie ha pestañeado.

Es más, y como aviso: estos días corre por lo entresijos de las campañas patidistas una especie envenenada: que el PSOE, si se le hunde el PNV, revitalice en Vitoria lo que ya se denomina  la «Pamplonada», o sea, que Sánchez, como en la capital de Navarra, ofrezca el Gobierno a los filoetarras. Esto es algo más que una especulación; es una posibilidad cierta.

Los corredores de todos los partidos están llegando al final sin aliento, como si todo el pescado, la victoria de Bildu, estuviera consagrada de antemano, a la meta volante del Paìs Vasco. La final queda relegada para el 12 de mayo en Cataluña. Las malas compañías, Sánchez en cabeza, le pueden atizar un buen zurriagazo al PNV y al aspirante Pradales. El personal ya tiene interiorizado que no pasa nada por votar a los sucesores de los asesinos, pero, eso sí, no se creen todavía que puedan gobernar los ahora chicos aseados de Bildu. Pues se siente: están a punto.

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