España vive en el limbo socialista
Gran parte de la población española percibe que la cosa no está tan mal. Incluso admite con feliz fruición que podemos estar peor. Parte de este diagnóstico se debe a un constante machaqueo de instituciones, medios afines y asociaciones con causa, unidas por el dinero que el Gobierno entrega con generosidad tras cada subida de impuestos que justifica el saqueo colectivo en nombre de mentiras solidarias.
Una falsa percepción sobre la situación económica que hace levitar al militante más empoderado y ejercitar la dejación de funciones al ciudadano comprometido. ¿Cómo vamos a estar mal si yo veo los bares llenos y la gente comprando en los mercados como siempre? ¿Cómo va a estar aumentando el número de familias sin recursos si no pasa nada, ni las calles se llenan de gritos e insultos al gobierno? Quiá! Es la derecha, que miente y nos vende la moto.
Esta praxis límbica ha desembocado en el pasado en la ruina de sociedades antaño prósperas y en el derribo de los cimientos democráticos que la sostenían. Desconozco por qué todavía hay españoles que piensan y verbalizan que eso no va a pasar en España cuando nada de lo que acontece es nuevo, pues todo ha sido ya contado por la historia.
Y en esa percepción de rebaño, el ciudadano paga la propaganda con la que le engañan cada día y subvenciona que le llamen idiota mientras vive feliz en la decadencia. No hablamos de unos cuantos distraídos del pensamiento crítico o de su responsabilidad cívica; son más de diez millones los que patrocinan la argentinización de España, y que esperan que el Estado acabe salvándoles de pensar y ser libres. Hoy son diecinueve millones de personas viviendo del dinero público: pensionistas, funcionarios, desempleados, personas dependientes y perceptores del ingreso mínimo vital. Por contra, catorce millones reciben una nómina del sector privado. En esos cinco millones está la diferencia entre la ruina y la prosperidad de un país abocado al precipicio con la que el socialismo ha decidido gobernar por amnistía.
Llegado el momento, ¿qué tipo de gobierno y partido elegirá el ciudadano que tiene un empleo público y que sabe que sólo un partido y unas siglas se lo garantiza, a costa de arrasar al conjunto de un país cada vez más endeudado? En la respuesta está el resultado de la podredumbre moral que vivimos y de la que tardaremos en recuperarnos, mientras nos preparan la enésima cortina de humo con la que entretener nuestras miserias.
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