El Estado como problema

España paguitas

El Estado es el problema. Para unos supone el agua bendita a su condición de vago reconocido o parásito sobrevenido, un estatus social que le garantiza ser mantenido por el mero hecho de nacer en la España del socialismo porque sí, ese estadio de inconsciencia en el que la población, libre y sin prejuicio, vota miseria como freno al fascismo. Para otros es la carcoma permanente, una polilla molesta que existe con la única y firme intención de fastidiar la existencia al osado que emprende, atrevida y perseguida especie que arriesga su dinero, prestigio y patrimonio para granjearse una vida digna y mantener a su familia y que observa doliente cómo el esfuerzo y las horas de su trabajo se consumen en ayudar a quienes caminan del sofá al frigorífico y del frigorífico a la cama. Nunca hubo un bucle más melancólico que el de la paguita nacional de quita y pon.

Del Estado dependen ya casi la mitad de ciudadanos españoles, entre pensionistas, trabajadores públicos, receptores de ayudas necesarias y mantenidos por la gracia divina y benefactora de un paternalismo inquietante y ruinoso, que llama protección a lo que siempre fueron dádivas con contraparte, esto es, compra venta de voto, y que ha convertido la casa común en una ONG sostenida por contribuyentes menguantes cada año. Poco a poco, el exceso de grasa que amenazaba con subvertir la salud económica del país ha acabado en sobrepeso incontrolable, basado en una deuda pública disparada y disparatada, unas pensiones sobrealimentadas, unas ayudas sociales interminables y la creación de un cuerpo parasitario que se inicia en la clase política y acaba en sus mantenedores, ciudadanos adocenados en el ingreso mínimo vital y en la pereza sin remedio. Todo vale con tal de que en su mentalidad de unicornio la ultraderecha no gobierne. La izquierda siempre fue un amasijo de incongruencias basado en revertir el pasado para tranquilizar su presente. El futuro sólo existe para ser subvencionado.

Hace unos días, me tomé un café con uno de los mayores emprendedores que tenemos en España, un hombre que arriesgó en su día el poco patrimonio ahorrado en vida para crear un modelo de negocio que hoy da trabajo a más de doscientas personas, con un salario medio de 30.000 euros al año. Hace unas semanas, tres empleados le comunicaron su salida de la empresa por motivos personales. Tras investigar las causas, los motivos personales se llamaban ayudas sociales e ingreso mínimo vital (vital para el socialismo, mortal para la nación), para sus respectivas unidades familiares, cuya cantidad total le reportaban el mismo dinero que ganaban trabajando cuarenta horas a la semana. Esta situación se reproduce a diario y no parece tener fin.

Porque la izquierda (y parte de la derecha), creadora del vago social y del rebaño alfabetizado, siempre fue consciente de que su supervivencia depende del dinero de los demás, y el Estado que ocupa y pervierte, sobrevive mientras la política de saqueo constante al bolsillo del ciudadano se mantenga y este no proteste ni revolucione. Sin anestesia económica y social, es imposible construir la legión de fieles que luego votan en consecuencia e ignorancia. La alternativa económica, que ya aplican los países más prósperos y desarrollados del mundo, rebaja la influencia del Estado en los individuos, que sólo esperan de él protección ante las injusticias y libertad para desarrollar la vida que, en consonancia con los valores propios y en un marco de respeto a la convivencia y a las leyes, han decidido crear. Nada más. Sin embargo, sucede todo lo contrario.

Por eso hay que celebrar medidas como la aprobada por Meloni en Italia de suspender la llamada renta ciudadana, una ayuda que cobraban miles de ciudadanos sin aportar más que su condición de personas. O sea, no hacer nada y autopercibirse por todo. Dicha renta regalaba un subsidio a quienes tenían dos manos, dos pies y una cabeza en condiciones para poder trabajar, pero rechazaban hacerlo. No iban a encontrar trabajo nunca porque no había incentivos para ello. La izquierda de ático y gin tonic tacha como injusticia mantener a quien no desea en su vida otra cosa que ser mantenido por los mismos que pagan a esa izquierda acomodada sus lujos, leyes y perversiones morales.

Para los superfluos fue inventado el Estado, clamó Nietzsche. Fue el primer eufemismo al parasitismo que hoy todo lo invade y anega. El Estado no puede ir a prisión, pero sí quebrar. Cuando ello acontezca, y no debería tardar mucho a este ritmo de expolio y regalo, no debería haber paz para los malvados. Que sigan parando al fascismo, pero trabajando.

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