Pandemia, facturas y milagros: el método Armengol

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La pandemia nos dejó muchas lecciones. Algunas sanitarias, otras humanas… y en Baleares, una muy concreta: primero se paga, luego se pregunta y, si queda tiempo, se firma algo. Todo muy dinámico, muy siglo XXI y, sobre todo, muy poco transparente. Una especie de fast food administrativo donde lo importante no era la trazabilidad, sino la velocidad… del dinero.

Ahora, gracias a una auditoría independiente -esa criatura mitológica que sólo aparece cuando ya no gobierna quien mandaba- empezamos a entenderlo todo. Todo encaja. Como un puzle armado con facturas sin control, expedientes huérfanos y actas de recepción que jamás llegaron a nacer. Una obra coral de improvisación administrativa que haría palidecer a cualquier opositor a la función pública.

Durante el COVID, el Govern de Francina Armengol convirtió la contratación de emergencia en algo parecido a un «sálvese quien facture». Sesenta expedientes analizados, todos adjudicados sin concurrencia pública y un patrón que se repite con la precisión de un reloj suizo: sin control previo, sin documentación esencial y con una transparencia tan invisible como las actas de recepción. Emergencia sí; controles, ya si eso.

Pero antes de entrar en tecnicismos, conviene recordar esos mensajes de WhatsApp que hoy se leen como una tragicomedia institucional. Koldo García escribiendo a la entonces presidenta balear con un entrañable «cariño, te mantengo informada». Un tono íntimo, casi romántico, para hablar -qué detalle- del caso de las mascarillas. Mascarillas que Baleares acabó pagando al triple del precio de mercado, porque en pandemia no solo escaseaba el material sanitario: también escaseaba el sentido común.

Y hablando de escasez, también se entiende mejor por qué la actual presidenta del Congreso negó en el Senado conocer o haber tenido contacto alguno con Víctor de Aldama. Negarlo todo es una tradición política muy nuestra, casi folclórica. Lástima que la realidad sea tan poco obediente y se empeñe en estropear los discursos: sí hubo reunión y no precisamente en un bar discreto, sino en el Consolat de Mar, sede del Govern balear. Una reunión fantasma, de ésas que no existen… hasta que existen.

Volvamos a la auditoría, que es donde la sátira se transforma en inquietud. El informe no habla de errores puntuales ni de despistes comprensibles en plena crisis. No. Lo que describe es un problema estructural: en más de la mitad de los expedientes, las actuaciones comenzaron antes de que existiera cualquier informe técnico o de necesidad. Es decir, se pidió el material, se entregó, se facturó… y luego se intentó justificar la emergencia. El mundo al revés, pero con dinero público.

Nada de contratos formales. Nada de actas de recepción. Nada de trazabilidad clara del dinero. Todo bajo el paraguas de un procedimiento excepcional pensado para situaciones límite, que acabó convertido en un régimen paralelo permanente, ajeno a las reglas más básicas del control del gasto público. La excepción elevada a sistema. La urgencia convertida en costumbre.

La auditoría, que no es precisamente un libro de poesía, lo dice con una frialdad demoledora: la rapidez no justifica la ausencia de motivación, ni la falta de contratos, ni el descontrol absoluto. La emergencia puede explicar muchas cosas, pero no lo explica todo. Y desde luego, no puede ser una coartada eterna.

Así, lo que durante años se vendió como «gestión eficaz» empieza a parecerse demasiado a un manual de cómo no administrar lo público. Un desastre administrativo que hoy salpica de lleno al gobierno de Francina Armengol, investigado ya en el Tribunal Supremo y rodeado de un aroma a corrupción que ni el mejor gel hidroalcohólico consigue disimular.

La pandemia pasó. Lo que no pasa es la sensación de que mientras muchos ciudadanos cumplían normas, otros aprovecharon la emergencia para hacer de la excepcionalidad su norma. Contratar sin control, pagar sin preguntas y justificar después. Un milagro balear que ahora, por fin, empieza a explicarse.

Y no, no era magia. Era gestión. De la mala.

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