Fachas, nos toca

Sánchez Miley

Imagínese usted ese momento en el que todo un diplomático de carrera tiene que sucumbir al bochorno de retirar para siempre a la embajadora de un país hermano porque al Presidente de turno se le ha ocurrido cuestionar a la señora del amado líder. Honor y gloria (¿o deshonor y fracaso?) para Albares por sacrificar su reputación a costa de mantener el delirio en el que vive inmerso Su Sanchidad.

Hay editoriales de medios de comunicación relevantes preguntándose si las declaraciones de Óscar Puente fueron parte de una estrategia de Moncloa para provocar a Milei. Tendemos a atribuir a jugada maestra lo que puede explicarse por simple azar del destino o, en su caso, al aprovechamiento de una circunstancia sobrevenida que de repente aparece como milagro caído del cielo en forma de error garrafal del rival. Algo así como el resultado del 23J, pero esta vez a la internacional.

No creo que llamar presunto drogadicto al presidente de Argentina fuera un plan judeomasónico elaborado con premeditación desde Moncloa. Creo que, al igual que Milei o Ayuso, Puente ha entendido que en 2024 los códigos que funcionan son otros: que las elecciones de hoy se ganan llamando zurdos de mierda a los rojos de toda la vida, que nos encanta la fruta y que el abuso de sustancias psicotrópicas es un asunto peliagudo y, en su caso, rechazable. Nada que no nos haya enseñado Trump desde hace 10 años, claro. No sé si la moderación es un fin en sí mismo, pero desde luego hoy no es el medio para ganar. Adiós, política de 1997.

La ventaja del baremo moral de la izquierda es que son vencedores natos a los que no les importa ganar feo, en el minuto 93 y con una posesión del 20% durante todo el partido. Les da igual tener 22 escaños si los 154 restantes se los presta la ETA, el golpista o el recoge nueces. Con que no gobiernen los fachas, suficiente.

La derecha aún maneja los códigos de antaño en los que la ética la decide un editorial cualquiera de La Ser, esos que braman por la alerta antifascista si Milei dice no sé qué en un acto de Vox, pero que, por supuesto, creen que es perfectamente democrático, y hasta política y moralmente deseable, que el presidente del Gobierno diga que el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid es un ladrón a pesar de que no haya juzgado alguno en el planeta investigándole. Aprenda usted, querido lector: Begoña Gómez es una institución del Estado, pero el novio de Ayuso es un corrupto porque lo dicen los progresistas del mundo unido.

Con este tablero tan sumamente inclinado es muy difícil siquiera empatar alguna partida, y eso es lo que explica lo que sucede hoy en día en política autonómica y local: a pesar de que el PP crece, lo hace a costa de un PSOE que, a pesar de los elementos, arrasa. No es banal que el ministro de Sanidad con más muertos a sus espaldas de la historia de España (¿o es que aquí sólo se puede llamar asesina a Ayuso?) haya ganado las elecciones en Cataluña y, si Puigdemont lo permite, pueda llegar a ser presidente de la Generalidad.

Sánchez se ha convertido en líder indiscutible de su bloque a base de asumir como propias muchas de las tesis de sus socios de coalición, todos ellos perfectamente blanqueados, besados y abrazados como un oso hasta que desaparecen en medio de un cartel rosa Barbie con una señora vicepresidenta planchando la ropa para relajarse o algo así. Qué complejo es esto del neofeminismo.

En fin, que toda esta introducción servía para decir que los malos aprovechan cada error del rival para hacer causa política, y los buenos debemos hacer lo mismo si aspiramos a ganar. En el delirio argentino, por fin, el Gobierno ha cometido un error garrafal hasta para los suyos: la reacción hiperbólica hormonada de retirar sine die a la embajadora les ha salido mal y no van a saber reaccionar.

Es el momento para que la oposición haga sangre en el flanco más débil del Gobierno, que no es otro que el estar secuestrado por las locuras megalómanas de un presidente que ha confundido a su persona con el Estado y a su voluntad con la de un país. Vamos, que aprovechemos que está ido. ¿O es que IDA sólo se le puede llamar a una?

Al ataque, que ya va siendo hora.

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