Femininis, aliades y otros liberticidas

Alfonso Pérez feminismo

Alfonso Pérez Muñoz es un exjugador de fútbol. De los buenos. Sus quiebros en corto, regates en media baldosa y algunos goles importantes, como aquel de la Eurocopa del 2000 frente a Yugoslavia, le granjearon el cariño de un país donde los entendidos del tema superan siempre a los expertos en la materia. Su nombre se inmortalizó entonces en lo alto del recinto donde el Getafe atrinchera cada dos semanas sus partidos. Raro es el visitante que no lo pase mal en el Coliseum, un búnker de minas y soldados obedientes dispuestos al disenso deportivo. Bordalás es el verdadero guerracivilista y no Abascal.

Alfonso está siendo juzgado ahora por decir la verdad y contarla, por ejercer su libertad como ciudadano y ofrecer un punto de sentido común a tanto desbarre emocional y perceptivo de ese colectivo falso, totalitario, liberticida y tremendamente caro para el bolsillo ciudadano llamado feminismo. Que el Ayuntamiento de Getafe retire su nombre al estadio de fútbol porque uno de sus más ilustres vecinos ha dicho una verdad molesta es para que empecemos a reaccionar ya si no queremos que mañana todo pensamiento sea ejecutado y los siguientes seamos nosotros.

El penúltimo capítulo –con esta tropa siempre habrá un capítulo más de ignominia persecutoria y orwelliana– redunda en el esperpento al que han sometido a una causa que debiera ser admirable y dejó de serlo cuando estas reaccionarias de frenopático la hicieron suya. Esto ya no va de machismo o de defender a las mujeres. Se trata de censurar y cancelar a una persona por decir una verdad irrefutable, a saber, que los hombres ganan más dinero porque el fútbol masculino genera más ingresos que el femenino, que no paga mejores sueldos porque es deficitario, o dicho de otra manera: ni las mujeres lo ven. Esto en otro tiempo no sería noticia. Hoy se está juzgando y condenando en tribuna pública a un hombre libre que en dicho ejercicio expresa lo que cualquiera que no sea feminista ministerial o militante subvencionado cuestionaría.

Las propietarias de la secta y sus obedientes aliados rehusan ya que nos posicionemos en la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres, que es lo que ha hecho Alfonso. Ahora quieren que seamos un hembrista adelantado, un censor avant la lettre, un inquisidor de los buenos, o sea de los suyos. Y mientras más totalitario, mejor. No importa que violente el sentido común y la lógica, ni que la realidad desmienta tanto prejuicio estereotipado a sabiendas. Nadie desprecia más sus propias palabras que la izquierda, convencida de que su inmunidad ideológica le hará perdonarse tanta contradicción. Peor mientras tanto, la libertad va perdiendo adeptos y momentos para ser defendida.

El problema del feminismo es tomárselo en serio. Desde que fue reinventado por el ninismo iletrado, ser feminista es más una mancha sospechosa que una virtud defendible. O perteneces al grupo de aliados con intereses económicos o sexuales, o al de burócratas con ganas de cambiar el mundo de la razón por otro de percepciones sospechosas y alocadas. En cualquier caso, nada de lo que sostienen hoy las feministas se puede considerar feminismo. Por tanto, oponerse a ellas y a ello es una obligación moral si aún se quiere conservar la decencia y la sensatez.

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