Feijóo, no hay más PSOE que “éste”
Una vez, corría el año 1987, pregunté directamente al presidente Suárez: “¿Usted se fía del PSOE?” Esta fue su respuesta lacónica: “Yo, creo, soy un hombre decente”. No fueron necesarias más palabras. Años después, tras la brutal campaña que emprendieron los socialistas por la guerra de Irak, auxiliados en la ocasión con lo peor de cada casa, resucité esta pregunta, esta vez dirigida al entonces presidente José María Aznar: “¿Ha hablado usted con el PSOE sobre su postura respecto a este conflicto?”. Contestación un poco más extensa que la de su antecesor en la Presidencia del Gobierno: “No les ha faltado ni por un momento la información debida, otra cosa es que, después de haber aceptado el papel de España de no entrar directamente en la guerra, se hayan descolgado y se estén comportando de la forma más desleal que conozco”. Son estos dos recordatorios ejemplos de una constancia de la que el centro derecha español, primero UCD, luego el PP, nunca se ha terminado de enterar: antes, ahora y siempre los responsables de estos partidos han acudido a negociar con el PSOE de forma ingenua, casi infantil, o sea más o menos con un lirio en la mano y cantando con flores a María que madre nuestra es. Y, ¿qué se han encontrado en el frente opuesto? Pues con unos enemigos, no rivales, que, al estilo del indio Jerónimo, les han recibido con una navaja albaceteña entre los dientes presta a hincarla en el quinto espacio intercostal por donde se encuentra, centímetro más, centímetro menos, el corazón.
Con estos antecedentes, puede resultar medianamente sorprendente la última declaración de Feijóo tras la ruptura de su presunto pacto judicial con el Gobierno. El presidente del PP, un tipo morigerado que sólo usa las muelas y los caninos para quebrar la resistencia de los bogavantes y no para atizar bocados en las carótidas, ha dejado para posteriores revisiones dos perlas políticas: la primera, que, aún sabiendo con quién se jugaba los cuartos “había -literalmente- que intentarlo”; la segunda, todavía más arriesgada y quizá con vocación de futuro, que “con éste PSOE ya no hay nada que hablar”. Es decir, que no habrá posibilidad de acuerdo alguno de aquí a las elecciones de dentro de un año. Esta última constancia es una versión edulcorada de lo que piensa, siente e incluso aconseja gran parte del electorado del Partido Popular según ya recogen las encuestas: “Con el PSOE, ni a recoger una herencia”. Fíjense en que estos votantes testados no se refieren a este PSOE sanchista infumable de ahora mismo, sino al PSOE en general.
La verdad es que alguna razón pueden tener estos presuntos fieles del PP. No son precisamente los que lindan con ese otro partido, Vox, que predica que los tanques hace tiempo que ya deberían haber tomado la Diagonal de Barcelona o que el destino de las pateras ilegales es el mar bravío; no, son gentes de toda condición que no se fían en absoluto de la digna caballerosidad del PSOE. La fotografía del pasado fin de semana no es ya reveladora al respecto, sino definitiva: aún con el lenguaje alambicado, repleto de paráfrasis y metáforas trileras, lo que el público ha entendido es que Felipe González, ahora tan celebrado, acudió a Sevilla más para asentar la enjundia política de su sucesor, Pedro Sánchez Castejón, que para reivindicar su obra a los 40 años de su triunfo histórico no denostó los actos de Sánchez, ni siquiera gastó palabras cruciales para condenar los acuerdos con los sucesores de ETA, tampoco para rechazar su complicidad con feroces independentistas o estalinistas. Nada de nada. Felipe González viajó hasta su tierra porque también “éste” es su PSOE, el partido de las mentiras y las brutales embestidas contra la derecha o, ¿es que nadie ya se acuerda del terrible dóberman de Pérez Rubalcaba?
Por lo demás Feijóo tiene ante sí una tarea ingente: explicar a todos los potenciales votantes que están dispuestos a apoyarle en las urnas en qué consiste exactamente esa afirmación de “nosotros somos un partido de Estado”. En puridad, todos las organizaciones políticas son “de Estado”, incluso Bildu lo es porque está autorizada bochornosamente por el Tribunal Constitucional. Es decir, que la definición se queda corta para justificar las estrategias pactistas de cada momento. Con un sólo interrogante basta a este respecto: ¿era más “partido de Estado” el PP que, durante meses, ha intentado reafirmar el indecente funcionamiento del Consejo del Poder Judicial? Pues ya se ve que no, que no lo era. Un añadido más, perdón por la forzada redundancia: un “partido de Estado”, ¿puede pactar con quien quiere destruirlo, con quien se une a la escoria más abyecta de la sociedad española?
¿Qué le queda pues a Feijóo? Pues dos encomiendas igualmente comprometidas: una, convencer de su regreso a ese tibio electorado de la derecha que se ha sentido defraudado con esta peripecia del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional; la segunda, asentar en su electorado el principio que, de verdad, ya no habrá en un futuro cercano más boleros con el PSOE, que se trabajará un rock and roll duro que va a durar exactamente 12 meses. Feijóo se ha intentado poner una vez amarillo y ha terminado poniéndose rojo sangre. Así de claro. “Éste” PSOE, que ha reventado un consenso porque ha vendido la rebaja de la sedición a los separatistas de Esquerra y demás ralea, es el que existe; no hay otro. Resultaba patético contemplar cómo este individuo que aún sufrimos se apegaba a la socialdemocracia para constituirse en heredero de Felipe González. Dejando a un lado la realidad de una corriente ideológica como la socialdemocracia de la que únicamente quedan rescoldos y casi todos perniciosos, ¿cómo encontrar en este sujeto narcisista (patología aprobada casi unánimemente por los psiquiatras) un ápice de templanza y de aceptación de la democracia liberal? Pero, ¿de qué estamos hablando? No hay más cera que la que arde; la de antes y la de ahora, la del PSOE del golpista Largo Caballero, la de la corrupción de González y su GAL, y la de el retrasado Zapatero y el indecente Sánchez convertidos en fieles compañeros de viaje del leninismo más atroz. Esto es lo que hay, lo demás es disimulo. Feijóo parece haberse dado cuenta de ello.
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