Descolonizar España

Urtasun museos

En el programa electoral de la coalición Sumar para el 23-J no hay una sola mención expresa a la hoy propuesta estrella del nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun: la «descolonización» de los museos nacionales. Ni qué decir tiene que tampoco se nombra en el programa electoral del PSOE.

Escuché a Urtasun en su reciente comparecencia en la comisión del ramo del Congreso y me dio la impresión de que el asunto «descolonizador» era un truco para ocultar la inanidad del proyecto del Gobierno de Pedro Sánchez para una potencia cultural como España. Así que todo parece indicar que la idea salió de la chistera del ministro como un conejito blanco para asombro y murmullo del respetable.

Ya es notable que el PSOE haya cedido los bártulos de la política en materia cultural, prueba de la ruina de un ex partido de Estado. Pero es mucho más sintomático el hecho de que haya entregado la política cultural a un conglomerado que considera la cultura como un instrumento mesiánico, tal el cayado del profeta, que guiará al pueblo hacia la «sociedad igualitaria», frente a «la expansión global de un neoliberalismo que empobrece a las mayorías», como formuló el ministro.

Esta retórica de mural de la época soviética podría tener su inmediata traducción en la eliminación, dentro del ministerio, de la dirección general de Industrias Culturales, pese a que Urtasun mismo reconoció la importancia del sector privado en el «ecosistema cultural de nuestro país».

Esta última expresión se antoja un recurso a un lugar común, ahora sustituido por un lugar comunista, como es el ataque al afán de emprendimiento, la creación de riqueza y la libertad de mercado. Lo cual se compadece mal, al mismo tiempo, con el anuncio de nuevas deducciones al cine y los espectáculos en directo por parte de un ministro que milita en una coalición entusiasta de la política fiscal confiscatoria. Todos somos iguales, pero unos más que otros…

Pero, volviendo al hoy animado debate de la «descolonización» de los museos nacionales, Urtasun y su chistera llegan tarde, al menos dos lustros… de cinco años, no de veinticinco, señor ministro. En 2014, el Museo Nacional de Antropología empezó a abordar su redefinición como otros museos de su origen, herederos precisamente de la época del colonialismo del XIX, que llevan años adaptándose a una nueva visión superadora del evolucionismo cultural. Otro tanto estaba sucediendo entonces en el Museo de América respecto a las visiones de las culturas de «los otros».

Dio la impresión en su comparecencia de que Urtasun desconoce que su tardía propuesta «progre» proviene nada menos que de los tiempos de la «fachosfera», dado que en 2014 gobernaba el PP de Mariano Rajoy. Más recientes son las jornadas que en 2019 organizó ICOM España, que aglutina a más de mil instituciones y profesionales de la museística, en las que se abordó con rigurosidad la cuestión.

En Madrid, donde el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso hace bandera del mestizaje con la reivindicación por igual de todas las ricas muestras artísticas de la Hispanidad, estos debates, planteados con honestidad y con ánimo de mejorar el servicio que los museos prestan a la sociedad, engarzan bien con la capital de la diversidad cultural que ya somos.

Otra cosa bien distinta, y ya conocemos a nuestros clásicos, es que esta propuesta pueda enmascarar la voluntad de oscurecer las luces del legado español en América y de proyectar únicamente sus sombras, que también las hubo. Todo ello en la línea «derrotista» que Rafael Núñez Florencio acaba de retratar magistralmente en su ensayo El mito del fracaso español (La Esfera de los Libros).

Se ha puesto de manifiesto estos días la prevención de muchos historiadores ante el posible sometimiento de los proyectos museísticos a una permanente abjuración de nuestro propio pasado, por el que deberíamos arrojarnos ceniza a diario sobre nuestras cabezas. O más aún, ante la evaluación de nuestro propio patrimonio, pongamos La rendición de Breda de Velázquez, ahí es nada, como mero reflejo de un incesante proceso de conquista, explotación y genocidio sobre terceros.

Vamos, que la creación del derecho de gentes, las universidades, hospitales y ciudades levantados en el Nuevo Mundo, la edición de las gramáticas de las lenguas indígenas o la primera campaña mundial de vacunación deben quedar a la altura del exterminador colonialismo belga en Congo, como cree Urtasun, obviando además que en América no hubo colonias sino virreinatos o provincias y que desde 1512, con la promulgación de las Leyes de Burgos, consideradas la primera declaración de derechos humanos, los indígenas tenían los mismos derechos que los peninsulares.

La «leyenda negra» es sin duda un discurso de clara utilidad presentista para quien necesita cargar hoy las tintas sobre la supuesta España avasalladora contra la libre voluntad de los pueblos. Discurso que se alimenta, paradójicamente, desde proyectos totalitarios y excluyentes en Cataluña o el País Vasco para imponer supuestos derechos de sangre, de lengua o de territorio por encima de los derechos de la persona, garantizados precisamente por la España unida en libertad que consagra la Constitución de 1978.

Nada ha cambiado el discurso sobre la inferioridad de lo español, no sólo por perímetro craneal o por tipo sanguíneo, a que nos tienen acostumbrados los secesionistas ultramontanos. Como aquel Sabino Arana que tanta náusea sentía por el baile español «agarrao» frente al baile vasco «suelto», miren quién fue a hablar de culturas superiores o inferiores: «Presenciad un baile español, y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos, queda acreditada la robustez de vuestro estómago».

Dado que Sumar no le hace ascos al discurso de los paladines del supremacismo, que por algo son sus socios, es fácil sospechar que su ministro de Cultura nos venga ahora con la «descolonización» para poner unos cuantos ladrillos más en el muro tras el que se pretende emparedar a esa España compleja, diversa y mestiza, orgullosa de las luces de su pasado, pero consciente de sus sombras, contra la que hoy embisten todos los que mantienen a Pedro Sánchez en La Moncloa.

Quizás haría bien Urtasun en proponerse seriamente una «descolonización» de España y su cultura para situarlas en su justo y cimero lugar en la historia de las civilizaciones, frente a tantas maniobras para condenarlas hoy a la inferioridad, la invisibilidad y la ilegalidad, sobre todo en regiones españolas que tanto han aportado también a su riqueza. Y ello con el propósito de convertir a nuestra nación, por la vía de la marginación de sus más grandes valores, su cultura y su lengua universales, en aquella nerudiana «sentina de escombros» en la que algunos, adalides de la destrucción y la nada, querrían ver ya su definitivo naufragio.

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