Una explicación económica de la crisis apta para políticos

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La economía es una disciplina que no siempre es fácil, clara o directa. Es verdad que en algunos casos se trata de aplicar el sentido común, pero en otros muchos requiere de conocimientos técnicos avanzados para comprender las relaciones económicas que se dan, cómo actuar y qué implicaciones tiene entre los distintos agentes económicos, que desemboca en una relación causa-efecto.

Es decir, hay cuestiones de la economía que directamente se entienden y otras que son muy complejas y que ni se entienden ni es su función que se entiendan entre los profanos en la ciencia económica. Por ejemplo, en medicina los que no tenemos conocimientos de esa disciplina sabemos lo que es un infarto, y el sentido común nos dice que para evitarlo o no empeorar el corazón no hay que hacer esfuerzos importantes, pero no sabríamos cómo tratar un ataque al corazón. Del mismo modo, en economía sabemos, por ejemplo, que las regiones españolas son distintas entre sí, con diferentes posibilidades, y que la solidaridad entre las mismas hace que unas reciban fondos de otras. Ahora bien, el cómo se articula a través del Sistema de Financiación Autonómica no es algo que conozcan -ni que sea su objetivo conocer- los no iniciados en economía.

Durante un tiempo, como un paréntesis entre el desarrollo de mi vida profesional en el sector privado, ocupe la función de alto cargo en una administración regional. En ese período, las personas que trabajaban en el gabinete de comunicación, así como los políticos de primera línea, decían que “eso tienes que explicarlo como para que lo entienda mi portera”, dicho con todo el respeto hacia quienes ocupan tan honrada profesión. Me recordaba los momentos en los que una compañera mía en tesorería en una gran empresa ligada al sector aeronáutico decía, cuando había que explicar algo complejo, “eso ponlo en Windows para torpes”. En ambos casos, se trataba de pedir, metafóricamente, que se explicase claramente. No obstante, tenía más sentido en el caso empresarial, pues se trataba de hacer una guía detallada y fácil de seguir, que en el político, que muchas veces escondía quedarse en lo superficial.

¿Por qué cuento esto? Porque actualmente nos encontramos ante una crisis económica que ha sido completamente inducida por decisiones políticas. Es cierto que la pandemia podía agravar, por sí misma, la ralentización económica ya existente desde el último trimestre de 2018, pero no el desastre que se generó con las decisiones políticas tomadas desde marzo. Por primera vez, se decretó el cierre casi completo de la actividad productiva, por no haber optado por actuaciones tempranas y más suaves y eligiendo la alternativa más fácil, pero menos eficiente y más perjudicial para la economía y el empleo. Posteriormente, se generaron falsas expectativas, se eliminó toda dirección nacional y, de ocurrencia en ocurrencia, las regiones, abandonadas a su suerte, incrementan restricciones sobre la libertad de los individuos y empresas, con el agravante de que son variables cada muy poco tiempo. Todo ello está provocando una hecatombe económica de unas dimensiones que no hemos visto nunca o, al menos, desde la Guerra Civil y su postguerra.

Pues bien, voy a ver si me aplico en lo que los gabinetes de comunicación de los políticos -y los políticos mismos en muchos casos- exigían a la hora de contar la economía: explicarla con sencillez. Por tanto, voy a narrar la situación económica y el efecto en la economía y el empleo de las decisiones políticas que se toman de manera que sea apta para los políticos, es decir, que incluso ellos sean capaces de comprenderlo, porque sólo se puede explicar las decisiones que están tomando en esta crisis si pensamos que realmente no son conscientes del desastre que provocan con ello.

Para empezar, cuando una realidad se niega y el problema que existe no se quiere ver y se aplaza, siempre empeora: es lo que sucedió con la crisis de 2007 y es lo que pasó a principios de año, cuando el Gobierno del presidente Sánchez negó la existencia de cualquier riesgo acerca del virus. Probablemente, si entonces hubiese adoptado algunas medidas de prudencia, el contagio no habría sido ni tan veloz ni tan amplio y la sanidad no habría colapsado, que es lo que ha incrementado exponencialmente el número de fallecidos. Con la ausencia de esas medidas tempranas, provocaron el colapso total.

