El expolio catalanista de Florida

El expolio catalanista de Florida
opinion-Mateo-Canellas-Taberner-interior

Además del expolio catalanista de la extraordinaria figura y labor del santo mallorquín Junípero Serra en California, también existe saqueo catalanista en la costa este estadounidense, concretamente en Florida. Está vez se trata de los inmigrantes menorquines que, en el siglo XVIII, después de muchas vicisitudes se instalaron en la ciudad de San Agustín.

San Agustín es la ciudad más antigua de Estados Unidos. En 1565, el comandante Pedro Menéndez de Avilés tomó posesión de Florida en nombre de la Corona Española (después de echar a los franceses), donde fundó San Agustín (desde ahí se levantaron misiones católicas a lo largo de todo el territorio). Son casi 300 años de historia española que se dejan ver en el Distrito Histórico de San Agustín, y sobre todo, en los dos monumentos nacionales en los que todavía ondea la Cruz de Borgoña: Fort Matanzas y los imponentes baluartes del Castillo de San Marcos.

Como viene siendo habitual el medio pancatalanista subvencionado por la Generalidad de Cataluña www.elnacional.cat nos gratifica con titulares tan imaginativos como el de “La raíz catalana de Florida” para referirse a “un contingente de unos 2.000 descendientes de menorquines que habían llegado a América en 1768”. El que tampoco se queda atrás es el otro medio satélite subvencionado www.vilaweb.cat: “En el pasado, con todo, los Países Catalanes tanto han recibido población como que la han exportado. Un buen ejemplo de esto último es la poco conocida emigración de un millar de menorquines, en pleno siglo XVIII, hacia la Florida norteamericana”.

El asunto va de huellas y raíces. Para el pancatalanismo, San Junípero Serra representa “la huella catalana en California” y el asentamiento de colonos menorquines en la ciudad de San Agustín es “la raíz catalana en Florida”. Nada más lejos de la realidad, ni el santo mallorquín era catalán, ni los menorquines eran catalanes.

En 1763, a consecuencia del vacío poblacional español de Florida debido a su cesión a Inglaterra, las autoridades británicas promovieron su colonización mediante la concesión de tierras con ciertas condiciones. El médico y empresario escocés Andrew Turnbull fue uno de los que recibió una de las concesiones dadas por los ingleses. La idea inicial de Turnbull era emplazar a colonos griegos que vivían bajo la dominación del Imperio otomano. Pero el proyecto griego chocó con la oposición frontal de las autoridades otomanas.

Turnbull, lejos de desanimarse, acudió al gobernador británico de Menorca Richard Lyttelton (la isla estaba bajo soberanía británica desde hacía 60 años). En 1767, Turnbull llegó al puerto de Mahón desde donde organizó el convoy hacia Florida, formado por 8 embarcaciones, en las que viajaban unos 1.500 menorquines. Al frente de la expedición iba el padre fray Pedro Camps. Los nuevos pobladores llegaron a Florida en junio de 1768, para instalarse en la colonia de Nueva Esmirna, al sur de San Agustín.

Cuando los colonos menorquines tocaron tierra, se dieron cuenta de que Turnbull no había cumplido el trato: ni había deforestado los terrenos, ni había construido las casas. A todo eso se sumó la difícil adaptación a unas condiciones climáticas muy adversas y los maltratos de los capataces. El asentamiento era prácticamente una plantación de esclavos. El también menorquín padre Casanovas (llegado de Cuba) se pronunció contra los abusos practicados a su pueblo, siendo deportado. Finalmente, en la primavera de 1777, en plena Guerra de Independencia Norteamericana, los menorquines consiguieron huir hasta San Agustín. Sin embargo, no todos pudieron salir. Muchos estaban enfermos de malaria o sufrían de otras enfermedades. Sólo llegaron unos 600 supervivientes de la plantación hasta San Agustín. La hazaña del padre Camps y los colonos menorquines quedó inmortalizada con una estatua en los jardines de la Catedral de San Agustín. En Menorca, en el Monte Toro (el corazón de la isla baleárica) hay una réplica de la misma que rememora la gesta menorquina.

