Una de fresas onubenses, escándalo transnacional

fresas Huelva

Hace falta tener poca vergüenza gubernamental para subirse al carro de un lobby extranjero interesado en acabar con las fresas de Huelva que, además, de ser de las mejores del mundo, dan de comer a más de 100.000 familiares en un territorio que no está precisamente sobrado de trabajo.

Convencido está el autor de algo obvio: a Sánchez las fresas de Huelva sólo le interesan cuando se las sirven en la mesa del Palacio de Doñana, cuando se va con su familia y amiguetes a disfrutar de lo lindo a costa del contribuyente. Ha dejado hacer en este tema, como en otros, a una de las peores ministras llegadas por estos lares, una tal Teresa Ribera, que antes que miembra del Gobierno de España es ultraactivista reconocida de la ultracosa. Resulta que a la ministra de la ultraminoría le agradece sus servicios el señor jefe del PSOE colocándola como número dos por Madrid. Si tan seguro está de sus bondades como ministra ejerciente, podría haberla colocado en alguna circunscripción andaluza, que por ahí le tienen mucho cariño.

El odio enfermizo que Sánchez profesa a los territorios hostiles hace tiempo que se pudo describir en Madrid. De paso, naturalmente, a sus dirigentes. Díaz Ayuso recibió sus caricias durante la pandemia y posteriores; ahora le toca el turno a Juan Manuel Moreno Bonilla. Subirse al carro de ese grupúsculo teutón y aceptar que vengan diputados del Bundestag desde el Gobierno de un país europeo, sí, pero también soberano, describe con justeza la catadura moral del mismo. Cómo habrá sido el asunto que los diputados alemanes nada más llegar a Madrid se percataron de la afrenta que suponía su visita y se largaron a toda prisa después de informarse de que España es un país en plena elección general.

Estas cosas, que no se pueden tapar, son las que hacen imposible cualquier intento, desde las calderas socialistas y gubernamentales, por poner en circulación la candidatura del satrapilla iracundo. Ya se lo dijo Otegi: «Sánchez cree que la gente es tonta». ¡Y de verdad lo cree!

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