Posteriormente, en lugar de realizar pruebas masivas, de aislar a los contagiados, proteger a los grupos de riesgo y mantener, con medidas de prudencia hasta que hubiese vacuna, toda la normalidad para el resto de la población, de manera que pudiesen seguir operando al mayor ritmo posible la economía y el mercado de trabajo, se recurrió a la solución fácil, pero medieval y profundamente equivocada: cerrar todo, sin discriminar según lo dicho anteriormente. Con ello, arruinaron a muchas empresas y muchas familias perdieron su puesto de trabajo: más de cien mil empresas han cerrado en el último año y un millón de empleos se destruyeron en diecinueve días de marzo, según datos de la Seguridad Social.

Después, el no dar una información clara sobre la evolución de la enfermedad y el mantener casi cien días el estado de alarma, con unas medidas de suspensión de libertades fundamentales, generó desasosiego, incertidumbre e inseguridad jurídica, que ahuyentó inversiones y siguió perjudicando, aún más, la actividad económica y el empleo.

Tras ello, el presidente Sánchez desistió de sus responsabilidades y dejó todo en manos de las regiones, que ni tienen las mismas armas jurídicas que el Gobierno de la nación, ni están coordinadas entre sí. El resultado ha sido una amalgama de normativa que hace que un ciudadano que atraviese España no sepa cómo ha de comportarse según el lugar en el que esté.

Luego, vinieron las ocurrencias y los cambios de normas de manera constante, que hace que los ciudadanos ya no sepan qué opera en cada momento, además de atemorizar a la población con dichos cambios y no contar claramente que no nos encontramos en la misma situación de primavera. Una cosa es no bajar la guardia y otra sembrar el pánico, que es lo que están haciendo. Y con el pánico, ni se consume ni se invierte, ni, por tanto, hay empleo.

De esta forma, y para que los políticos lo entiendan fácilmente, toda la gestión que llevan haciendo desde marzo es desastrosa. No es una opinión, que podría serlo, sino sólo la constatación de los hechos: el país más afectado por la enfermedad y la economía más golpeada. ¿No se estará haciendo rematadamente mal en el ámbito político?

Al cerrar en marzo la economía productiva, no sólo no pararon el virus, sino que al retener a las personas las veinticuatro horas del día en espacios cerrados, pudo incrementarse la transmisión. Al mismo tiempo, el cierre obligatorio de empresas dejó sin ingresos a las mismas, pero con todos los gastos. Muchas de ellas, directamente cerraron entonces; otras, aguantaron pero cerraron a las pocas semanas; otras, reabrieron, pero cerraron después atenazadas por las deudas; otras, puede que lo hagan en otoño, ojalá que no. Con ello, cientos de miles de empleos han sido arrasados. Eso implica que, entre los empresarios que han perdido su empresa y que están llenos de deudas, y los asalariados que han perdido su sueldo, el poder adquisitivo se ha reducido y muchas familias tienen dificultades para comprar alimentos. Como siempre, el sector público trató de solucionar todo con el gasto público, en forma de ERTE y subsidios de desempleo, pero ni siquiera esto lo han sabido hacer de manera eficiente. En lugar de invertir el dinero público para hacer test, proteger a los grupos de riesgo y mantener en pie la economía, han elegido no hacer pruebas sanitarias durante mucho tiempo, cerrar la economía y subsidiarla.

Con cada señal poco clara, se lanzaba un mensaje al exterior que venía a decir que España no era un lugar seguro, que llevó a que el turismo internacional desapareciese de España, con lo fundamental que es la rama turística para la economía española. El resultado ha sido desolador: hoteles cerrados o a un tercio de su ocupación, bares y restaurantes que no han abierto todavía al no ser rentable para ellos las limitaciones de aforo y horario, y comercios que se cierran porque no tienen clientes que vayan a comprar en ellos.

Con cada nueva restricción, se estrangula cualquier posibilidad de recuperación que hubiese aparecido en el horizonte. Con cada ocurrencia, se da una sensación de improvisación que genera miedo y disminuye el consumo y la economía, como el hecho impresentable de que desde que se inició el estado de alarma ni se haya diseñado un plan eficiente para convivir con el virus, ni se haya trazado una actuación lógica en el ámbito educativo, esperando a pocos días del comienzo del curso para decir cuatro generalidades y mantener una inflexibilidad que perjudicará a los alumnos.

