El Diplocat ya no es tan malo
Los socialistas siempre nos sorprenden con una ocurrencia nueva, si no cada día, cada dos. Una de las últimas ha sido su inopinada intención de formar parte del Diplocat, ese ente del que tanto abominaban. Vamos a ver. El Diplocat es un engendro con ínfulas diplomáticas que se inventó hace 7 años la Generalitat- el inefable Artur Mas, por más señas- para promover la imagen en el extranjero de ese camino de secesión llamado “procés”. Para “internacionalizarlo”, decía.
Ahora resulta que la número dos de los socialistas catalanes en el Ayuntamiento de Barcelona, Laia Bonet, podría ser la representante por parte del Consistorio en el asunto. Recordemos cómo de ofuscado aparecía Josep Borrell en aquellas manifestaciones de la Cataluña constitucionalista y en qué forma su rechazo al Diplocat era el centro de su discurso. Mariano Rajoy anunció y cumplió que sería una de las torres a derribar en la aplicación del 155. Pero nuestro presidente Torra cuando llegó a su cargo en mayo del 2018 lo volvió a resucitar en un par de meses. Y, de repente, ese mismo Borrell decide que no es para tanto y que, en realidad, no hace daño a nadie. Pediríamos coherencia si no conociéramos de antiguo a los socialistas y no supiéramos que tienen sus principios, pero si no les son útiles en algún momento, tienen otros.
Pero ¿por qué el Diplocat, que ellos mismo instalaron en el imaginario de lo a eliminar? En plan grandes estrategas nos venden que se trata de un subterfugio para controlar la entidad “desde dentro”. Es una idea. Rara, pero una idea. Pero las grandes -e inconcebibles ahora mismo- ventajas que esto nos traería no compensan en absoluto el valor simbólico de su blanqueo. Con esta ocurrencia legitiman un organismo que nació para denigrar la imagen de España, socavar las competencias de la administración del estado y para convencer fuera de nuestras fronteras de que aplastar los derechos y libertades de más de la mitad de la ciudadanía catalana era algo perfectamente democrático y aceptable para todos.
En Cataluña no estamos para frivolidades y bandazos de esta magnitud. Hemos parado un gran golpe (de estado) pero ni siquiera hemos empezado a recorrer a la inversa ese camino de avasallamiento que ha representado el procés. Tenemos a un presidente de la Generalitat que dice sin ambages que no hay que respetar la sentencia de los, según él, “presos políticos”. Y la manera en que jalea a los grupos más violentos (“apretad”), influye en que, aunque la movilización de los secesionistas ha descendido, los más contumaces se nieguen a aceptar que Cataluña no es suya.
Este lunes nos informaba la prensa de la detención de miembros del CDR (Comités de Defensa de la República. La que, imbéciles, no existe) por prepararse para posibles atentados. El Ministerio del Interior y la Fiscalía de la Audiencia Nacional difundieron respectivos comunicados vinculando a nueve detenidos con material y sustancias «consideradas precursores para la confección de explosivos, susceptibles de ser empleadas en la fabricación de artefactos explosivos. Al parecer los pensaban utilizar en próximas fechas con motivo del aniversario del 1-O y la sentencia de marras. Hemos visto concentraciones ante el cuartel de la Guardia Civil en la Travesera de Gracia de Barcelona, pero también en juzgados de otras localidades, para vociferar al cuerpo policial “Todos somos CDR”. y se han escuchado gritos de “pim, pam, pum “, que se utilizaban en el País Vasco cuando se señalaba a un objetivo de ETA.
Debo decir, y eso anima, que fueron inmediatamente respondidos por muchos ciudadanos hartos que pedían a su vez que se llevasen de paso a todos los que salían a apoyarlos. La portavoz de Junts per Catalunya en el Congreso, Laura Borrás, arrasó en las redes al acudir a una concentración CDR en Sabadell con un bolso Armani muy coquetón, gritando como una colega más: “fuera las fuerzas de ocupación”.
¡Qué falta de cerebro, cuánta frivolidad! En este ambiente, este viraje en seco sobre el Diplocat es tirar piedras al tejado constitucionalista, tan precario en Cataluña.