Extremadura: ¡basta ya de coñas!

Maria Guardiola

El titular de esta crónica reza conscientemente así: Extremadura, ¡basta ya de coñas! Es el resumen que, según impresión generalizada, se hace el gentío ante la falta de acuerdo, enfrentamiento declarado más bien, entre dos partidos, el mayoritario PP, y el minoritario Vox, dos formaciones que están, en opinión también muy mayoritaria de los ciudadanos, condenadas a entenderse.

Los motivos del fiasco actual se cruzan pero, según noticias procedentes de las dos organizaciones, en el fracaso (eventual quizá por ahora porque en política, lo proclamó Romanones, «nunca digas nunca jamás») ha intervenido decisivamente la postura del enviado especial de Santiago Abascal a Extremadura, Jorge Buxadé, al que ya en este momento se considera, desde dentro de su mismo partido, como el número dos efectivo tras el liderazgo indiscutible de Abascal.

Se ha impuesto al fin la doctrina general del «vamos a estar en todos los sitios», y el acuerdo, que lo había, entre la rocosa (y muy rebelde)
Guardiola, saltó por los aires. El PP denuncia la responsabilidad del Vox nacional, pero al tiempo no exime de una cierta culpa a su mencionada
presidenta regional del partido. Desde luego, la constancia es la siguiente: apenas cerrada la euforia del triunfo electoral de mayo, los colaboradores más directos de Feijóo se empeñaron en acendrar la idea de que los líderes regionales gozaban de perfecta autonomía para hacer de su capa un sayo, lo cual fue sólo parcialmente cierto, porque para el caso extremeño, el cronista puede acreditar que Guardiola recibió sugerencias
muy directas para que su negociación fuera positiva.

¿Qué ha sucedido pues? Feijóo lo ha diagnosticado con acierto: Vox ha obligado a la «obediencia nacional» por encima de las decisiones personales de los candidatos. Ahora, curiosamente, son algunos de los directivos nacionales que moran en Madrid los que intentan revestir este predominio con martingalas diletantes; por ejemplo, Espinosa de los Monteros, al que estos días se le declara oficiosamente marginado, se ha empleado en utilizar una fórmula matemática para sostener que Vox deberá tener derecho, al menos, a dos consejerías en un Gobierno de coalición, incluso a tres, que ese sí sería el desiderátum patrocinado por el equipo de Abascal. Ya se percibe que no ha habido una distancia sideral en la estrategia del PP y Vox a la hora de componer el acuerdo de la autonomía. Los entrenadores de baloncesto suelen refugiarse en los ambiguos «detalles» cuando intentan justificar las derrotas. Pues bien, efectivamente, el fiasco de ahora mismo consiste en los detalles.

Detalles que apuntan a una repetición inevitable de elecciones que guarda, de entrada, dos riesgos: el primero, que el forense Vara vuelva a ganar hasta con mayor número de votos que el 28 M; el segundo -y este es el más grave- que esta discusión de patio verdulero entre el PP y Vox repercuta en los próximos comicios del 23 de julio. En las dos sedes desmienten esta posibilidad porque -afirman con mucha solemnidad- «la gente sabe distinguir una cosa de otra».

Lo seguro es que el debate tiene todas las trazas de ir alargándose en el tiempo, tanto que ya nadie duda que, si Vara no consigue, como no va a conseguir de ninguna manera, hacerse con el poder en su investidura, la siguiente, la de la misma Guardiola, se extienda a bastantes días después de las generales, o sea, no antes del venidero octubre. Tan enceladas están todas las partes, incluido el veleidoso Vara que, de haber respetado su posición inicial, ya estaría analizando cadáveres, que nadie entre ellos parece haber evaluado estos evidentes riesgos. Y los que sí los han medido, Feijóo, sin ir más lejos, se encuentran presos de su proclamada promesa de no interferir en las posiciones de sus autonomías.

En el PP, por lo demás, denuncian con alegría la que llaman «creciente radicalización» de Vox. El dominio que hemos relatado del abogado del Estado Jorge Buxadé, orgulloso vocero de posturas explícitamente duras, parece caminar en esa dirección. Este mismo sábado, Abascal se reúne con toda su Asamblea para aprobar una reforma crucial de sus estatutos, unas nuevas normas de obligado cumplimiento que no dejan lugar -la verdad- al individualismo responsable dentro de la organización. Los artículos 8 y 22 de esta modificación reglamentaria advierten, sin ambages, de los supuestos a que se deben someter todos los afiliados. Con ellos en la mano, la posibilidad de que voces discrepantes puedan expresar sus reparos o diferencias en público son muy complicadas.

No es cierto, desde luego, que estos estatutos, como alertaba el jueves el periódico sanchista de la mañana: «Deberán respetar las instrucciones sobre comunicación pública, que incluyen el veto a medios y periodistas». Eso no verdad, lo es, sin embargo, que los estatutos reformados, que se van a aprobar sin debate alguno y a la búlgara este fin de semana, se alejan mucho de lo que puede ser el funcionamiento interno de un partido liberal, como presume de serlo el PP. Vox dice saber que él por el centro no arrebata votos al PP, y se arrincona en la derecha menos sutil, donde habitan personas reacias a contentarse con la organización institucional que emana de la Constitución de 1978.

La emoción del «¡España, España!» se completa con el invento del «socialismo azul» que los asesores de Abascal están esgrimiendo para sustituir aquella imprecación de la «derechita cobarde» que durante un tiempo hizo gracia en una buena parte del electorado español. Ahora no hay que esperar, menos aún que desear, que el PP responda con otra ingeniosidad, tipo el «yugo de Vox», que alejaría aún más la creciente demanda de pactos para echar al enemigo común, el nacional: Pedro Sánchez, ahora convertido en clon obsequioso de Évole. ¡Basta ya de coñas! ¡Lo mejor aquí y ahora es enemigo de lo bueno! El mal menor atiende a esta repetida obligación: expulsar del poder, quién sabe si también sentarle en un banquillo, al procaz mentiroso Pedro Sánchez.

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