Con cada vaivén o cambio permanente en las restricciones, se acentúa esa idea de completa improvisación en las decisiones, que lleva a pensar en una profunda ineptitud e incapacidad de los gestores políticos para gestionar esta u otra situación. Al fin y al cabo, tras tantos años de empeoramiento de la educación a través de las distintas leyes, siempre promulgadas por la izquierda y no cambiadas por el centro-derecha o cambiadas muy al final, que le permitía a la izquierda derogarlas antes de llegar a aplicarse, no podemos extrañarnos de la poca capacitación de los gestores gubernamentales, pues si la sociedad ha visto mermarse su formación, al fin y al cabo los políticos no son más que una representación de la sociedad, máxime en un sistema de partidos que premia más mover una bandera en un mitin que formarse bien para servir a su país, con honrosas excepciones.

Y si todo lo confiamos al gasto público, llegará un momento en el que o no podremos pagar la deuda con él generada o, como estamos en la zona euro, nos impondrán severos recortes en partidas esenciales.

Para que los políticos lo entiendan:

  • Si las empresas no pueden abrir, no generan negocio.
  • Si no generan negocio, no pueden mantener a sus empleados.
  • Si sus empleados son despedidos, aumenta el gasto público, por prestaciones por desempleo, caen los ingresos públicos, por disminución de la recaudación y aumentan el déficit y la deuda, cae el consumo, por empeoramiento del poder adquisitivo, y cae la inversión y de nuevo el consumo, por empeoramiento de expectativas derivado del clima de inseguridad que crea la Administración con sus erróneas decisiones, en una especie de círculo perverso de la economía.
  • Si no generamos un clima de confianza, ni vendrán turistas, ni llegarán inversiones, con lo que habrá menos actividad económica y empleo, y vuelta al círculo perverso de la economía.
  • Si no se forma bien a los estudiantes debido a tantas restricciones, mermará su capacidad futura profesional y su también futura prosperidad, y, con ellas, la de la nación, en una forma futura del mismo círculo perverso de la economía.
  • Si sólo se gasta el dinero que el sector público no tiene, llegará un momento en el que no podremos devolverlo, con un daño inimaginable en la economía española, pues desde 1882 España no suspende pagos, tras hacerlo hasta en trece ocasiones desde el inicio de la Edad Moderna. Una suspensión de pagos implicaría un enorme empobrecimiento de la economía.
  • Y si, al estar en la zona euro, gracias a Dios no se suspende pagos pese al aumento de la deuda, entonces los grandes recortes que nos impondrán nuestros socios mermarán el poder adquisitivo, por ejemplo, de pensionistas y empleados públicos, ni más ni menos que cerca de catorce millones de personas, con una nueva edición del círculo perverso de la economía.
  • Todo ello, sólo traerá más desempleo, menos cuantía en las pensiones, menos dinero para sanidad y educación, más mortalidad, por tanto, por todo tipo de enfermedad, peor formación y, por ello, menos capacidad futura de desarrollo económico. En definitiva, menos prosperidad, debido a la destrucción de buena parte del tejido productivo y a un elevado desempleo crónico que se produciría.

Y si aún no he logrado ser claro con estas explicaciones de los efectos que el sector público está provocando con sus erróneas decisiones, que los responsables políticos se paseen por sus ciudades, vean el retorno a España, lamentablemente, de las colas del hambre, con cientos de personas haciendo fila en los comedores religiosos de caridad o en distintos comedores sociales para que les den una bolsa de comida; que vean la cantidad de comercios y negocios con el letrero de “se vende”, “se alquila”, “se liquida” o “se traspasa”; que vean la tristeza instalada en el día a día de la sociedad española ane el puesto de trabajo perdido o el miedo a perderlo al día siguiente. Quizás con ello terminen de comprender el daño histórico del que, si no cambian su proceder, serán responsables por preferir la propaganda a la gestión eficiente, las prohibiciones al coraje, y los cálculos electorales a la determinación para reactivar la economía y permitir que nos mantengamos con una economía próspera, generadora de riqueza y puestos de trabajo.

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