Cortinas de sexo

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He cultivado en los últimos años la enriquecedora afición de ojear la prensa del primer tercio del siglo pasado a través de una muy útil herramienta como es la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España. Tal costumbre me sirvió hace unos meses para ponerme en guardia ante la manipulación servida en uno de los capítulos de la serie España, el siglo XX en color, emitida por TVE, sobre la luminosa, según Pedro Sánchez, Segunda República, que a los más nos parece una etapa de claroscuros poco ejemplar en cualquier caso.

Uno de los variados resbalones del documental incluía las imágenes de anuncios en prensa de la España republicana sobre productos relativos a la sexualidad, asegurando que tales inserciones publicitarias «habrían sido impensables pocos años antes». La realidad es que varios de los anuncios mostrados en el documental venían siendo difundidos desde los años 20 en los diarios españoles, como las Pilules Orientales para la firmeza de los senos o los Medicamentos del Dr. Soivre para la impotencia o las enfermedades de transmisión sexual.

Nadie duda de que en la etapa republicana pudo haber una mayor profusión de tales publicidades y de otras nuevas, como las píldoras «para la regla suspendida por cualquier motivo», pero no podía decirse que los españoles hubieran descubierto la sexualidad gracias a los Gobiernos republicanos. Sólo le faltó decir al documental que la quema de iglesias y conventos de mayo de 1931 se debió a un episodio de furor de la libido recién destapada, como aquel pirómano de Ibiza que reconoció que salía a quemar el monte después de escuchar discos de la cantante Sabrina.

Podríamos pensar algo parecido en nuestros tiempos: que el Gobierno de Sánchez cree que nos ha descubierto el sexo, cuando en realidad lo que ha hecho es meterse directamente en la cama de los españoles, que es el sueño de cualquier obsesión totalitaria por controlar y dirigir la vida de los otros.

Uno siempre había oído decir que la política hace extraños compañeros de cama, pero no imaginaba que la política llegaría a hacer que esos extraños compañeros de cama fueran el Gobierno en su conjunto, aleccionando en la intimidad a los ciudadanos con un ejemplar de BOE como si fuera el mismísimo Kamasutra.

La cuestión es que hemos llegado a que, una semana sí y otra también, desde el Ministerio de Igualdad se lancen auténticos sermones institucionales, reduciendo a los hombres a meros violadores y a las mujeres a meras menstruantes. Pero, sin duda, lo más llamativo es el beneplácito de Pedro Sánchez y de los ministros socialistas ante un departamento tan poco contenido en sus declaraciones como en su actividad en las redes sociales, donde lo mismo airean cánticos deseando la muerte de Abascal que sientan cátedra sobre el uso del origen del mundo.

Alguien tan avezado como Sánchez en el uso de cortinas, como aquella de la urna escondida en la famosa votación de Ferraz, sabe muy bien lo que es tratar de ocultar al personal la realidad con este tipo de atrezzo que sirve premeditadamente de gancho a la controversia. Es decir, que la política deje de ser el arte de lo posible, para convertirse en el arte de distraer a los ciudadanos de que es imposible que un Gobierno lo haga peor.

Que las cortinas sean ahora de sexo daría para una interminable sesión de análisis freudiano, tal como está el tema hoy en el partido sanchista con el escándalo del Tito Berni, que tiene la pinta de ser una nueva secuela de la serie Todo lo que quiso saber sobre el sexo y nunca se avergonzó de pagar con los impuestos de los demás, que tanto éxito ha tenido siempre a la hora de asquearnos, con toda la razón, a los ciudadanos.

No resulta temerario apuntar que Sánchez esté cómodo con esta disponibilidad de Podemos para montarle cuantas veces haga falta las cortinas necesarias que distraigan al personal. Además, no hay mejor cuña que la de la misma madera, parece pensar Sánchez, y por eso estará sumamente complacido de que sea el mismo ministerio de Irene Montero el que haga esta tarea de sembrar la actualidad política de trampantojos, para intentar desviar la atención del contador imparable de delincuentes sexuales favorecidos penalmente por la ley del sólo sí es sí y del escándalo de supuestas mordidas y de drogas y sexo del que fue diputado del PSOE.

Para esto le ha quedado a Sánchez el Ministerio de Igualdad, después de que el juguete que entregó a sus socios para implantar sus experimentos ideológicos le esté haciendo caer en un tremendo desgaste, como responsable último de la citada ley, a cuenta del sufrimiento de las víctimas de los violadores beneficiados y ante el estupor de la opinión pública.

Por eso a nadie le ha extrañado que el propio Sánchez quiera salvarse de la quema enarbolando la defensa de las mujeres al margen del ministerio de Irene Montero, con la elaboración y presentación del nuevo anteproyecto de Ley de Paridad, pergeñado exclusivamente en la Moncloa.

Una iniciativa con la que, por otro lado, los socialistas abundan en su empeño de demostrarnos que acaban de descubrir un principio recogido desde 1978 en la Constitución, como es la igualdad de hombres y mujeres. Y ello a pesar de que, en cuestiones de paridad en sus gobiernos, Isabel Ayuso y Juanma Moreno cumplan ya los requisitos de la posible ley, no como el camarote de los Marx que tiene montado el propio Sánchez en el consejo de ministros.

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