España, laboratorio del proyecto globalista
Hemos conocido que Sánchez, como regalo de campaña electoral, y a fin de garantizarse el apoyo en el Congreso de los seis diputados del PNV, ha comprometido la transferencia de más competencias al Gobierno vasco. Presto ha acudido a su rescate, amenazado como está por la tragedia del vertedero de Zaldívar, pero el precio lo sigue pagando el Estado, que se queda como una mera realidad residual en el territorio de la comunidad autónoma vasca.
No son las «30 monedas de plata» que dijera Rufián en un conocido tweet dirigido a Puigdemont cuando parecía que a este le temblaban las piernas ante la proclamación de la DUI en aquellas jornadas de oprobio de octubre de 2017. Ahora Sánchez paga esos apoyos con su peso en oro: Primero, con las prisiones, que -vistas las consecuencias de la transferencia de la gestión penitenciaria a Cataluña con los políticos presos realizada también por un gobierno socialista-, será igualmente aplicable a los presos etarras una vez trasladados a prisiones vascas. Después, ha comprometido la gestión de los Paradores nacionales, comenzando -de este modo- el desmantelamiento del auténtico buque insignia de la red nacional hotelera de una potencia turística de referencia internacional como es España.
Estando todo esto incluido en la hoja de ruta sanchista que garantiza su mera supervivencia política, llegamos al zenit con el anuncio de la transferencia de la gestión del régimen económico de la Seguridad Social, nada menos. Ante el impacto que esta noticia ha generado, especialmente en algunos miembros del expartido socialista, se apresuran a decir que no afectará a la «caja única de la Seguridad social», que es tanto como afirmar «la cuadratura del círculo», pues se trata de una contradicción en sus propios términos. Abierta la puerta del santa sanctorum de la solidaridad nacional interterritorial y personal, resulta tan inevitable su generalización al conjunto de España, como el final del propio sistema de la Seguridad Social.
Llegados a este punto, resulta obligado plantear hasta cuándo los 120 diputados del grupo socialista, y lo que pueda quedar de su partido, van a apoyar con su cómplice pasividad y con su voto, este indigno y suicida tráfico de apoyos procedente de quienes tienen como objetivo político desguazar el Estado, como paso previo y necesario a su irredento anhelo de romper España.
Si esto sucede con los nacionalistas vascos, con sus colegas separatistas catalanes no será menos, con el comienzo del mítico «diálogo» para encauzar una solución al «conflicto político» catalán. Estarán en la mesa ministros como Castells, que públicamente se había proclamado a favor del Procés, y el vicepresidente Iglesias. Cualquiera de ellos podría actuar de relator, ya que reiteradamente se han manifestado a favor del sacrosanto «diálogo» asumiendo las tesis del separatismo, cual el inefable Iceta en su papel de entusiasta mediador y anfitrión al que últimamente nos tiene tan acostumbrados, por desgracia.
El Estado autonómico español tiene un nivel de descentralización política y territorial que resiste con ventaja la comparación con modelos nominalmente federales, pero que ha tomado una deriva que lleva, de facto, a un modelo confederal no constitucional. «De la ley a la ley», «transferencia a transferencia», está quedando un Estado meramente residual y nominal, incapaz de garantizar por sí mismo las funciones que le atribuye la Constitución. En particular, la unidad e integridad territoriales, la igualdad entre los españoles, y la solidaridad territorial y generacional.
En escaso mes y medio de gobierno del actual Frente Popular, ya están sentadas las bases para culminar el proyecto de reducir España a una nación sin identidad y sin raíces, en un territorio sin alma. Un zombie en manos de quienes quieren un globalismo transfronterizo para hacer sus negocios sin límites de ningún tipo.
España es el laboratorio donde se experimenta ese proyecto globalista para, a continuación, irradiarlo a la Unión Europea e Iberoamérica. Sánchez y su partido, son ahora un mero instrumento en sus manos para conseguirlo.