De corruptos, bolcheviques y fascistas

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España es cada día menos democracia y más partidocracia donde la corrupción ha sido legalizada. La pensión vitalicia de Torra de 92.000 euros, escolta, coche, conductor y secretaria, como la de otros muchos mandatarios, es el último capítulo de la ausencia de ética en la casta política privilegiada, en contraste con pensiones de 20.000 euros tras cuarenta años de trabajo.

En política existe una masa fanática que se puede asimilar con los hinchas radicales de fútbol, que nunca ven los buenos jugadores del rival y están dispuestos a morir por su equipo. Mientras los directivos y los ases del balón hacen sus apaños millonarios, los fanáticos se apalean y odian como si les fuera la vida en ello. El fanatismo político es también intolerante y rabioso, dirigido por líderes que se garantizan su futuro económico desde el primer día de mandato, protegidos en estampida por talibanes alimentados de odio.

Jaleando los bajos instintos del odio y la intolerancia tenemos al gobierno de España. Con una pandemia, hundimiento económico y decenas de miles de muertos, el gobierno hace política partidista dividiendo a la sociedad, enfrentándola, con el objetivo prioritario de mantener el poder. Ahora pretende reescribir la historia de una guerra concluida hace 80 años. Alimenta a sus votantes más fanáticos, los que odian una concreta religión (el catolicismo), una concreta ideología (cualquiera que no sea de izquierda populista como ellos), a los monárquicos, o a quienes no quieren un Estado mastodóntico a mayor gloria de los políticos en perjuicio de la ciudadanía. Los talibanes fanáticos del odio consideran fascista a quienes no piensen como ellos, etiqueta que usan hasta contra socialistas moderados o socialdemócratas. No hay que callar ante esa jauría de bolcheviques disfrazados de antifascistas.

La Guerra Civil no fueron unos generales fascistas que se sublevaron para acabar con la democracia. El intento de golpe de Estado de 1934 promovido por el PSOE fue combatido por las tropas de Franco y era contra la República. La Segunda República dejó de ser una democracia infiltrada por los bolcheviques de Stalin. Largo Caballero y otros líderes socialistas se pronunciaron contra la democracia alentando a instaurar una dictadura del proletariado, una Cuba en la península ibérica. Los políticos sensatos y con sentido de Estado del PSOE fueron barridos por los líderes más radicales, llevando al país a una situación de conflicto y desgobierno de la mano de los comunistas y anarquistas con crímenes de políticos y religiosos, hasta que detonó el levantamiento militar fascista que provocó la Guerra Civil.

En la guerra no combatieron fascistas del bando nacional frente a demócratas republicanos. Combatieron españoles contra españoles cegados por el odio, apoyado Franco por el fascismo de Hitler y Mussolini y la República por Stalin, que no lo hacía por la democracia sino para imponer una dictadura bolchevique. La dictadura fascista en España acabó en 1977 y la dictadura comunista del Muro de Berlín existió hasta 1989. No fue una guerra de fascistas contra demócratas. Eran fascistas nazis contra fascistas bolcheviques, los mismos que pactaron invadir Polonia en 1939 para repartirse Europa.

El Gobierno de bolcheviques y sanchistas que dirige España pretende dividir a la sociedad para huir de la realidad. Con división y propaganda está jugando con fuego. Atacando al Rey, más. Es la clave de bóveda de la Constitución del 78 y no van a desmontar el sistema sin que millones de españoles nos opongamos. Defender la Monarquía hoy es defender la democracia, la Constitución y la libertad. La infección bolchevique sería más letal para la libertad que el COVID-19 para la salud.

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