¡La desfachatez!

Pedro Sánchez tren
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

La escena es maravillosa: por el andén camina, rodeado de su séquito, aunque con naturalidad y sencillez, el Rey Felipe, y junto a él, queriendo adelantarle, y haciéndolo, Sánchez, ebrio de sí mismo, como una especie de Rayo McQueen, ya saben, el prosopopéyico automóvil de carreras protagonista de: Cars 1, Cars 2 y Cars 3. El rey, que es gentil, a la par que sensato, permanece impasible; el presidente, se cruza varias veces cortándole el paso, mientras se abalanza sobre cualquiera de los anfitriones para saludarlos primero y atravesar, sintiéndose ganador, cualquier puerta (y ventana, si le dejan) ante el asombro de todes. Y sí, llega antes a la meta, pero pierde la carrera, una vez más, con su mal estilo. Y gana el Borbón, que va más lento, pero es más grande que él en todas las acepciones posibles. Y nos cae muy bien, más aún al lado de Pedro Sánchez. Más alto, más guapo, más educado, más ecuánime, más caballero y más necesario que nuestro presidente vanidoso. Yo que veía la Monarquía como una herencia del medievo que debía dar paso indiscutiblemente a la voz de las urnas… Pero fíjense, lo que nos han traído las urnas: desfachatez.

Utilizo poco la palabra desfachatez, voz latina que hace referencia al descaro y la desvergüenza, en sumo grado, un concepto que llega a mi mente al observar la desinhibición con las que se conduce Sánchez en todo lo relativo al protocolo, como si le gustara exhibirla: su desfachatez, en un desembarazo total y absoluto, como el poder del que siente que goza, desde su torticera mayoría en el Congreso.

En la inauguración del AVE murciano, ningunea al Jefe del Estado, al que claramente no reconoce y muestra su desprecio por todos los españoles, qué digo españoles, por todos los demás vertebrados bípedos (no incluyo a los perritos, no, ni a los mininos), en un mundo donde sólo existe él mismo, y todo se trata de sí. ¡Qué decirle, Pedro Sánchez! En el caso de un presidente, la cortesía es fundamental porque el buen estilo es, sobre todo, un buen negocio. Las buenas maneras, Mr. President, son ficticias, gratuitas y agradables como los billetes del Monopoly; ahorrar en esta clase de divisa, para cualquier individuo pensante es ruin, en el caso de un político de su relevancia ¡es majadero! Y no estamos hablando de nada fancy, queridos votantes, hablo de su incapacidad frente a la ganancia antropológica más elemental, de un comportamiento civilizado, estético; la gentileza, igual que el protocolo, son necesarios en este mundo para no volver a la jungla, al mono, ¡a la hiena!…

Pero su actuación no sorprende, acorde con su forma de conducirse en general, falso, adulador, oportunista e infantil ¿Lo recuerdan desgañitándose detrás de Biden? entre sonrisas, miradas sumisas y cumplidos, caminando junto a un hombre que ni siquiera le dirigía la mirada. ¡Otro que tal baila!

Y miren, lo tenía todo para triunfar: físico, audacia, perseverancia, ambición, virtuosismo, superioridad moral, jeta… pero no cuela, no. Pedro el inclusivo, Pedro el inventor de lo políticamente correcto; Pedro el de la voz suave y la mirada de condolencia, Pedro el presidente del Club de la bondad… Lo que quieran, pero cae fatal y es por su indisimulable egolatría donde no puede ocultar que está centrado en sí mismo, y no hay discurso sensiblero que valga porque no irradia un gramo de credibilidad.
Sánchez el progresista, el feminista, el digital, el resiliente, ecologista, europeísta, ateo e indi pero hay una idea que proyecta nuestro presidente perfecto sin poder hacer nada para evitarlo: falta de humanidad y escasa talla para su posición.

Con todo, a mí no me indigna que Sánchez se adelante al Rey, como no me indigna nada de lo que ha hecho o dicho porque indignarse más allá de los cinco años de edad es una posición muy comprometida, y porque con las salidas de tono de este gobierno ya nos pinchan y nada; y porque prefiero su lado grosero que la carita (y voz) de sacristán.

En fin, una desfachatez más de nuestro Sánchez, pero alégrense, ¡una menos!

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