Al cabo de unos años, en 1783, la firma de la Paz de París supuso la independencia de Estados Unidos y el retorno de Florida a España. A diferencia de los británicos de Florida, los súbditos menorquines sí que permanecieron en la península, cediéndoseles tierras en propiedad. Los menorquines y sus descendientes vivieron el camino de la incorporación a los EE.UU. cuando en 1821 Fernando VII vendió Florida a los norteamericanos. Y en la década de los 60 sufrieron el conflicto civil que fue la Guerra de Secesión Norteamericana. Para los habitantes de Florida supuso la separación temporal de la Unión para incorporarse a los nuevos Estados Confederados de América. Pero para subvencionado www.elnacional.cat este hecho histórico, como no podía ser de otra manera, significa que “los catalanes de Florida se separan de los Estados Unidos”.

El asentamiento de los inmigrantes menorquines en San Agustín significó mantener la conciencia de su identidad original baleárica. Los “minorcans”, convertidos en el núcleo civil de San Agustín implantaron la agricultura, las artes, la pesca y las tradiciones culturales de su tierra, Menorca. Tal fue el ímpetu de su aportación cultural que desde el siglo XIX (en palabras del divulgador de su odisea, el ensayista mallorquín Alfonso Martí) “San Agustín fue conocida como la Montpellier de América”. Sus carnavales y celebraciones festivas atrajeron a viajeros del norte, convirtiéndola en un referente cultural en EEUU.

Durante más de un siglo años la lengua menorquina fue habitual en el barrio de San Agustín donde se asentaron los isleños. Aunque fue siendo sustituida progresivamente por la lengua inglesa, sobre todo a partir de la venta de Florida a EE.UU. Uno de esos viajeros fue el escritor y periodista William Cullen Bryant. En su visita a San Agustín en 1843 ya auguraba la desaparición de la lengua menorquina junto a la lengua castellana: “’The Minorican language, the dialect of Mahón, el Mahonés’, tal y como lo llaman, es hablado por más de la mitad de los habitantes que se quedaron aquí cuando el país fue cedido a Estados Unidos, y creo que todos ellos también hablan castellano. Sin embargo, sus hijos crecen sin utilizar estas lenguas”.

Hasta finales del siglo XIX se mantuvo la lengua menorquina en América. Pero a finales del siglo XX “el Mahonés” resucitó como lengua catalana (los menorquines que acompañaron al padres Camp y sus descendientes norteamericanos sin enterarse) de la mano del catalanista estadounidense Philip D. Rasico (“el menorquín dialecto del catalán”). Para eso ya están los medios y las plataformas pancatalanistas subvencionados por la Generalidad de Cataluña y, como no, la “North American Catalan Society” (de la que fue presidente Rasico) que está inscrita en el Registro de Asociaciones de la Generalidad de Cataluña y agregada al “Instituto de Estudios Catalanes” (www.nacs.iec.cat). Esta asociación norteamericana considera a los inmigrantes menorquines cultura catalana, ya que por cultura catalana “entiende todas las manifestaciones de la vida intelectual y artística producida en lengua catalana o en las zonas geográficas donde se habla catalán”. Actualmente Rasico es miembro del catalanizado “Instituto Menorquín de Estudios” (wwww.ime.cat). Además en el año 2015 recibió el XXV Premio Internacional Ramón Llullpor su rigurosa labor en la enseñanza, investigación de tipo académico y su fidelidad al catalán y a Cataluña”.

Hoy en día, los descendientes de los menorquines conservan sus apellidos (Seguí, Benet, Pellicer, Triay, Llambías…) junto a la cultura gastronómica de sus antepasados (como la “formatjada”, pastel de queso) y las canciones populares menorquinas. El legado menorquín es recordado y celebrado por asociaciones cívicas como la “Menorcan Cultural Society”. Cada año se celebra una fiesta con trajes tradicionales menorquines, en un intento por rememorar y homenajear los orígenes de la ciudad.

Lo último en Opinión

Últimas noticias