Un día con Nadia Calviño en el Ritz
Después de mucho tiempo, estuve en el hotel Ritz el pasado jueves. Ha sido remodelado por completo, y como es frecuente en estos casos el resultado me deja completamente helado. Sigue siendo un establecimiento soberbio, qué duda cabe, pero ha perdido señorío y carácter. La alfombra portentosa que cubría el gran salón, y en la que se te hundían los zapatos, ha desaparecido. Ahora todo tiene esa claridad y aire zen que te invita a salir corriendo, cruzar la calle y refugiarte en el hotel Palace, que todavía conserva sus esencias, su cúpula majestuosa y la madera de su bar inglés. A mí los muebles de madera me reconcilian con la humanidad, igual que los socialistas me conducen inexorablemente a la misantropía. Y digo esto porque fui al Ritz no a comprobar su estado de salud, sino a escuchar a una de las personas que más nervioso me ponen de este gobierno lleno de ineptos: la señora Calviño. No la soporto desde que la vi haciendo pucheros en el último Congreso del PSOE al recordar su filiación política desde la más tierna infancia, y la detesto cada día un poco más al comprobar su sectarismo insobornable y su amor arrebatado por el líder supremo.
El jueves se celebraba en el Ritz el Spain Investors Day, un sarao dedicado a atraer inversión extranjera a España. Es decir, una misión imposible. Ya lo dijo el propio director del evento, Benito Berceruelo, en una entrevista un día antes: subir los impuestos no es la mejor manera de enamorar a los inversores. Pero el caso es que allí se presentó la vicepresidenta Calviño a pronunciar su discurso incorrupto. El que versa sobre este país sin paralelo en el mundo que solo existe en el imaginario enfermizo del Gobierno: robusto, pujante, solidario y moderno. Un destino inmejorable para el capital, una economía a la cabeza de Europa y del mundo civilizado. Yo escuchaba toda esta retahíla de sandeces y de falacias a la vicepresidenta en un inglés perfecto, acompañado su inanidad mental, y me sentía perplejo. O estupefacto. Me preguntaba qué pensaría la audiencia concurrida de este mensaje por completo fuera de la realidad y eminentemente contrario a los hechos, a los actos políticos cotidianos, a la salva continuada de artillería contra el mundo de los negocios. Aproveché para abordar a un par de los presentes en busca de sus impresiones: «Nunca hemos visto tanta desenvoltura para decir mentiras. Pero ya estamos acostumbrados. Venimos por compromiso, para ver si cesan de darnos ostias o podemos rascar algo de los fondos europeos». Éste es el ánimo de la nación modélica.
Dos días antes, el martes de la semana pasada, conocimos de muy buena mano que los españoles realizamos un esfuerzo fiscal un 52% superior a la media europea, y que estamos los quintos por la cola en competitividad fiscal. O sea que carecemos de la principal condición para estimular la inversión doméstica y menos aún para atraer capitales del exterior: la presión tributaria que soportamos y que no ha cesado de subir desde que llegó al Gobierno Sánchez. Cuando los idiotas que dirigen la nación, y aún más, los indigentes intelectuales que los sostienen afirman que tenemos que homologar nuestra presión fiscal con la europea no saben lo que están diciendo. Si tenemos en cuenta la renta per cápita del país -que apenas llega al 80% de la UE- pagamos muchos más impuestos que ellos. Sólo se salvan las clases bajas, que están extraordinariamente favorecidas en relación con los ciudadanos de otros países en la misma situación. A partir de esos niveles de renta, que adicionalmente se benefician de toda clase de subsidios y de ayudas sólo pensadas para instalarlos de por vida en la trampa de la pobreza, España se ha convertido en un auténtico infierno fiscal, atrapado por impuestos y tasas de todo tipo, consumido por la voracidad recaudatoria de las administraciones autonómicas y locales, así como amenazado por un estado policial adicto a las sanciones y las multas ante cualquier irregularidad, por pequeña que sea.
No. Como decía el señor Berceruelo, es muy complicado que, en estas condiciones, llegue la inversión que necesitamos a marchas forzadas para capitalizar el país, reforzar su tasa de ahorro, impulsar el crecimiento y crear empleo. Sería propio de un aventurerismo suicida elegir un país en el que el Gobierno denuesta cotidianamente a los empresarios, insulta a los ricos o siente aversión por los millonarios, obstaculiza la labor de los emprendedores y está entregado con pasión a los sindicatos venales de la nación.
Hay, desde luego, inversores que vienen a España a pesar de la hostilidad manifiesta de su Gobierno principal. Pero vienen, fundamentalmente, a Madrid, donde la presión fiscal es más baja, se practica la libre competencia al máximo, se interviene lo mínimo y se exuda un aire de buenos sentimientos que resulta insultante para la señora Calviño y Sánchez, el verdadero amor de su vida, tardíamente descubierto, pero plenamente satisfactorio, por lo que se ve. Esto explica la cruzada monclovita emprendida contra la señora Ayuso estableciendo un impuesto a las grandes fortunas solo pensado para neutralizar la desfiscalización total del patrimonio aquí o en Andalucía, o parcial en Galicia y Murcia. No soportan el éxito de los demás, la indisciplina política, la alternativa estratégica, además de la desenvoltura y la gracia de los gobernantes del PP, comandados sin duda por Ayuso. No toleran al PP, al que quieren en la oposición de por vida como lugar natural -al que consideran no adversario, sino enemigo cerval-, no tragan a los bancos ni a las eléctricas, incluso recelan del señor Amancio Ortega y otros, que si emprenden obras de filantropía será porque tienen cargo de conciencia, porque ya han robado demasiado, porque se están forrando, como dice la inefable Yolanda Díaz desde el epicentro del Consejo de Ministros.
No. No vendrán inversores a un país dirigido por personajes atrabiliarios y mendaces… hasta que los despidamos en las próximas elecciones. Seguirán viniendo a Madrid, que ya busca vías para sortear el asalto sin cuartel de La Moncloa, o a Andalucía, donde el señor Bonilla sigue los pasos acertados de Ayuso, lugar inmejorable para vivir y disfrutar de un clima excepcional. Una vez afirmó Churchill que si los socialistas gestionaran el Sáhara serían capaces de acabar en cinco años hasta con la arena. Si hubiera conocido a los socialistas que padecemos aquí, hoy diría que si están mucho más tiempo en el poder en España son capaces de acabar hasta con el sol.