España en el gran cambio

España en el gran cambio
España en el gran cambio

Son tiempos de zozobra, la guerra de Ucrania pone de manifiesto la naturaleza de las relaciones internacionales y el poco margen para la frivolidad. Los hechos son tozudos y reiteran que el Estado sigue siendo la pieza fundamental de actuación política. Las supranacionalidades no han sido protagonistas y las relaciones son entre actores con poder que en cualquiera de sus manifestaciones, acaban refugiándose en el realismo.

El futuro está por ver, pero la situación en Europa tras la guerra de Ucrania será diferente a la que hemos tenido hasta ahora. Estos acontecimientos tienen la cualidad de ser catalizadores de nuevos equilibrios de poder. Un Estado débil es la receta del desastre y mucho más en un ambiente de inestabilidad internacional. España no es débil, es algo más, frágil.

Es un hecho objetivo que el Estado español ha sobrevivido apoyado en la UE, pues le ha servido de paño de lágrimas a su deterioro como entidad política, ejerciendo el papel de tutor. A su vez, la UE ha vivido en un peligroso limbo geopolítico, al que sigue aferrada. La mutación estatal española se aceleró tras los ataques del 11-M de 2004 y la toma del poder por un rancio y pernicioso populismo activó el potencial disgregador del denominado Estado de las Autonomías, sólo hizo falta un pobre liderazgo gubernamental para iniciar el proceso de cuartear la soberanía.

La causa próxima del proceso de la fractura nacional hay que buscarla en la reconfiguración de los partidos nacionales en feudos autonómicos: las baronías. El modelo PSOE-PSC se toma como referencia y se extiende por el resto del Estado. El cambio del Estatuto catalán fue el disparo de salida de una carrera hacia un profundo cambio político al margen de la Constitución.

Al día de hoy España es un estado frágil en el que se habilitan procedimientos de gobernanza, no para la seguridad del Estado y el bienestar de la población sino, simplemente, para continuar ocupando canonjías. En el trueque se han cedido retazos de soberanía que provocan que los derechos de los españoles estén en relación con el territorio en que vivan.  

Así, a un asesino por terrorismo se le considera ciudadano vasco y su pena carcelaria la tutela el gobierno” de Vitoria, que lo pone en la calle. Si fuese ciudadano español cumpliría condena. La enseñanza del idioma oficial de España es proscrita en Cataluña y pronto en Baleares, y las sentencias en contra del dislate las ignora la Generalidad. Las medidas de control de la pandemia son diferentes según el territorio donde se resida. Para qué decir la diferencias en materia impositiva. El próximo paso a seguir es el pasaporte autonómico como sustituto del nacional. En realidad, el fenómeno de ir acaparando competencias, «sin prisa y sin pausa”, es el camino para alcanzar la mayoría de edad” y poder emanciparse sin traumas. Tras de sí dejan las autonomías” que les han servido de muleta para lidiar la Constitución.

La incompetencia y la pillería se elevan a la categoría de normalidad política y la sinergia del autonomismo proclama una forma de caciquismo. La crisis del PP pone en evidencia el sinsentido que dos de los partidos políticos españoles de nivel nacional se confederen en baronías. Un partido político que tuvo por bandera la unidad nacional, se cuartea autonómicamente y llega al enfrentamiento fratricida donde los barones tienen un peso definitivo sobre la ya inexistente dirección nacional. Las coaliciones electorales a nivel regional son según el viento que sople en cada momento.

La resolución del Tribunal de Cuentas sobre los avales de la Generalidad catalana dan muestra de la inseguridad jurídica que vive España, consecuencia de las excepciones que exige el independentismo para mantener rehén a un Gobierno maligno.

Es ridículo que cuando la paz mundial pende de un hilo, la atención nacional se concentra en unas elecciones autonómicas cuyo gobierno se somete a un largo proceso de mayorías parlamentarias. La verdad es que si no se estuviese asistiendo a la paulatina desaparición del Estado, la ridícula situación nacional podría verse como una comedia.

España es un mero espectador de los cambios históricos que se desarrollan ante nuestros ojos. Su posible protagonismo queda paralizado porque su soberanía está anulada por haber enterrado su identidad. Alguien dirá que somos Europa, pero habría que preguntarse qué es Europa. Solo nos queda un partido político español de nivel nacional con las ideas claras para poner fin a este disparate.

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