Derecho a una verdadera realidad

Orgullo LGTBI
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Cuando una se asoma al mundo para ver cómo está el termómetro en otros lugares —concretamente, la homosexualidad—, se encuentra con una fotografía en blanco y negro. Los matices desaparecen. Los últimos titulares revelan esta personalidad múltiple en la que nos hemos alojado: la humanidad tiene una extraña manera de contradecirse, de las maneras más cínicas e hipócritas. Y enmarañados en nuestro ombligo, caemos rara vez en la cuenta de que el tiempo, el espacio, dependen mucho de dónde hayamos tenido la suerte —o desgracia— de vivir. 

Mientras se celebra la noticia de la aprobación de la legislación sobre el matrimonio homosexual en Alemania, hace días en Italia o el referéndum al respecto en Irlanda (y probablemente uno se sorprenda al pensar: “vaya, en Alemania no era legal todavía?”), puede leerse que «un joven de 21 años ha sido expulsado de casa en Vitoria por ser homosexual», o la denuncia de una agresión homófona a un joven en un bar de Bilbao. 

Siendo capaces de todo lo que hemos llegado a ser en pleno siglo XXI, aún no entendemos lo grande que es la dignidad de cualquier ser humano. Y no nos entra en las entendederas que algo tan importante como es lo íntimo, lo estrictamente personal, no debería ser jamás objeto del más mínimo debate. Lejos de haber alcanzado a oler esta idea, este principio y valor, a día de hoy se producen agresiones a otras personas por su identidad sexual. En nuestra calle, en nuestro pueblo, en nuestro entorno. 

Hemos asimilado rápidamente los avances en el sistema: la legislación que se aprobó durante el Gobierno de Zapatero entró como un soplo de aire fresco, lo asumimos con tanta naturalidad que, de alguna manera, parece no haber penetrado lo suficiente en la conciencia de este país. Un lugar donde pasean autobuses explicando lo que debe ser una niña o un niño. Eso acaba de suceder. Y por si no fuera suficiente el simple hecho de que a alguien se le pasase por la cabeza semejante ocurrencia, por si no bastara con materializarlo, hemos visto cómo el debate se ha generado en las calles. Y eso es más preocupante que la lamentable campaña. La sociedad es porosa y podría no asimilar el verdadero fundamento que vino, precisamente, para cerrar esas brechas desgarradoras de la convivencia. En general, cualquier cuestión tendente al respeto y la tolerancia, está últimamente en riesgo de abrirse en canal. 

Analicemos a qué se debe. Yo tengo una idea. Pero será mejor que cada cual reflexione y piense por qué a día de hoy sigue siendo necesario celebrar una fiesta que grita por un orgullo, una realidad que debería ser normal, sin lugar a debate ni a la más mínima necesidad de protección. Mientras una sola persona sienta miedo o inseguridad por sentir lo que siente (no siendo esto jamás negativo para otra persona), no habremos comprendido nada y seguiremos necesitando visibilizar poniendo el foco en tareas pendientes.

Por mucho que ahora parezca que España es lo más de lo más exhibiendo sus libertades, tenemos que asumir que siguen produciéndose agresiones, vejaciones y verdaderos calvarios que aún debemos combatir. Este fin de semana es momento de recordar y tener presente el sufrimiento de tantas personas que aún esperan que sus derechos sean asumidos por todos y conformen una verdadera realidad.

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