Los plutócratas al mando

Covid
Los plutócratas al mando

Estos días los medios de comunicación nos están transmitiendo numerosas imágenes que acompañan a las noticias relativas a la reacción del pueblo chino frente a las drásticas medidas adoptadas por las autoridades para hacer frente a la enésima oleada de covid, convertida en la «amenaza de nunca acabar». Es llamativo y causa asombro y vergüenza el unánime apoyo expresado hacia los manifestantes por parte de nuestros medios de comunicación y también de los mismos políticos, hacia una conducta que era condenada cuando se expresaba aquí en nuestro país, siendo rechazados quienes la seguían al también unánime despectivo insulto de «negacionistas».  No perdamos de vista que «negacionistas», cual nazis potenciales, eran los que se oponían ante medidas como las actuales adoptadas en China. Confinamientos y medidas accesorias en Wuhan y en Shanghái, donde ya han conseguido con su reacción, que 26 millones de chinos no deban utilizar obligatoriamente la mascarilla en el transporte público, de momento.

Por cierto, mientras, aquí todavía es obligatorio el bozal en todo transporte público sin que falte el escrupuloso celo del funcionario de turno avisando que debemos taparnos también la nariz. Una medida de supuesto carácter preventivo epidemiológico, tan original que se puede prescindir de ella si estás bebiendo o comiendo, lo que a su vez te facilitan a bordo en el servicio de bar a domicilio en tu propio asiento, y ello tanto en avión como en ferrocarril. Resulta tan carente de toda lógica esa práctica, que sorprende sea asumida todavía pasivamente por parte de la ciudadanía. Este es un hecho sociológico de particular importancia que merece ser analizado, y que sin duda está vinculado a la inoculación en el tejido social de la denominada «cultura del miedo». Esa cultura está presente en nuestra sociedad con ocasión del mayor experimento de ingeniería social realizado en la historia de la humanidad que ha sido el covid. Durante 14 semanas, primero en 2020 desde el 15 de marzo hasta el 21 de junio en que llegamos estar 99 días en situación de práctica reclusión domiciliaria hasta llegar a la «nueva» normalidad. Tan «nueva» que le siguió un segundo estado de alarma que comenzó a aplicarse el 25 de octubre siguiente, extendiéndose hasta el 9 de mayo con un total de 196 días. Durante este segundo estado de alarma, fueron las comunidades autónomas las que concretaron las medidas de confinamiento así como el toque de queda y el cierre de comercios y lugares públicos, así como limitar el movimiento entre comunidades y municipios, o prohibir reuniones de más de seis personas para casos de no convivientes.

Leer ahora estas cosas parecen una pesadilla lejana y, sin embargo, ha sido la realidad a la que hemos estado sometidos durante prácticamente un año de nuestra vida más reciente, con una limitación de nuestros más elementales derechos fundamentales impuesto mediante un procedimiento al margen del previsto por la Constitución, lo que resulta de una gravedad inadmisible. Un ejemplo a recordar y no olvidar y que ejemplifica el nivel de sumisión acrítica al que se ha llegado es el de utilizar la mascarilla en las playas y en el campo, lo que produce vergüenza recordarlo. Ese bozal se ha convertido en un símbolo de una sociedad sometida y en peligro, que convierte al vecino y al prójimo en una potencial amenaza, y al carcelero en el salvador. El pasaporte covid ha sido una de las mayores tropelías cometidas contra la humanidad al no garantizar ni prevenir el contagio ni la transmisión de la enfermedad, de igual forma que alentar la vacunación masiva para alcanzar la inmunidad de rebaño que si bien no consiguió la inmunidad deseada, si transformó la sociedad en un rebaño. Ahora comprobamos el «inexplicable» aumento de la mortalidad con múltiples episodios de muertes súbitas en jóvenes deportistas y graves problemas cardiológicos en segmentos de población de todos los rangos de edad subsiguientes a esas campañas masivas de vacunación forzada. Es la nueva normalidad decretada por esos ocultos poderes que mandan como hemos de vivir y morir, sin que a ellos nadie les haya elegido.

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