¿Esta es la «normalidad» que Sánchez pactó con los golpistas?
Según el presidente del Gobierno, el indulto a los golpistas catalanes pretendía abrir una nueva etapa con la Generalitat marcada por la «normalidad», lejos de la «judicialización». Es decir, a cambio de la libertad de los sediciosos, el Gobierno catalán se comprometía a no desafiar el marco constitucional y a dirimir sus diferencias dentro de los cauces del diálogo. Pues un cuerno. La Fiscalía ha abierto una investigación contra el director de los Mossos, Pere Ferrer, por acoso a la pareja de un agente de la policía autonómica. Los dos cónyuges son mossos. Y uno de ellos, una cabo de la policía autonómica, se ha significado en contra del golpismo separatista, motivo que le ha valido un sinfín de expedientes. Ahora es su pareja quien está sufriendo el acoso por no «reprender» las opiniones políticas de ella. Cómo sería que tuvo que presentar una denuncia ante la Fiscalía de delitos de odio: «Con esta denuncia penal ante Fiscalía, deseo poner en conocimiento unos hechos que podrían estar tipificados como delitos de prevaricación por omisión y delitos de acoso realizados por el director general de Policía, Pere Ferrer Sastre y por el sargento de la División de Asuntos Internos con número de TAP 965».
Y es que el agente ha sido marcado en redes, incluso con «una fotografía realizada desde dentro de una Comisaría de Santa Coloma de Gramanet después de haber sido recriminado en reiteradas ocasiones por su «comportamiento pasivo ante la actitud de su pareja». En suma, toda una estrategia de acoso al más puro estilo totalitario. El caso se une a la campaña de estigmatización instada por la Generalitat contra familias, policías y guardias civiles que no comulgan con las tesis separatistas. Todos están en la diana del independentismo. El Gobierno catalán hace y deshace a su antojo, mientras Pedro Sánchez -el de la «normalización»- mira para otro lado y se desentiende de lo que está ocurriendo en Cataluña. La «normalización» era eso: dejar vía libre al separatismo para imponer su discurso de odio. O sea, la pura y dura claudicación por un puñado de votos.