Una España sanchista es una contradicción existencial

España sanchista

El Paseo de Gracia de la Ciudad Condal, es decir, «de los Condes de Barcelona» —título nobiliario tan unido a la auténtica historia del Principado catalán como alejado de la «republiqueta de los ocho segundos» de aquella DUI de los presuntos heroicos émulos de Rafael de Casanova—, vivió este domingo 8 de octubre una réplica de aquel ya histórico de 2017.

Si el nacionalismo secesionista ha convertido el 11 de septiembre de 1714 en una fecha mítica donde la verdad histórica palidece ante el mito que exige un relato para la ocasión, lo cierto es que el 8 de octubre podría erigirse en su fecha alternativa. Desde aquel lejano 1714 mucha agua ha surcado los cauces del Ebro y sus afluentes hasta su desembocadura mediterránea en las orillas tarraconenses, pero no tanta desde 2017. Sin embargo, el vuelco histórico lo protagoniza el PSC, más PSOE sanchista que nunca, y tan constitucionalista como Puigdemont. Es tan triste y patético como histriónico escuchar al ínclito portavoz sanchista Félix Bolaños calificar de «nostálgicos del enfrentamiento» a las decenas de miles de pacíficos ciudadanos catalanes y españoles manifestándose enarbolando banderas de España y de Cataluña, oponiéndose a la venta de sus derechos -como ciudadanos libres e iguales ante la ley-, por los supremacistas que se autoerigen en los amos de Cataluña. Hace seis años el PSC se manifestó, prietas las filas, como un solo hombre (y una sola mujer) en defensa de la ley, la Constitución y la unidad de España, enardecidos por el discurso de S.M. el Rey, Jefe del Estado y símbolo de su unidad y permanencia, que salió cinco días antes a dar la cara y la palabra por los millones de catalanes y españoles atónitos y hondamente preocupados ante el golpe de Estado institucional que se consumaba desde el Gobierno de la Generalitat. Sánchez, que había recuperado el mando del PSOE tras ser defenestrado por su Comité Federal un año antes para impedirle hacer lo que está haciendo ahora, apoyó al Gobierno para intervenir la Generalitat aplicando el artículo 155 de la Constitución y poder convocar elecciones autonómicas.

Hoy los protagonistas de aquel monumental acto de deslealtad constitucional son sus socios políticos prioritarios, y aquel golpe es un mero «conflicto político» que debe ser resuelto por vías políticas, impidiendo al Poder Judicial que cumpla con su función de interpretar y aplicar la ley contra sus violadores como Poder del Estado e independiente del Gobierno.

Hoy ha convertido aquel PSOE en la PSOE, en la que los principios de igualdad ante la ley y de solidaridad territorial y personal son literalmente inexistentes con sus socios y aliados políticos que, agrupados en torno a su persona y a sus siglas, constituyen lo que ya es conocido como el sanchismo: la conquista y mantenimiento del poder sin importar los medios para conseguirlo. Son los nacionalistas identitarios y supremacistas y los sucesores políticos de ETA, sin faltar los comunistas y marxistas que Suman quince siglas.

La mentira convertida en simple «cambio de opinión» es la expresión más clara del fraude sanchista a los españoles. ¿Alguien duda del resultado electoral en las urnas si Sánchez se hubiera presentado ante los electores con el programa que pretende desarrollar para seguir en La Moncloa? Paco Vázquez, reconocido exsocialista, habló en Barcelona en verdad y claridad y aludió al «perjurio ideológico» que cometerían los diputados del PSOE si votan la amnistía querida por los separatistas como condición para hacer presidente del Gobierno a Sánchez.

Ya no estamos ante la dialéctica «Sánchez o Feijóo», ni «derecha o izquierda», sino ante la de «dignidad o indignidad»; o mejor, ante «Sánchez o España». Una España sanchista es un oxímoron, una contradicción existencial. No es posible con un gobierno integrado por quienes desean su destrucción, ya que con ellos no es factible una España de ciudadanos libres e iguales ante la ley en derechos, deberes y dignidad, ni una España constitucional que tiene su fundamento, según su artículo 3º, en la «indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».

Lo dicho: España o Sánchez. Otegi y Puigdemont son la antiEspaña.

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